viernes, 25 de octubre de 2013

No era dolor.


No era dolor. No se trataba de la herida o de algo relacionado con ella. Pero la sangre debía ser secreta, pensaba. Por eso no se ve. Por eso vive como un río subterráneo. Eso pensaba y se tapaba la herida con las manos. Como si en vez de sangre ella intentase ocultar su desnudez y tuviese vergüenza. De vez en cuando alguien se detenía a mirar. Quizá incluso alguien comentara algo. Poco más. Afortunadamente no era dolor. Casi nunca era dolor, pensaba ella. La gente resume todo en el dolor, y hasta piensa que es una especie enemigo. Pero claro, aquí se trataba de ocultar algo a los otros. Es decir, poco importaba ella misma. Lo que importaba ahora, en cambio, era aquella sangre. Ocultar aquella sangre, más bien. Esa sangre que debía ser secreta. Si no para qué el silencio, pensó.  Para qué esos caminos tranquilos que no fueron hechos para ser vistos. Y claro, debe haber sido ese instante cuando yo la vi. Ella ocultaba la sangre y yo, extrañamente, no ocultaba nada. Quizá por eso fue sincera. Tal vez por eso me pidió ayuda. No recuerdo sus palabras exactas, pero fue entonces que habló de la sangre. Yo intenté pensar lo que decía y al final comprendí. O creí hacerlo. No estaba hecha para ser vista, resumí. Y claro, ella sonrió antes de dormirse. De todas formas, creo que ya he dicho esto varias veces... Lo demás, en tanto, no lo digo porque es como la sangre.

Se oscureció temprano aquel día.

No era dolor.

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