jueves, 13 de mayo de 2010

Irène Némirovsky. Como todo lo vivo.


Una de las escritoras que me apasiona y de la que me queda, por suerte, varias cosas que leer, es Irène Némirovsky. Me acuerdo de ella de súbito mientras escribía otro texto que al final dejé de lado pues mi atención derivó en esta escritora, y ya no se aleja, y aprovecho también de buscar algunos de su libros que no he leído en internet, para ver si me acerco algo más.
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Hace pocos años una editorial comenzó a publicar sus escritos, -saleindo además, con esto, un par de reseñas en los diarios- y como se puso algo de moda resulta que el precio de los libros se alzó, y a uno le entró la curiosidad -sin mucha esperanza, debo reconocer-, y resultó una escritora asombrosa.
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Lo primero que leí de ella fue El Baile, una novelita que quizá por su breve extensión tenía un precio algo más razonable. En ella, una adolescente, hija de una pareja de la nueva burguesía, presencia como su madre prepara una gran fiesta para instalarse en sociedad. Lo hace con una serie de sensaciones contenidas que hacen de ella un personaje vivo, un significado que palpita en cada página y que comienza a convertirse en un ser amenazante tras enterarse que su madre no permitirá que esté presente en el baile.

La personalidad que surge entonces es arrolladora, llena de rabia y de otras sensaciones que quedan en ella reunidas y apretadas, como si estuviesen a punto de estallar. Desde este foco, la obra además da cuenta de ese mundo frívolo, de personajes que ordenaron algo de forma equivocada, que tienen sufrimientos quizá más vanales, pero que son, de todas formas, sentimientos reales, y pueden estallar también de cualquier forma, sin importar a qué o a quién dañen.

Y es que el personaje de Antoniette, que así creo se llamaba la jovencita, encuentra en el suceso del baile y el rechazo de su madre, el punto desde el cual tomar fuerza y levantarse. Presentarse a sí misma, afirmarse, y situarse también frente a su madre con una violencia contenida que no hace sino enfrentar a estos dos seres: la hija y la madre, y la búsqueda errada de ambas por la felicidad y por imponerse en un medio en el que todo es tan falso, como verdadero y doloroso.

Una obra que permite ver esta transición, esta revelación de una en la otra: "una iba a llegar y la otra iba a hundrse en la sombra" como señala el texto. Un libro desolador, rabioso, terrible, perfectamente construido, ¿y por qué no?, también hermoso.
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Otra obra similar sea quizá Las moscas del otoño, otra obra bella y terrible de esta autora, que también nos sumerge en un mundo corrompido, deteriorado, donde sus habitantes han despertado y se han dado cuenta que muchas de las cosas en las cuales soñraon, dejaron, en definitiva, de ser posibles.

Recuerdo que en el verano pasado preparé con mucha detención una prueba de este libro, aunque ahora sólo recuerdo fragmentos, retazos que quedaron y por supuesto, nada claro con la historia.

Suele ocurrirme a veces cuando un libro me apasiona más allá de su historia... luego de leerlo sus frases desaparecen y sólo queda de ellos huellas que son sensaciones, nitidas y profundas, pero distantes de una historia concreta a la cual referirme para hacer referencia.

Es extraño, pero recuerdo un par de frases que no sé ni quien dijo, aunque comprendo el contenido que ellas tenían, el peso, lo que ellas aplastaban y por lo que habían sido aplastadas:

Si no existieran estos recuerdos, -decía un personaje recordando una época en que él había soñado y amado y creído en el mundo-, si no existeieran estos recuerdos en el fondo del corazón, la existencia sería soportable... -y luego, haciendo rechinar los dientes creo que decía el libro-, ¿para qué seguir? ¿Para qué? Se terminó... que otros esperen si quieren, pero para mí ya no hay nada que esperar...

Y es que los personajes de Irène tienen algo parecido a la cólera, tienen algo parecido al amor, y han tenido algo parecido al sueño, similar a la esperanza. Pero en definitiva, solo tienen algo "parecido", pues aquello que realmente tienen Irène no lo nombra, aunque lo hace presente en sus libros de manera magistral, y su huella, como decía antes, queda presente en sus textos, como algo que estuvo vivo, como la piel que ha cambiado un animal, todavía tibia y palpitante.

Aún respirando, en cierta forma.

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También leí David Golder, su primer texto publicado, y Suite francesa, su última e inacabada novela. Esta última, bastante interesante además por el retrato de época en que se sitúa -Irène la escribió mientras huía de los alemanes en la Francia de la segunda guerra-, nos muestra de manera cruda, sin exageraciones y sin un melodrama a lo Spielberg, las verdaderas sensaciones de estos hombres que huyen para salvar algo ya perdido y que de cierta forma desconocen. Nos muestra personajes desmoronados junto con sus mundos ya que no hicieron distinción alguna entre su vida interior y su vida social. Y lo escribe de pie, mientras el mundo en el que había vivido se desarmaba.

Es cierto, la novela no está acabada, pero es tan honesta que en ella queda latente el fin de la propia Irène, muerta en Auschwitz, en 1942, según se señala en los informes oficiales de los mismos alemanes.

Y sí, creo que es el mejor fin -aquella novela- que pudo tener el otro mundo de esta mujer, ese mundo sólido que ninguna invasión ni muerte pudo derrumbar, y que permanece erguido en sus textos, y respira y rabia y siente, como todo lo vivo.

Sí. Como todo lo vivo.

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