sábado, 1 de mayo de 2010

El transportador de bichos / El bicho transportado

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I: El transportador de bichos.
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Hace varios años me di cuenta que algunos bichos suelen pegarse a mí sin razón alguna. Y no lo digo por mis alumnos o uno que otro amigo algo pegote, no se malentienda. Me refiero a bichos propiamente tales: chinitas, escarabajos, chanchitos de tierra, o hasta alguna mariposa, aunque ésta última sea una excepción más que un acto reiterado.
Fue en los tiempos de la u cuando me di cuenta, aunque en verdad era algo que me sucedía desde pequeño. Lo principal eran chinitas, de hecho eso fue lo que primero me di cuenta. De vez en cuando me sacaba una del pelo o las encontraba en la cama, al acostarme. Tampoco es que fuese una invasión, pero era algo que ocurría a menudo y ya ni sorprendía. Además como dicen que traen buena suerte no me aproblemaba.
Pero el punto es que de un momento a otro comencé a darme cuenta que las chinitas eran sólo la parte agradable de los bichos, hormigas entre los pelos de las piernas al acostarme, algún chanchito de tierra en los bolsillos. o hasta una araña grande que una vez me anduvo por la cara en mi examen de grado, fueron algunos de los que comenzaron a hacerse habituales.
Incluso en mis primeros años de profe algunos alumnos se percataron del asunto, si hasta encontré hace poco un dibujo que había guardado donde salgo con una bufanda en la que caminan dos orugas, mientras anoto algo en la pizarra.
Es cierto, quizá pudo deberse a un aspecto meramente higiénico, pero sólo en algún tiempo, y el asunto se repetía en las formas y lugares menos esperados.
Aparte de las chinitas, que eran algo agradable, recuerdo una vez que se me pegó una mariposa. Era el tiempo en aún estaba en el colegio cuando una compañera me la vio prendida en el chaleco. Yo por jugar dije que era mía, que estaba amaestrada. Recuerdo que poco después que lo dije la mariposa voló, dio una vuelta y volvió a posarse en mi chaleco. Supongo que debí haberle sacado mayor provecho pues varias chicas se interesaron en la mariposa, pero el asunto no duró más de un día. Recuerdo también que ese día debía sacar unas fotocopias, y fui hasta un bazar que quedaba más menos cerca de mi casa. Todavía tenía la mariposa y ésta ya llevaba varias horas conmigo, por más que me moviese de un lado a otro, o atravesara calles, cambiara el ritmo de un momento a otro. En el bazar atendía una chica que me gustaba. Era bastante mayor, pienso hoy día, pero el caso es que algo me atraía. Al momento de sacar las fotocopias, la chica se percató. Yo le puse un dedo cerca a la mariposa y ella se posó encima. La chica me miró y vio aquello. Pero no recuerdo que habláramos nada en especial.
Nunca más fui a ese bazar, en todo caso. Ya no tenía gracia sin la mariposa, pensaba, y bueno, la chica era bastante mayor según recuerdo, y yo además era bastante inseguro y, no sé... no fui más, para abreviar.
Ese debiera ser el final de la historia, pero el punto es que el bazar cerró al poco tiempo. Y como no eran años de tanto robo e inseguridades, recuerdo que quedó la vitrina de vidrio con muy pocos productos dando hacia la calle (era una esquina con varios locales). Y yo debía pasar por aquella esquina para ir al colegio y siempre miraba dentro, no sé por qué.
Me faltó decir que en el bazar, además de artículos de escritorio, la chica vendía varios objetos hechos por ella, en distintas técnicas, pero casi todos adornos, pinturas sencillas en objetos de madera, monitos hechos en base a cuerda, que luego revestía con tela, y pelo.
¿Por qué recuerdo eso? Porque un día pasé, y me fijé en algo. Junto a unos relojes feos en la parte baja de la vitrina quedaba un muñeco de cuerda, hehco en base a nudos. Tenía una ropa azul y verde y el pelo algo lacio caído hacia un lado. Se le veía un ojo de botón y el otro quedaba bajo la chasquilla. Y tenía bajo un brazo unas hojas de distintos tamaños y en la punta del otro una mariposa.
Tan inseguro era que reciém hoy estoy seguro que ese era yo. En ese momento lo pensé una coincidencia, y si bien me llamó la atención no me sentía tan importante como para que me hubiesen retratado. Y mucho menos esa chica bastante años mayor, y bonita y con quien no recuerdo haber cruzado más que unas mínimas palabras.
