viernes, 14 de mayo de 2010

Jin Roh: un pilar frágil. Un regalo.


En un día algo extraño decido cerrarlo viendo Jin-Roh, una película de animación que considero una de las mejores del género por tantas razones que prefiero sólo centrarme en la más importante: saber llegar de una manera única hasta el lugar correcto.

Un lugar que, más allá de ser un espacio concreto, es también un pilar frágil que sostiene la estructura completa de nuestra apariencia, un pilar fundamental al que es difícil acceder y que esta película logra ubicar perfectamente y lo pone ante nuestros ojos, revelándolo frágil, transparente... hermoso.

Sí, quizá fue una elección incorrecta. Esto, porque que en vez de cerrar el día, Jin-Roh me da vuelta como un calcetín y me deja tirado sobre la cama, escribiendo esto. Y más encima como un calcetín huacho.

Y es que a pesar de ya haber visto anteriormente esta película, caigo en la trampa que propone el director de llevarme desde la cabeza, -con un guión y una trama compleja y excelentemente construida- de llevarme desde la cabeza, decía, hasta el corazón... o hasta lo que sea que haya por ahí y que nos hace ser conscientes de quienes somos, de una manera similar a ser conscientes de que llega el día: porque el sol comienza a iluminarte el rostro, y lo sientes en los párpados cerrados. Suave. Como una respiración.

Jin-Roh nos cuenta una historia que nos sitúa en un período post segunda guerra, en Japón, donde distintas fuerzas de orden disputan el rol principal para contener a las fuerzas rebeldes que existen en el país. Entre estas instituciones, -la policía convencional y el Tokkitai, una fuerza especial-, se darán entonces uan serie de acciones encaminadas a la prevalencia de una por sobre la otra y a la desacreditación de su contrario.

Esta es la trama "de cabeza" que pudiéramos nombrar. Un argumento bien elaborado, con personajes y actitudes bien definidos, con un espionaje y una serie de máscaras que deben ubicarse en el lugar preciso y que nos obligan, como espectadores, a estar atentos para no confundirnos en ningún momento con la historia ni con las motivaciones de los personajes.

Sin embargo, más allá de esta historia, hay un elemento humano que se desprende desde ella y que nos lleva a un lugar completamente distinto. Nos lleva por un camino triste, y de una naturaleza distinta, a pesar de que surgió también de parte de los hechos concretos que se narran.

El hecho concreto es que una joven, parte del grupo de los rebeldes y encargada de transportar las bombas en medio de una revuelta, se ve enfrentada a un soldado del Tokittai, quien tras mirarla a los ojos, no logra dispararle y le da tiempo para que esta chica -una "caperucita roja" como la llamaban por su función de llevar esta bomba a las "abuelitas"-, le da tiempo, decía, para que haga estallar esta bomba ahí, de pie frente a él, resultando muerta, y el soldado apartado del grupo, y juzgado, por no haber disparado a tiempo y haber dudado de las órdenes que seguía.

Y es a partir de este personaje, de este soldado, que la película adquiere profundidad, es algo así como el oxígeno que necesita el director para sumergirse en el mar que es también el corazón humano, y mostrarlo desnudo. Como un pilar frágil, ¿se acuerdan?, un pilar frágil que sositiene la estructura total de nuestra apariencia.

Y digo apariencia y no ser pues una parte no puede sostener a un todo del que forma parte ella misma, pues sería como un jinete que intenta apretar e impulsar más arriba a su caballo mientras saltan un obstáculo.

La película sigue entonces la historia de este soldado, teniendo como contratexto el cuento de la caperucita, y llevándolo, como un lobo, por un bosque que a él le resulta extraño, pues es un bosque de sentimientos humanos, entre los que no sabe manejarse del todo, y entre los que ya no sabe bien cuál es el camino correcto.

Si nos quedamos en la historia diremos que el soldado da con la hermana de la chica que se había inmolado. Y su cuestionamiento aparentemente se hace más complejo aún pues debe enfrentarse a nuevos sentimientos. Es el verdadero encuentro entre el lobo y la caperucita, y en el que, por cierto, cambian varias veces de papel, auqnue siempre contraponiendo su distinta naturaleza.

A partir de esta relación, y del personaje del soldado, como decíamos... la película avanza por dos caminos, uno aparentemente dado por el guinista de la película -Mamoru Oshii- y otro dado por el director -Hiroyiuki Okiura-. Caminos que se complementan de forma perfecta, y que pueden avanzarse a la par mientras se aprecia la película. Caminos que son algo así como lo externo y lo interno del ser de Jin-Roh. Y que se establecen en distintos órganos del espectador.

Con todo, si tomamos en cuenta las palabras de la hermana de la chica muerta, lo verdaderamente imnportante es el final de todo esto:


"Como envidio al río. El río muere en el mar. El mar es lejano, es desconocido."

