El hombre más veloz del mundo
no puede dejarse atrás.
Imagínenme a mí, entonces, intentándolo.
Una y otra vez, me refiero.
Entre los otros.
Cambiando unas palabras
por otras.
Errando constantemente
la dirección de mis pasos.
¡Qué desperdicio…!
¡Tanto hablar de uno mismo
y no desaparecer nunca…!
Intentar, eso sí.
Pero intentar siempre en la superficie.
Creer que nos desvanecemos
mientras botamos el humo del tabaco.
Buscar un centro falso.
Aprender lo innecesario.
Narrar las manchas de vino
para no narrar la piel.
¡Qué pérdida de tiempo…!
Y es que el niño
que juega a contar hacia atrás
está más cerca del significado del mundo
que cualquiera de nosotros.
Obsérvenlo hacer.
Óiganlo contar.
Teman cuando la cuenta comience a acercarse
al cero.
Verán entonces cómo el hombre veloz
disminuye poco a poco su andar
hasta detenerse y tomar aire.
Estas son sus palabras:
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