martes, 10 de septiembre de 2013

Sin frenos.


Igual como un día a los niños
les quitan las ruedas pequeñas de su bicicleta
hoy me acerqué hasta la mía
y le arranqué los frenos.

Fue una extracción limpia,
desarrollada sin dudas de por medio…
algo natural, casi,
o hasta de higiene,
como alguien que se arranca
un diente podrido
que le infecta la boca.

Entonces fui a andar.

Elegí calles empinadas
y grandes pendientes.

¡Qué alivio ir sin frenos…!

¡Y qué alivio más extraño!

Y es que no se trata de riesgo
ni de aventura
ni de acción alguna relacionada con la valentía…

De hecho,
no fue nada de eso
lo que sentí pendiente abajo…

Así, la sensación fue más bien
cercana a la de ser responsable
momento a momento
de mí mismo.

Y esa responsabilidad,
aunque suene soberbio
(y hasta cursi)
se asociaba a una especie de valor
que tenía nuestra propia vida…

¡Cuánto tiempo desconociendo aquello…!

¡Y podía haber seguido a resguardo
perdiendo esa posibilidad
que te ofrecía el bajar a toda velocidad,
sin frenos,
y con tu propio peso…!

Entiéndase:
no se trata de ponerse en riesgo…
se trata más bien de descubrir
que aquello que podemos perder
es más valioso de lo que creemos.

Sin frenos, por la pendiente, pensaba aquello.

Mi corazón, por cierto,
se acercó a latir como lo hacía
cuando creía en el amor.

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