viernes, 21 de mayo de 2010

Respeto a los dioses. No confío en ellos.


Termino de ver la saga Samurai, de Hiroshi Inagaki, filmada en los años 50 y quizá la más importante de aquellas donde se reflejan los valores y la formación de estos guerreros, esta vez en función de la figura de Miyamoto Musashi, quizá el más venerado de los samurai en la historia del Japón.

A través de las tres películas que la componen, Inagaki no sólo muestra la transformación de este personaje hasta uno de sus duelos más memorables, sino que sabe abordar el problema que le plantea a este ser rudo y sin mayor preparación, -al menos según la visión de la película-, transformarse en un samurai y aprender, al mismo tiempo, lo que significa realmente ser un hombre y reconocer, en las acciones más cotidianas, el verdadero valor de la vida.

Todo este proceso, por lo demás, será reflejado magistralmente por Mifune, quién logra mostrar a través de su actuación, la evolución de este hombre. Ya sea en su uso del lenguaje, en sus movimientos, o hasta en la forma de mirar a los que lo rodean, y relacionarse con ellos.

La ctuación, además, se refuerza con el cambio en el enfoque que propone Inagaki al momento de mostrar al personaje, ya que las tomas que realiza, y que sufren una fuerte transformación a partir de los mismos cambios que le suceden al personaje, me parecen muy bien realizadas y, si uno quisiese visualizar al personaje en dos momentos distantes del film, se daría cuenta inmediatamente que la forma en que es tratado por la cámara ha variado también, lo que colabora con el excelente trabajo de Mifune que mendionábamos anteriormente.

De esta forma, en la primera película de la saga, se nos muestra al personaje rudo, sin preparación alguna, que se lanza a la guerra con un objetivo reducido y poco trascendente, asociado con la fama principalmente aunque existan ya, desde un incio, ciertas acciones que dan luces sobre algo que está latente en su espíritu y que tiene ansias de otros logros.

Sin embargo, ya en esa misma película, el personaje de Musashi sabe diferenciarse del resto de los hombres comunes, tomando distancia de los deseos por los que estos hombres son arrastrados. Y es que el personaje interpretado por Mifune tiene una fuerza que es pura, que arrasa con todo sin contaminarse aunque, hasta ese momento al menos, sin ser consciente de su verdadera fuerza y naturaleza.

Quizá por eso sea necesaria la figura del monje que lo atrapa. O la excelente imagen de cuando Musashi -aún llamado Takezo pues aún no adoptaba su nombre nuevo-, se encuentra amarrado colgando de un árbol, siempre encolerizado, nunca dispuesto a doblegarse, pues no sabe ni entiende siquiera lo que está viviendo, de qué debe arrepentirse, y no morir quizá sea la única forma que tiene entonces su espíritu para manifestarse.

Para su liberación es necesaria la presencia de Otsu, otro buen personaje, y con una actuación notable. La mujer que será la contraparte de este samurai, y que lo incitará continuamente a optar por un mundo o por otro, hasta que se dé cuenta que quizá ninguna de esos dos mundos, que él mismo convierte en sus dos opciones, existen de la forma en que él los cree, realmente.

En esta película también se aprecia el inicio de la educación samurai de Musashi, y si bien aún no le da forma a la esencia del personaje, le hace ver que no es nada aún, que su camino no fue camino y que éste recién está ahí delante. Que no llega ni a la s de samurai, y le muestra además el sacrificio que ha de hacer si realmente quiere llegar a ser esto.

Y Musashi lo hará. O lo intentará al menos. Quizá porque no es nada bajo la máscara de samurai que pretendió tener erróneamente en un inicio, y deberá forjarse un rostro a medida que se aleja de lo que para él, no tiene una forma concreta.

La segunda película de la saga, en cambio, recoge a un personaje que ha desarrollado una técnica, que tiene la fuerza necesaria para vencer, es decir, un personaje que podría quizá ser llamado samurai y ser respetado por sus contrincantes. Sin embargo, Musashi parece saber, y así lo va haciendo a lo largo de la película, que aún necesita algo, que hay algo que no comprende, y que no cesa de intentar conocer en medio de sus acciones.

En esta película entonces, Musashi, se da cuenta que no es aún un samurai, que es sólo un hombre fuerte... es cierto, quizá el más fuerte de todos, pero aquello es insuficiente para darle una forma real a su espíritu.