Pero sí, hoy más que nunca me reconozco en ese muñeco. Quizá no tanto por la mariposa o los bichos que quizá me han dejado de utilizar, un poco, de transporte, sino por los nudos con los que mi yo-muñeco estaba hecho. Y es que todos los muñecos que hacía aquella chica los hacía en base a nudos, y hoy son esos nudos, esos mismos nudos, estoy seguro, los que siento acá adentro.
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II: El bicho transportado
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El otro día estaba fuera del colegio donde trabajo esperando un colectivo. El colegio queda más menos alejado de grandes calles y está instalado cerca de algunas villas. Cerca de esas villas espero al colectivo. Lo espero en una esquina junto a unos terrenos eriazos que creo, son parte del colegio, y frente a un almacén donde a veces paso a comprarme un helado. El punto es que esperaba el colectivo y de pronto veo que viene. Yo dudaba entre ir a comprar un helado o subirme directamente. El punto es que lo dejé pasar y no fui a comprarme el helado. Así que seguí en la esquina. Lógica pura. O impura. Pero lógica a fin de cuentas.
El punto es que pasaron los minutos y no veía otro colectivo así que me senté en la cuneta a leer algunos trabajos de mis alumnos. En eso estaba cuando vi que a lo lejos, en la dirección que debía venir el colectivo, venía una tortuga. Y no venía lento. Avanzaba a un ritmo definido e iba justo apegada a la cuneta, por el borde de la calle. En la calle además no se veía nadie. Y la tortuga se acercaba desde una dirección contraria a las casa donde pudo haber sido una mascota.
A pocos centímetro de mí se detuvo. Yo la miré y la tortuga levantó la cabeza, para verme. Tenía la caparazón algo café, auqnue luego noté que se había puesto algo más verde. Debe haber medido unos veinte centímetros... y bueno... era una tortuga. No pienso escribir una novela para describirla.
Así que ahí estábamos, la tortuga y yo. Como Aquiles, pensaba, y entonces pasó otro colectivo y también lo dejé pasar. Y la mariposa subió a la vereda y se puso a mi lado. Y al igual que Aquiles pensé que para dar un paso debía dar medio paso y que para dar ese medio paso debía antes avanzar una mitad de esa mitad y un peso extraño me vino encima. Como si de pronto también cargase con una caparazón llena de años y fuese también parte de mí y yo de ella.
La tortuga entonces se acercó hasta el trabajo de uno de mis alumnos y mordío un trozo de papel, aunque al final no se lo tragó y sólo lo dejó a un lado. Pero cuando me acerqué para alejar los papeles de ella y tomarla quizá, escuché una pequeña voz que me hablaba, desde ella, y me preguntaba: ¿sabes cuánto vive una tortuga?
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III: Diálogo de dos bichos.
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¿Sabes cuánto vive una tortuga?
No.
Dicen que entre 60 y 80 años.
Harto.
¿Harto?
Mmm, sí, como los hombres...
¿Los hombres viven entre 60 y 80 años?
Sí, en promedio sí, mueren como a los setenta y tantos, algo así...
Yo no te digo cuando mueren, sino cuanto viven.
No te entiendo.
No importa. Entre las tortugas tampoco nos entendemos. Y con esto de la muerte mucho menos... ¿Sabes cuántas veces he muerto yo por ejemplo?
No te entiendo... no sé
¿Que cuántas veces he muerto? ¿Sabes o no?
No. No sé...
Pues he muerto muchas veces. En un principio me afectaba. Hoy día ya no. ¿Sabes que día es hoy?
28 de Abril, aunque estoy escribiendo esto un primero de Mayo...
No confundas, dejémoslo en un 28 de Abril, quién sabe que pasará conmigo este primero de Mayo... ¿Te puedo pedir un favor?
Sí, no hay problema.
Puedes subirme a ese lugar, ahí, donde da el sol... Gracias... Sabes. El sol también les hace bien a las tortugas. La luz del sol rejuvenece y fortalece nuestra caparazón...
¿La endurece?
No. La fortalece. Los hombres siempre nivelan esos dos significados...
Disculpa.
No importa. Es algo que no sabías. Escucha: La luz del sol rejuvenece, las sombras envejecen. Repítelo:
La luz del sol rejuvenece, las sombras, envejecen...
Bien. Aprendes rápido. Pero sigues en la sombra.
Es que no me gusta el sol, no mucho...
No lo conoces, que es distinto. Tú fuiste un niño que creció a la sombra, como una planta de interior...
