El niño que lloró una vez al comprender una canción de Dylan.
El joven que sonríe mientras carga los paquetes de una abuela.
La chica que sintió que el corazón se le partía a los 15 años.
¿Dónde están, ahora?
La niña que lloró porque se le reventó un globo.
Los hermanos que llevaron el desayuno a la cama de sus padres.
El niño que se asombró al comprender qué decía el padre nuestro.
¿Dónde están?
El hombre que golpeó por amor.
La madre que colgó a sus hijos.
La familia que quemó sus pertenencias.
¿Dónde...?
Pues bien.
Algo me dice que ya no.
Que fortalecieron el corazón.
Que compraron otro globo.
Y que hasta pagaron sus culpas.
Sn embargo.
Un día habrá una grieta y verán que se equivocan.
Es decir.
Comprenderán que no recuperaron su globo.
Ni pagaron nada.
Ni fortalecieron nada.
Y entonces, algo incomodará cuando escuchen a Dylan.
O cuando les pidan ayudar.
O cuando se encuentren casualmente con aquel novio…
Así, solo quedará visitar la tumba de la madre.
Dejar flores en vez del desayuno.
Y comprar, por las tardes, nuevas pertenencias.
De esta forma, si hay suerte, sabremos dónde están.
Y podremos, tal vez, hablar sinceramente.
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