miércoles, 4 de septiembre de 2013

El sello.


-Los hombres verdaderos tienen algo así como un sello de agua –me dijo-. Basta con ponerlos al sol y mirar en su piel para detectarlo…

-¿Para detectar qué?

-Si son o no son verdaderos.

-Eso es absurdo…

-No lo es… ¿o es que tienes miedo?

-¿Miedo de qué?

-De ponerte al sol y descubrir si eres o no un hombre de verdad.

-Ese no es el punto.

-Claro que lo es… tú pones en duda mi teoría y yo te pido que demuestres que es absurda…

-No lo entiendes… pase lo que pase tu ganas… no me saldrá el sello, y tú dirás que soy falso.

-No dije falso…. Dije no verdadero.

-Da igual.

-No da igual… -insistió-. Ponte al sol.

-De acuerdo -acepté.

Salimos al exterior.

-Ponte ahí –me dijo- Bajo el sol.

-Todos estamos bajo el sol -dije yo.

-Me refiero a que te llegue justo… Mira, ponte ahí…

-¿Y ahora?

-Deja mirar… no te muevas…

-…

-…

-¿Y?

-Pues no se distingue bien…

-¿Eso quiere decir que no soy verdadero?

-Sí… o sea eso debería decir, pero…

-Pues escucha: te voy a contar un secreto –le dije.

-¿…?

-El problema no es mi sello… yo soy verdadero…

-¿Y entonces?

-El problema es el sol… El sol es el no verdadero, no yo… -expliqué.

-Mmm…

-¿No crees?

-Puede ser…

-¿Te lo demuestro?

-De acuerdo –me dijo.

Entonces, sin mayor dilación, y ante un pequeño gesto mío, toda la escenografía se vino abajo.

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