Encuentro una caja que tenía dentro otra caja.
No sé por qué, pero sonrío.
Es como si hubiese accedido a algo íntimo.
Al origen de una sensación.
O al hijo íntimo de la caja embarazada.
Parece extraño, pero me entrega una especia de alegría.
Y yo hasta bajo la vista, un poco, sonriendo.
Y es que a veces me sucede eso.
Es decir, me enternezco con
objetos.
Les descubro algo íntimo.
Entonces, pasan a ser algo así como seres invisibles.
O como esos seres pequeñitos en las historias de Miyazaki.
Sin embargo, ocurre que no puedo abandonar esos seres.
Así, resulta que recojo la caja que lleva a la otra dentro.
Una caja con un corazón de caja, me digo.
Y claro, un par de horas después la caja está en casa, mientras yo
preparo mi comida.
Mi casa como una caja, con otra caja que contiene también, una caja
dentro.
Eso pienso mientras preparo la comida.
Poco más pienso.
Entonces, de improviso, recuerdo que no intenté abrir esa caja más
pequeña.
Quizá no sea la última, me
digo.
Avanzo, así, hacia la caja.
Hacia la caja más pequeña, me refiero.
La observo a poca distancia.
Algo hay dentro, me digo.
Tomo la caja pequeña.
La observo.
Con todo, algo me dice que no debo tocarla.
O no abrirla, al menos.
Y bueno… hago caso y decido mejor dejarla ahí… junto a la otra.
Y es que, a fin de cuentas, olvidaré ambas cajas, con el tiempo.
Se perderá la sensación, me refiero.
Ya no sonrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario