No era dolor. No se trataba de la herida o de algo
relacionado con ella. Pero la sangre debía ser secreta, pensaba. Por eso no se
ve. Por eso vive como un río subterráneo. Eso pensaba y se tapaba la herida con
las manos. Como si en vez de sangre ella intentase ocultar su desnudez y tuviese vergüenza. De vez en cuando alguien se detenía a mirar. Quizá incluso
alguien comentara algo. Poco más. Afortunadamente no era dolor. Casi nunca era
dolor, pensaba ella. La gente resume todo en el dolor, y hasta piensa que es una especie enemigo. Pero claro, aquí se trataba de ocultar algo a los otros. Es decir, poco
importaba ella misma. Lo que importaba ahora, en cambio, era aquella sangre. Ocultar
aquella sangre, más bien. Esa sangre que debía ser secreta. Si no para qué el
silencio, pensó. Para qué esos caminos tranquilos que no
fueron hechos para ser vistos. Y claro, debe haber sido ese instante cuando yo la vi. Ella ocultaba la sangre y yo, extrañamente, no ocultaba nada. Quizá por
eso fue sincera. Tal vez por eso me pidió ayuda. No recuerdo sus palabras
exactas, pero fue entonces que habló de la sangre. Yo intenté pensar lo que decía y al
final comprendí. O creí hacerlo. No estaba hecha para ser vista, resumí. Y claro, ella sonrió antes de
dormirse. De todas formas, creo que ya he dicho esto varias veces... Lo demás, en tanto, no lo digo porque es
como la sangre.
Se oscureció temprano aquel día.
No era dolor.
El dolor necesario.
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