viernes, 24 de mayo de 2013

Vian, emperador enclaustrado.


No abdicar.

Me enseñaron que no se debía abdicar.

Me dijeron que debía permanecer en el sitio acordado.

Ese es tu lugar, señalaron.

Y claro, yo les creí.

Entonces, más que a vivir, me dediqué a no abdicar.

Me mantuve firme.

Débil en muchos aspectos, es cierto, pero firme en lo esencial.

Puedo asegurar, que ocurrió así.

Es decir, me retiré a otros sitios, es cierto, pero ejercí mi rol desde ahí.

Fui obediente... incluso en los periodos más difíciles…

No abdiqué, en definitiva.

Y eso era lo importante, pensaba.


Hoy, sin embargo, descubro que mi imperio ya no existe.

De hecho… me es imposible demostrar que existió, alguna vez.

Quiero creer que sí, por supuesto, pero el creer se vuelve cada vez más difícil…

Y la idea del imperio se desmorona, y hasta el emperador se desmorona, con su imperio.


No abdiqué, me digo entonces.

Y sé que eso debiese bastar.

Pero no basta.


Así, enclaustrado en la biblioteca, me sueño emperador de un reino perdido.

No obstante, ejerzo mi cargo, como si fuese aún el mayor de los imperios.

Y es que en definitiva, no se trata de abdicar o no abdicar.

Y claro… tampoco se trata de la existencia o desaparición del imperio…

Yo hablo más bien de eso que no digo…

De eso que incluso tratando, no debe decirse.

Ese es mi imperio.


No insistan, por lo tanto, pues no abdico.

No cedo.

No renuncio a esas pequeñas posesiones.


Y es que si doy un paso atrás mi imperio desaparece.

Definitivamente, me refiero, desaparece.


Ustedes harían lo mismo, sin embargo, estando en mi lugar.

En eso confío.

En eso creo.

Mi imperio es la fe en el corazón de los otros.



No abdico.

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