domingo, 9 de mayo de 2010

En los zapatos de mi hijo.

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Como una niño metido en los zapatos de su padre, intento meter los pies en los zapatos de mi hijo. En sus sueños o en lo que sea que deja tirado en la pieza luego que se va, tras venir cada sábado.
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A veces en la noche, desde la pieza contigua unida a la de él por un espacio donde no hay puerta, lo escucho hablar en sueños, y sé que hay algo ahí, complejo, algo levemente intranquilo, en lo que me gustaría ayudar.

Entonces también intento acercarme a él, enviarle la tranquilidad que me queda por si le sirve, y buscar poco a poco las sombras que en sus sueños le impiden ver con claridad, y alumbrarlas un poquito.

Verlo y escucharlo es reconocerme, salir con él, conversar, o jugar simplemente. Hay algo en su comportamiento que me hace sentir a gusto y que me reconforta desde el punto que yo mismo me siento comprendido. En palabras sencillas podría decir que cuando me ve me siento visto, y eso, aunque parezca sencillo, no es algo que en mí se dé tan fácil.

Hoy poco antes que se fuera salimos a caminar, aprovechamos de ir a comprar algunas cosas y pasar a comernos algo. Como hacía algo de frío le puse un polerón mío, y es que ya hasta mi ropa le está quedando buena. Bastó doblarle un poco las mangas y ahí andaba él... con un polerón negro y amarillo que decía "since 1979", justamente como yo.

No se malentienda, no fuerzo el parecido, y el vestirlo con mi ropa fue algo circunstancial porque simplemente él no había traído mucha ropa abrigadora, el punto es otro... el punto es que está creciendo y ya se acercan tiempos en que quizá decida salir con amigos en vez de venir acá, o salir con su polola -bueno, puede que falte más para eso- y debo reconecer que si bien me asusta un poco, es algo que me alegra.

Y me alegra tener el tiempo para él hoy. No haber tenido otro hijo, -aunque igual me gustaría más adelante- o simplemente poder darme el lujo de no trabajar algunos días para poder compartir más con él, y apoyarlo un poco en sus estudios.

Me gusta esto de que no tengamos tanta distancia en edad, -él nació cuando todavía yo no cumplía los 19- y que a veces podamos jugar un pool juntos, o reírnos de las mismas cosas...

Aún así me cuestiono hasta qué punto esta relación pueda serle útil. Desde pequeño no ha tenido muchos amigos fuera del horario escolar -en la vasa donde se crió habían muchos testigos de jehová y eso lo frenó en distintos sentidos- por lo que siempre me ha visto compartiendo el rol de padre junto al rol de amigo.

Recuerdo que cuando chico por ejemplo, cuando lo visitaba, si el iba al baño o debía hacer algo puntual, solía dejarme algún juguete para que no me aburriera... o cuando en su graduación de kínder se acercó el fotógrafo para tomarle una de las fotos del pack, que era con su mejor amigo, fue hasta mí y quiso sacársela conmigo... Es cierto, da alegría, pero también es algo que debe ser compensado con otros vínculos, que espero ayudar a reforzar de mejor forma.

Y bueno, ahí están algunas de sus cosas en la pieza contigua. Su cama aún deshecha y algunas revistas que hojeó la última noche... y el polerón mío que usó, y que cobrará de hoy en más un significado extra...

Y ahí estoy yo buscando que esas cosas me empapen, que se me adhiera algo mágico de todo aquello que toca este chiquillo, como si pequeños manantiales de agua brotaran desde aquello que me rodea y que, de cierta forma, hemos compartido.

Y es que suelo tener sed. Y los labios se me secan y los dientes me chocan, a veces, por las noches. Y esta agua se me hace necesaria, y bella, y refrescante.

3 comentarios:

  1. Que ganas tener algo o alguien que te haga sentir así. aunque me parece un poco triste... Me gustaba cuando escribías textos como este.

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  2. Sí... yo también, pero estoy demasiado agotado para tratar temas así de importantes... :)
    Igual ayer no más anduvimos corriendo y haciendo ejercicio juntos... pero no me gusta contar a la rápida (con ese agotamiento de por medio) ese tipo de cosas.
    Igual no es excusa...
    Saludos.

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  3. Cuando era niña, oí a un gringo decir que los hijos eran como un pequeño corazón nuestro, que salía de nosotros a vivir el mundo. La primera vez que vi a mi pequeño corazón, supe que eso de cortar el cordón, es una falacia

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