-Los hombres verdaderos tienen algo así como un sello de agua –me dijo-.
Basta con ponerlos al sol y mirar en su piel para detectarlo…
-¿Para detectar qué?
-Si son o no son verdaderos.
-Eso es absurdo…
-No lo es… ¿o es que tienes miedo?
-¿Miedo de qué?
-De ponerte al sol y descubrir si eres o no un hombre de verdad.
-Ese no es el punto.
-Claro que lo es… tú pones en duda mi teoría y yo te pido que
demuestres que es absurda…
-No lo entiendes… pase lo que pase tu ganas… no me saldrá el sello, y
tú dirás que soy falso.
-No dije falso…. Dije no verdadero.
-Da igual.
-No da igual… -insistió-. Ponte al sol.
-De acuerdo -acepté.
Salimos al exterior.
-Ponte ahí –me dijo- Bajo el sol.
-Todos estamos bajo el sol -dije yo.
-Me refiero a que te llegue justo… Mira, ponte ahí…
-¿Y ahora?
-Deja mirar… no te muevas…
-…
-…
-¿Y?
-Pues no se distingue bien…
-¿Eso quiere decir que no soy verdadero?
-Sí… o sea eso debería decir, pero…
-Pues escucha: te voy a contar un secreto –le dije.
-¿…?
-El problema no es mi sello… yo soy verdadero…
-¿Y entonces?
-El problema es el sol… El sol es el no verdadero, no yo… -expliqué.
-Mmm…
-¿No crees?
-Puede ser…
-¿Te lo demuestro?
-De acuerdo –me dijo.
Entonces, sin mayor dilación, y ante un pequeño gesto mío, toda la escenografía
se vino abajo.
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