domingo, 23 de mayo de 2010

Brueghel, el campesino, y el lenguaje de la tierra.

Se dice que para evitar confusiones con los otros artistas de la familia, comenzó a nombrarse a Pieter Brueghel, el viejo, como Brueghel, el campesino, debido principalmente a la naturaleza de muchos de sus cuadros, donde el paisaje se hizo tema central y las figuras de los campesinos eran abundantes y características.

Sin embargo, con esto, si bien se soluciona un problema que podríamos llamar nominal, se abre un segundo problema, mucho más habitual al toparnos con los estudios hechos sobre este pintor, donde suelen dejarse de lado varios de sus trabajos y se reduce además el papel que cumplen estos mismos campesinos al interior de sus cuadros, como si se tratasen simplemente de rebaños u otros seres-objeto repetitivos.

Y es que el centro de los cuadros de Brueghel -aquí sólo me referiré a él así que no me preocupo más por la nomenclatura-, no deja de ser nunca humano, por más que algunos de sus más reconocidas obras parezcan centrarse en otros elementos.


Tomemos como ejemplo ejemplo el cuadro arriba reproducido. Se trata de una composición titulada La recolección de heno, que formaba parte además de una serie de cuatro pinturas de las cuales tres se conservan actualmente en el palacio Lobkowitz, en Praga.

Podemos apreciar en él cómo los tonos del paisaje se reproducen en los campesinos que aparecen en el cuadro, formando sólo "una unidad", donde existe también un solo ritmo, por llamarlo de alguna forma, prevaleciendo además cierta presencia humana en el paisaje.

No se trata sólo de hombres enmarcados en un medio natural, como se ha pretendido ver, sino que el cuadro revela una comunión entre estos elementos, -algo que se daría también en Japón con Hiroshige y sus estaciones entre Kioto y Edo-, y esta comunión parece mirarnos siempre desde un lado humano, que es en el fondo elemento que da el sentido a esta obra.

Tuve la suerte hace unos meses de estar al frente de este cuadro y no pude no conmoverme con el rostro de una de las tres mujeres que caminan en la parte baja del camino. Y es que una de ellas -no sé si alcanza a apreciar bien en la imagen reproducida-, mira directamente hacia el espectador. Y en la expresión de su cara, -entendí cuando la vi-, parecía estar reflejado el espíritu entero del cuadro, su verdadera dirección. Su significado. Algo que resumía la comprensión del pintor por el mundo que reflejaba.

Y es que creo que una de las cosas que hacen de este Brueghel un pintor superior al resto de los de su época, -aquello que le da una dirección distinta-, es justamente esta composición total, esta comunión que existe al interior de sus cuadros y en que lo central no son ni sus personajes ni el entorno natural, sino que su significado está dado por la armonía que existe entre ambos, por la sensación que se forma por la perfecta correspondencia entre los elementos. Por un todo.

Este todo, sin embargo, no es una totalidad dada por la suma de sus partes, sino que es algo que subyace en el cuadro, algo así como el espíritu del cuadro... y es que si tomamos por ejemplo un fragmentos aislado de uno de sus cuadros, la armonía de éste también se mantiene en dicho fragmento.


Es por esto quizá que no puedo asimilar la obra de Brueghel si no es entendiéndola como un lenguaje por sí misma: nada de signos que funcionan rígida y concatenadamente sino que el conjunto de elementos reunidos en ellos pasa a ser un núcleo indivisible, donde separar significante y significado se hace difícil pues todo forma parte de una misma sensación. Un lenguaje vivo similar a esas lombrices que si las partimos siguen viviendo por separado, pero siempre una misma existencia.

Y es por esto por lo que la obra de este Brueghel me atrae, por que al verla se hacen innecesarios los signos convencionales y tenemos a estas creaciones como un nuevo sistema de sugnificación, un ejemplo concreto de que el arte puede dar forma a un nuevo lenguaje, un lenguaje que no utiliza signos establecidos sino que se presenta a sí mismo como la cosa concreta, algo así como un mensaje divino que no sabe expresarse sino es a partir de las cosas mismas.

Y es que en cierto sentido nuestro lenguaje convencional, -mi medio de sutento a todo esto, y en todo sentido-, no hace sino alejarnos de las cosas mismas, de las sensaciones, del mundo que es un todo indivisible y lleno de un sentido que no puede ser desmenuzado... Recuerdo entonces algunas noches valdivianas cuando la gente celebra y a veces te lanza challas a la boca y a los ojos y pienso que el lenguaje hace también un poco eso cuando intenta dar cuenta de un mundo -interno o externo, no existen aquí diferencias- y por eso es que la obra de Brueghel me parece aún más portentosa: en ella no hay una dirección, en ella hay totalidad, en ella existe la presencia de un lenguaje perfecto: un lenguaje-mundo que se contiene a sí mismo y que se abre continuamente como un mundo-flor.

Con todo, no creo que Brueghel haya sido consciente de su propio lenguaje, más allá que su obra hoy en día más reconocida La construcción de la torre de Babel, trate justamente sobre este tema.

Y es que en esta misma obra podemos apreciar lo que decíamos anteriormente. La obra no sólo da cuenta de esta torre "total", sino que además reúne en ellas una totalidad de estilos (principalmente babilónicos entrelazados con el coliseo romano); une tiempos disímiles reflejados en el tipo de navíos y en la historia misma; une personajes que se expresan de una forma exraña (tenemos por ejemplo la genuflexión propia del oriente), nos muestra una ciudad abarrotada y unas colinas aún despobladas... y por sobre todo nos muestra una construcción-ruina, algo que se yergue sobre pilares y bases aún no terminados... nos muestra, en definitiva, un todo, el producto de una lengua única, y nos restaura, en cierto sentido, ese lenguaje.

Nada más lejano de este Brueghel resulta ser la figura de El Bosco con quien a veces se le pretende relacionar: y es que el todo de El Bosco aún es el resultado de la suma de sus signos, mientras que en Brueghel, -incluso en los cuadros que abordan un tema particular- el todo está ahí como un ente puro, como un lenguaje en sí mismo:un lenguaje que es la cosa misma, como decíamos antes, un híbrido entre un universalia ante rem y uno in rem, aunque no pretendo aquí complicar las cosas.

Prefiero, en cambio, quedarme con el mejor cierre que pudo hacer este Brueghel de su propio lenguaje, me refiero a su última obra, aparentemente inacabada. Se trata de La tormenta en el mar, un cuadro formalmente distante del resto de las obras de este pintor, y que sirve de colofón a este mundo que el propio Brueghel terminaría de hacer naufragar. Y es que al nunca tomar discípulos ni transmitir abiertamente su idea sobre la pintura -Brueghel fallece cuando sus hijos son muy pequeños como para enseñarles-, su lenguaje terminará naufragando como probablemente les sucederá a los barcos de su último cuadro.

Un cuadro en que la fuerza de este mundo aniquilado sobresale y parece volcarse sobre sí mismo. Esto, ya que un lenguaje, cuando es en sí mismo la cosa nombrada y no establece distinciones ni existe como signo, está condenado también a desaparecer cuando deja de expresarse: su expresión es su propia vida, por así decirlo. Y el cese de esa expresión, por ende, viene a marcar el cese de ésta.

Brueghel, el campesino. Un pintor que supo crear un lenguaje de un sólo signo. Un lenguaje total. Humano. Y claro, si Brueghel fue el campesino, este sería el lenguaje de la tierra.

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