También es cuestión de amor
el poder comprender por fuera.
Comprender la piedra,
comprender el viento,
comprender la flor,
me refiero.
Nada de buscarles alma.
Nada de inventarle sentimientos.
Compréndalos usted con los ojos,
con la piel
o hasta con el corazón, si prefiere,
pero no insista en el análisis.
No diseccione.
No transforme esa primera comprensión
en un pensamiento incompleto.
Sonríale, mejor, a la piedra.
Sienta el viento en el rostro.
Disfrute la flor y no la piense.
Además, nada más va a descubrir si le arranca los pétalos.
Nada, tampoco, si analiza la piedra.
Y nada aprenderá, ciertamente, si mide la velocidad del viento.
Y es que la esencia de todo aquello
le quedó a Dios –o a quien sea- volteada hacia fuera.
Como si se hubiese arrancado los calcetines,
al revés,
y hubiesen luego quedado repartidos,
y vivos,
en distintos lugares de la tierra.
No los ordene, entonces.
No los someta a estudios.
Déjelos así pues están con el secreto hacia fuera.
Obsérvelos.
Sonríales.
Alégrese.
Compréndalos por fuera, en definitiva.
Y es que también es cuestión de amor,
como decíamos,
el poder llegar a comprender
sirviéndonos de la pura mirada.
Así, en resumen,
solo dos observaciones:
1. La naturaleza está volteada.
2. Alguien se dejó el corazón, sobre la mesa.
Eso... ¡esto! ES.
ResponderEliminarY al que se dejó el corazón sobre la mesa cabe el obsequiarle un beso en la frente por la valentía en dejar fluir esa misma naturaleza.
Saludos y buenaventura : )
Gracias. Saludos también.
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