domingo, 29 de septiembre de 2013

Una sencilla impresión.



-Ayer.

-¿Ayer qué?

-Ayer fue lindo… -dijo él.

-¿Por qué? –preguntó ella.

-Por la impresión, no sé…

-¿Qué impresión?

-La impresión que me causaste…

-¿Cuándo…? ¿Ayer?

-Sí, pero también antes… fue la misma impresión que hace seis meses.

-¿La impresión de cuando nos conocimos?

-Sí.

-Pues eso fue hace ocho meses.

-Mmm… bueno, fue una impresión que duró dos meses.

-Pues igual habría sido desde hace ocho.

-Las impresiones suceden cuando se acaban. Solo entonces quedan impresas.

-¿Y quién dice eso?

-Wingarden. Otto Wingarden.

-Ah.

-¿Me crees ahora?

-Sí… pero igual no entiendo la lógica.

-¿Qué lógica?

-No sé… el orden… cuando se emplean números.

-¿Te complican las matemáticas?

-No es solo complicar… es más complejo…

-No entiendo.

-Es que no sé cómo explicar… ¿cómo se llama eso que está entre el dos y el cuatro?

-Eh… ¿tres?

-Eso. Tres –dijo ella-. Reprobé matemáticas tres veces.

-Wingarden también repitió tres veces.

-¿Qué Wingarden?

-El tipo que dijo eso de las impresiones.

-¿Y después de reprobar se hizo matemático?

-No era matemático.

-¿Y qué era?

-No sé bien, pero ante todo no era matemático.

-¿Era antimatemático?

-Pues sí, algo así…

-La vida es antimatemática, también. Por eso repetí tres veces.

-Sí… eso también lo decía Wingarden… y decía que los números no existen…

-Pues eso todos lo saben.

-Sí, es cierto… pero hay que decirlo.

-¿Hay que decir lo que todos saben?

-Sí, es necesario.

-¿Por qué?

-Porque se necesita.

-Sí, obvio, pero… ¿para qué se necesita…?

-No sé… es como repetir un diálogo sencillo… cuando es honesto…

-¿Por qué?

-Porque la verdad vale lo mismo así, en trocitos o entera.

-…

-…

-¿Estás siendo honesto ahora? –preguntó ella.

-Sí –dijo él.

Ella sonrió.

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