Pero eso no es malo-
Pero tú no eras una planta de interior. eso es lo malo. Y envejeciste de pequeño... Yo en cambio en vez de envejecer muero, o solía hacerlo... siempre como por estas fechas muero... ustedes creen que hibernamos, pero en realidad morimos. Los niños lo saben...
¿Qué cosa?
Que en verdad morimos. Por eso cuando nos ven hibernar se asustan y lloran y entienden que nos morimos. A veces incluso nos esconden para que sus padres no nos vean, pues piensan que ellos han tenido la culpa de nuestra muerte...
Yo cuando chico maté un patito que me habían regalado... Creo que lo tomé demasiado fuerte, no sé... Me asusté y lo guardé en mi pieza. Dije que se había arrancado. Luego lo eché en la casa del perro de una tía que vivía en una casa que estaba en el mismo terreno de la nuestra...
Sí, pero confundes... nosotras morimos distinto que ese pato. Nosotras morimos, pero cargamos con nuestra muerte, y nuestra caparazón se hace más pesada al otro año. No es que cambie de peso, literalmente, pero todo aquello que vivimos pasa a ser parte de aquello que cargamos, pero es a a vez algo que nos protege... Disculpa si hablo medio extraño, pero es que mi última dueña me leía a Coelho...
Que pena...
Bueno, al menos me leía, pasé 30 años sin que nadie me leyera nada. De hecho creo que fue por ese entonces cuando dejé de sentir dolor...
¿No sientes dolor?
No, no siento dolor. Eso es lo que sucede con las muchas muertes. Las cosas se dejan de sentir, y sólo se cargan, pero hasta al peso te acostumbras.
Yo una vez me sorprendí porque sentí que cargaba un peso sobre uno de mis hombros, me di cuenta en un cerro, tras comer unos hongos...
Puede ser algo así, aunque en tú caso estabas cargando una vida, que es distinto. Y otras cosas... El punto es que no siento dolor alguno, y ya no sé si quiero otra de mis muchas muertes...
¿Cómo?
Debí haber comenzado a hibernar ya hace algunas semanas, no lo he hecho... Así que algo ya me está pasando ¿No te diste cuenta que arrastraba las patas traseras?
No, yo creí que avanzabas perfectamente.
Pues no. Arrastro mis patas traseras... Ponte de pie, ahí viene la bibliotecaria y la inspectora de tu colegio, van a pensar que estas loco...
¿Las conoces?
Sí, no puedo comprener algo si no comprendo todas las pequeñas cosas...
¿También te leen a Jodorowsky?
No sé de quien me hablas... Pero es que acaso no sabías que en algunas culturas, las tortugas somos considerados dioses, los dioses de las pequeñas cosas...
¿Qué quiere decir eso?
Que tenemos la facultad para alterar las pequeñas cosas, y esas pequeñas cosas pueden provocar cambios obviamente en quienes los rodean...
¿Y a eso viniste? ¿Porque te estaba necesitando?
No. Vine a decirte que tú no mataste ese pato. Que has transformado un recuerdo y te has sentido mal de forma innecesaria.
¿Esa es una de las pequeñas cosas?
No, esa es una de las cosas grandes. Las cosas pequeñas son aquellas que olvidas y que vas a recordar como por arte de magia cuando escribas esto, el primero de Mayo...
¿Qué recordaré?
...
Pero en ese momento un perro comenzó a ladrar y tuve que tomar a la tortuga para que no le hiciese daño.
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IV: El transportador de bichos (2).
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Entonces mientras tomo la tortuga me fijo que se detiene un auto. Va una mujer y dos niños en él y la mujer me dice que si encontré ahí esa tortuga. Luego me dice que es de una vecina que vive en la otra calle. Que ella puede llevársela...
Yo miro a la tortuga para ver si me hace un gesto, o algo. Pero no hace nada. Se ha guardado en la caparazón... quizá ha muerto nuevamente, pienso, y hasta me da pena.
Siento que lo correcto es entregarla y se la paso a la mujer. Luego ella se ofrece a llevarme pues va en mi misma dirección.
No hace falta, le digo, gracias. Y decido irme caminando. Son como 40 minutos de aquí a donde estoy viviendo, pero quizá me haga bien. Avanzo. Por el camino pienso y recuerdo lo de los bichos. Que yo era un transportador de bichos.
Pasó un día.
Y pasó otro.
Hoy, primero de Mayo, descubro que la dueña de la tortuga, esa que le leía a Coelho, era la misma chica que me vio con la mariposa y que hizo mi figura en un cordel.
Estoy seguro.

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