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"Pero se han engañado acerca del hombre los hacedores de fórmulas"
Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela
Para la película de hoy tenemos dos opciones con mi hijo: La Alicia de Burton, o El Fantástico Mr. Fox, de Wes Anderson. La primera suponía ir al cine y la segunda verla en casa en un proyector que compré a 20 cuotas hace como dos años, y que acabo de terminar de pagar -justo cuando la ampolleta comienza a debilitarse y anunciarme que no le queda mucho de vida-.
Mi hijo se lo piensa y pregunta si el cine estará muy lleno -el otro día pasamos y había filas inmensas para la película- yo le digo que sí, pero que habrán entradas de todas formas. Entonces uno de mis genes lo hace decir que no, que no le gusta mucho esos cines llenos y que habrá muchos niños y que mejor veamos Mr. Zorro acá en casa.
Por mí mejor, la película de Anderson acabo de conseguirla y anduve harto tiempo detrás de una versión de calidad -además Wes es, actualmente, uno de mis directores favoritos-.
¿Fue una buena elección?
Sin duda. Y es que Anderson supo plasmar nuevamente que las verdaderas historias que maravillan, no lo hacen a partir de fórmulas o técnicas o discursos aparentemente novedosos... y, a partir de premisas sencillas, logró hacer funcionar nuevamente uno de sus films en el lugar donde son realmente necesarios: en el interior de los espectadores.
Es cierto, algunos dicen que Wes repitió nuevamente su discurso, que el tema humano y familiar que aborda en sus películas aparece nuevamente y que, a pesar de los elogios que recibió el film, el mensaje estaba ya algo usado y le era necesario renovar su discurso.
Leo esas críticas y pienso entonces que aquello que se critica es justamente lo que le da la verdadera gracia a este film. La verdadera fuerza, la posibilidad de identificarnos... los vínculos humanos que no pueden nunca ser repetitivos, pues siempre establecen lazos entre seres distintos, con necesidades diferentes. Con espíritus diferentes. Es como si criticásemos una magnífica comida por la repetición de un ingrediente, pero no nos diésemos cuenta que aquello es justamente lo que le da el sabor a aquello que comemos. Y si la sal deja de ser salada, ¿qué pasará con el verdadro sabor de las cosas?
La película en sí aborda la obra traducida como El Súperzorro, de Roald Dahl, típica del universo de este escritor, aunque profundizada en el caso de la película con el discurso de Wes Anderson.
Para su desarrollo, ocupa la técnica del Stop Motion, aunque algo más crudo que lo visto en Coraline o en otras últimas películas que se hicieron con esta técnica. Nada de hacer arreglos uniendo los cuadros de los movimientos para que la secuencia se vea "natural", sino, muy por el contrario, deja más espacio entre los cuadros, con lo que la obra gana en desnudez, en la muestra de una técnica que parece así más sutil, más delicada. Reveladora de un proceso exhaustivo y a la vez mágico.
A su vez, la delicadeza y el cuidado de las imágenes parece coincidir con un guión desarrollado con el mismo cuidado, como si cada palabra fuese también elegida y diseñada cuidadosamente para cada situación.
Lo mismo puede decirse de las voces de los personajes: Clooney -por primera vez querible-, Meryl Streep, Defoe, y hasta el mismísimo Wes haciendo la voz de un pequeño personaje. Tonos y estilos muy trabajados que parecen coincidir con el ritmo vital de estos personajes.
La historia, toma como centro a un zorro, que ha dejado de lado su naturaleza para poder criar una familia, civilizadamente, prometiendo no realizar nuevamente fechorías que pongan en riesgo su vida, pues ahora también debe hacerse responsable de su familia.
Obviamente, para que se inicie la acción, este lobo sentirá renacer en él sus antiguos deseos y se lanzará a nuevas y peligrosas fechorías, que traen coinsigo nuevos problemas a la familia y a los otros miembros de su comunidad.
Sin embargo, la película no tiene su único centro en este zorro, sino que aquel mundo mundo subterráneo que el redescubre, se relaciona también con aquello que existe como necesidad dentro de cada personaje, por más que en ocasiones no parezca compatible.
Surgen así ricos personajes, fortalecidos por los vínculos que se dan entre ellos y a partir de los cuáles se reconocen individualmente -la relación por ejemplo entre el hijo del zorro que busca ser reconocido por su padre y el sobrino que pasa a formar parte de la familia y que se revela más apto para recibir la admiración de su padre-. Asimismo, en ellos, sus acciones parecen estar dadas por algo indivisible que supone su naturaleza, y que diseña la forma de su interior, por llamarlo de alguna forma, pues no tiene sentido en estos personajes hablar de cuerpo y alma, cuando sus existencias parecen ser una expresión clara de un único estado natural: su vida es eso que hacen y los lazos que logran crear entre ellos. No hay más.
Por último, el ritmo de la narración, la manera de presentarse algo segmentado, como en pequeños capítulos, resulta también bastante atractiva -me recordó en ocasiones a Educando a Arizona, de los hermanos Coen-, a lo que ayuda por cierto la música -nuevamente uno de los puntos en las películas de Wes-... en fin, y sumando, una muy buena película que realmente sabe dirigirse a grandes y chicos, como aspiraba Burton, aunque sin necesidad de recurrir al 3D o a otras fórmulas que ponen el centro lejos de lo humano, y que suelen confundir la fórmula que designa con lo que debiese ser realmente el objeto (ser) designado.
Y es que la verdadera maravilla, como decíamos en un inicio, no está dada por una historia o por un mundo subterráneo ajeno al interior del hombre, ni tampoco por el truco aprendido para presentar esto de forma más eficaz. Sino que, y esto Wes Anderson parece susurrarlo en cada uno de sus films, la verdadera maravilla consiste en la magia sin truco, en el mago que deja ver que en verdad la magia consiste en otra cosa, en el artificio hecho con bondad, con el deseo de maravillar al otro que siempre ha de responder con una sonrisa franca, por que la magia se hace mirando a los ojos... y cuando en uno logra brillar el reflejo del otro, lo maravilloso hace realmente aparición y llega hasta el interior del hombre. Y lo renueva.
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Cosas en el tintero:
a) Referirse al magnífico personaje de la rata.
b) Lo magnífico que supone el encontrarse con Anderson luego de, para mí al menos, la mejor de sus películas (Viaje a Darjeeling), -como si encontrásemos en enero al sacar el árbol de navidad un pequeño regalo de alguien que pensaste te había olvidado-.
c) Hablar sobre las coincidencias de gustos de mi hijo, que terminó también encantado con la película.
d) Contarles de las excelentes perspectivas del film y profundizar sobre la música que en él se desarrolla...
e) Contradecirme en algunas cosas...
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