Y es que a Musashi parece sobrarle arcilla tras tomar esa forma, y sigue buscando, -mientras lucha con toda una escuela de espadachines y es acosado por Otsu y por otra mujer interpretada por Mariko Okada, quizá la más bella de las actrices japonesas que he visto-... ¿qué decía? ah, que Musashi sigue buscando forma... que su fuerza le es insuficiente y los triunfos tampoco le terminan de enseñar lo que busca.

Quizá cuando se da cuenta de esto Inagaki se conforma y dar por terminada esta segunda parte. Esto, no sin antes introducir al personaje de Kojiro Sasaki, un vanidoso samurai obsesionado con ser él quien logre vencer a Musashi y que será parte esencial de la última película de la saga.

En ésta, en la tercera y última película de las presentadas por Inagaki, Musashi ya ha comprendido algunas cosas. Evita la fama y las batallas innecesarias, y hasta se va a vivir a un pequeño poblado donde comienza a trabajar la tierra.

Es cierto, tiene un duelo pendiente con Sasaki, pero su modo de entrenar, su forma por lograr el aprendizaje que aún le faltaba, adopta el camino de esta vida sencilla, aislada... la vida que en definitiva de la cual el personaje había huido en el inicio de la primera película.

Desde este punto de vista, es como si Musashi quisiese asomar su cabeza dentro de su otra existencia, esa que no eligió, pero que quizá también tenía algo que enseñarle. Y es que al dejar los deseos de fama, al alejarse de todo para arar la tierra, Musashí llega a comprender aquello que había andado buscando, tal como se lo hace saber a Otsu, quien llegó hasta aquel poblado, buscándolo:

"¿No es extraño? Estoy empezando a captar el verdadero valor de la vida. La tierra me lo ha enseñado"

Sólo entonces, tras haber comprendido aquello que le enseña a este samurai a ser también un hombre, se encuentra este hombre-samurai preparado para acudir a su duelo con Sasaki.

Y es que la historia de Musashi podría resumirse un tanto así:

"Hubo una vez algo que quiso ser un samurai. Y ese algo tenía fuerza e ímpetu similar a la de un hombre. Y ese algo logró hacerse samurai, y fue como si un vacío se hubiese puesto una armadura. Pero ese vacío hecho samurai se dio cuenta que necesitaba de un hombre debajo, para no seguir sintiéndose vacío -algo así como El caballero inexistente de Calvino-, y para sostener y dar forma a aquella fuerza que sin el hombre debajo podía incluso volverse contra sí misma..."

Y bueno, tras entender esto, decíamos. Musashi va a su duelo, viajando sobre el mar -sobre el agua que ya había sido clave en las películas anteriores-, y se prepara para enfrentar a este samurai que era en cierto sentido su opuesto, y luchan en una escena bastante bien lograda -a diferencia de varias escenas de la saga que carece en general de una buena fotografía- justo ante la puesta de sol, en el borde del mar... como para que se oculte de una vez ese samurai-sol y termine de nacer el hombre. Una lucha entonces, similar, podríamos decir, a un trabajo de parto.
Es entonces cuando la saga de Musashi da término, aunque pudiese haber seguido pues su vida y sus historias daban para mucho más, y es que la intención de Inagaki parece estar clara y bien establecida desde un inicio. Y es que luego que el hombre-samurai está terminado, hay que dejarlo en libertad para que siga su vida y ya no tenemos derecho para inmiscuirnos ella.
A pesar de eso, -sin saberlo en realidad pues este acto fue anterior a ver las películas-, me inmiscuí de todas formas leyendo el libro que Musashi escribió poco antes de su muerte. Y es que dos años antes de aquello, Musashi dejó el castillo donde vivía ejercitándose en una serie de técnicas artísticas y de meditación y se alejó hasta la caverna Reigando. En ese lugar, donde permaneció sus últimos años, escribiría El libro de los Cinco Anillos, donde a excusa de hablar de la estratefia y de las técnicas con la espada, nos cuenta exactamente como se forja realmente un hombre... como la debilidad a un lado de la fuerza es necesaria para darle sentido a nuestra vida y apreciarla plenamente.

Y es que Musashi había aprendido de dioses que le habían enseñado que la fuerza es la mayor virtud. Y, si bien los respetó, supo darse cuenta que dentro del samurai que domina aquella fuerza existe también un hombre, y que la naturaleza de ese hombre, esa debilidad humana que mucha veces los dioses criticaron, era la verdadera guía, el complemento necesario para que la tierra del espíritu humano diese frutos buenos. Y abundantes.




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