jueves, 24 de octubre de 2013

Un trébol de tres hojas.


Encuentro en mi jardín
un trébol de tres hojas.

Un trébol perfecto, sin duda.

Un milagro.

Está junto a otros, es cierto,
pero yo elijo solo a uno.

Así, me acerco para verlo al sol.

Para olerlo, incluso.

Para admirarlo.


No tiene nombre.

Carece de cualquier rasgo que permita identificarlo.

Pero yo lo elijo en este instante.

Entonces, lo reconozco especial.

Lo hago único.


No es el emperador de los tréboles.

No es el zar de mi jardín.

No es el dios de la Tierra…


Es, sin embargo, un trébol de tres hojas.

Un trébol perfecto, que estaba en mi jardín.

No entrega una mejor suerte.

No hay grandes mitos sobre su origen.

Pro él deja mi vida, finalmente,
en mis propias manos.


Brota de la tierra, entre miles.

Crece.

Sobrevive.

Yo lo encuentro.

¡Todo un milagro!


Si él tuviese ojos quizá diría lo mismo.

Pero claro, como no los tiene,
yo lo acaricio, para que se entere.

Nos alegramos.


Así, junto a él, el sol de la tarde
nos llega a ambos.

Quizá también nos escogió,
pienso entonces.


Una luz naranja
ilumina el  jardín.


Mi sombra,
sobre la tierra,
descubro,
también se asemeja a un trébol.

Es un buen día.

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