-Ayer.
-¿Ayer qué?
-Ayer fue lindo… -dijo él.
-¿Por qué? –preguntó ella.
-Por la impresión, no sé…
-¿Qué impresión?
-La impresión que me causaste…
-¿Cuándo…? ¿Ayer?
-Sí, pero también antes… fue la misma impresión que hace seis meses.
-¿La impresión de cuando nos conocimos?
-Sí.
-Pues eso fue hace ocho meses.
-Mmm… bueno, fue una impresión que duró dos meses.
-Pues igual habría sido desde hace ocho.
-Las impresiones suceden cuando se acaban. Solo entonces quedan
impresas.
-¿Y quién dice eso?
-Wingarden. Otto Wingarden.
-Ah.
-¿Me crees ahora?
-Sí… pero igual no entiendo la lógica.
-¿Qué lógica?
-No sé… el orden… cuando se emplean números.
-¿Te complican las matemáticas?
-No es solo complicar… es más complejo…
-No entiendo.
-Es que no sé cómo explicar… ¿cómo se llama eso que está entre el dos y
el cuatro?
-Eh… ¿tres?
-Eso. Tres –dijo ella-. Reprobé matemáticas tres veces.
-Wingarden también repitió tres veces.
-¿Qué Wingarden?
-El tipo que dijo eso de las impresiones.
-¿Y después de reprobar se hizo matemático?
-No era matemático.
-¿Y qué era?
-No sé bien, pero ante todo no era matemático.
-¿Era antimatemático?
-Pues sí, algo así…
-La vida es antimatemática, también. Por eso repetí tres veces.
-Sí… eso también lo decía Wingarden… y decía que los números no existen…
-Pues eso todos lo saben.
-Sí, es cierto… pero hay que decirlo.
-¿Hay que decir lo que todos saben?
-Sí, es necesario.
-¿Por qué?
-Porque se necesita.
-Sí, obvio, pero… ¿para qué se necesita…?
-No sé… es como repetir un diálogo sencillo… cuando es honesto…
-¿Por qué?
-Porque la verdad vale lo mismo así, en trocitos o entera.
-…
-…
-¿Estás siendo honesto ahora? –preguntó ella.
-Sí –dijo él.
Ella sonrió.
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