-Si veo una puerta la golpeo –me dijo-. Para eso
están las puertas. No pienso para qué, ni le doy vueltas al asunto, simplemente
golpeo y espero, junto a ella.
-¿Y qué esperas? –pregunté.
-Que abran. Que la puerta sea abierta y aparezca
alguien. Luego ya se verá.
-¿Y si no abren?
-Si no abren no es puerta –me dijo-. O al menos me
convenzo que no es puerta. Entonces busco otra.
-¿Para qué?
-¿Para qué, qué…?
-¿Para qué buscas las puertas?
-No sé bien… es parte de la vida, supongo… Además
no hay que buscar mucho. El mundo está lleno de puertas.
-¿Y has pensado por qué?
-¿Por qué hay puertas?
-Sí.
-Pues para golpearlas… ¿para qué más?
-¿Y si fuese una trampa?
-¿Las puertas?
-Claro… ¿qué pasa si las puertas son trampas?
-No te entiendo.
-¿Qué pasa si las puertas son trampas…? ¿Qué pasa
si son un engaño para que no te quedes en ti mismo?
-¿Y quién ganaría algo con eso?
-Quizá nadie, pero tú perderías.
-¿Así prefieres ver las cosas?
-No sé si lo prefiero. Así las veo, simplemente.
-Pues yo sí prefiero verlas de otro modo -señaló.
Nos quedamos en silencio un rato.
-¿Sabes qué va a pasar? –pregunté entonces.
-No –contestó.
-Un día vas a golpear una puerta, la puerta va a
abrirse y va a ser una salida…
-¿Una de esas de emergencia?
-Claro… algo así…
-Pues si eso ocurre, saldré por esa puerta –contestó.
-Quizá ya lo hiciste.
-…
-Quizá ya caíste en la trampa.
-…
-Ya ves. Ahora solo me falta cerrar la puerta –señalé.
Dejé pasar, entonces, unos segundos.
Y la cerré.
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