Y es que el punto final al que llega esta película es también desconocido. Y es, como decíamos un pilar frágil. Algo que está en medio de nosotros, pero que es también como una muerte. Triste y natural, y que revela y nos hace conscientes de nuestra propia naturaleza.

La película nos lleva entonces por un camino difícil. Y nos enseña que no es posible resumir esto a un final sencillo. Esto es más que un cuento para niños, nos dice. La caperucita termina cuando los cazadores atrapan al lobo, pero ese es un cuento hecho por hombres.

La película va más allá de eso, y desde una de las versiones originales del cuento -contada de una manera extremadamente delicada al interior del film- parece llegar a contarnos una historia dolorosa: la de un animal que quiso tener una relación con un humano. Pero el mejor lugar para un animal parece ser un cuento para niños.

Aquí les va un poco de memoria la versión original del cuento contada en la historia:



Había una vez una niña que durante siete años no pudo ver a su madre. Ella llevaba como vestido una armadura y siempre le decían “cuando esa armadura esté gastada por el uso encontrarás a tu madre”. Y entonces ella la restregaba cada vez contra la pared para que se estropeara. Y por fin la armadura se estropeó y ella compró pan, leche, queso y mantequilla. Se lo quería llevar a su madre. Cuando pasaba por el bosque se encontró con un lobo que le dijo: “¿Qué llevas ahí?”. Ella contestó: “pan, leche, queso y mantequilla… un poco de cada una.” El lobo dijo: “Dame eso”. Pero ella se negó, porque era un regalo para su madre. Después el lobo le preguntó: “¿Qué camino prefieres, el de las agujas o el de los alfileres?”. La chica contestó: “Iré por el camino de los alfileres”. Entonces el lobo fue por el camino de las agujas y se comió a su madre. Después, la chica llegó a la casa y dijo: “¡Mamá, abre la puerta!”… “¡Empuja la puerta, no está cerrada con llave!”, respondió el lobo. Pero no puedo abrir la puerta. Entonces la chica pasó por un agujero y entró en la casa. “Mamá, tengo hambre", dijo. “Dentro en la alacena hay carne”, contestó el lobo. Pero era la carne de su madre a quien el lobo había matado. Un gato grande salió de la alacena y dijo: “Te estás comiendo la carne de tu madre”. “¡Mamá, dice el gato que ha salido de la alacena, que me estoy comiendo tu carne! ¿Es verdad mamá?”, dijo la niña. “Es mentira. Tírale los zuecos a ese gato”, dijo el lobo. Después de comer la carne tuvo mucha sed. “¡Mamá, tengo sed!”, agregó entonces la niña. “Dentro del cántaro hay vino, bébetelo”. Entonces apareció un pajarito que se posó en la chimenea y dijo: “Te estás bebiendo la sangre de tu madre. Esa es la sangre de tu madre”. “¡Mamá el pajarito que está en la chimenea dice que me estoy bebiendo tu sangre! ¿Es verdad mamá?” “Tírale la caperuza roja a ese pajarito”, dijo el lobo. Pasó un rato y entonces la niña dijo: “Mamá, estoy cansada, tengo mucho sueño”, a lo que el lobo le contestó: “Ven conmigo y descansa…”. Cuando la chica se quitó la ropa y se acercó a la cama, vio que la madre se cubría la cara con la caperuza. Su postura era extraña cuando dormía. “Mamá, qué orejas más grandes tienes” decía ella... “Para oírte mejor, niña mía”, le contestaban. “Mamá, ¡qué ojos más grandes tienes!”, isnistía la pequeña. “Para verte mejor, preciosa”, recibía por respuesta. “Mamá, ¡qué uñas más grandes tienes!”, continuaba la niña. “Para agarrarte mejor, querida niña mía”, salía desde debajo de la caperuza. “Mamá, ¡qué dientes más grandes tienes!”, fue la frase de la niña. Y fue su última...


Pero más allá de este cuento, la película sobrepasa toda moraleja o secuencia de acciones, y se sitúa en el terreno propio de la conciencia del espectador, y se convierte en la pregunta que el corazón hace cuando se pregunta aquello por lo cuál late, por lo cual se apasiona, por lo cual insiste en su tarea. Y hasta a veces se desespera.

La película entonces nos recuerda aquella pregunta que a veces olvidamos. El espacio vacío que deja la humanidad que poco a poco perdemos o transformamos. O simplemente cambiamos por una humanidad nueva. La humanidad que es un pilar frágil. Y que a veces se quiebra... y es cierto, no hay para que sufrir... nada se derrumba realmente pues nace otro, y todo esto se nos hace normal: esas cosas siempre se olvidan. Como si nunca hubiesen existido. Como aquellos edificios que derrumban y luego vemos otro edificio en el lugar de ellos.

¿No les parecen tristes estas cosas?, nos dice entonces una muchacha en medio de una música que parece responderle y acariciarla.

Una película tremenda. Hermosa en su desolación. Inteligente en su construcción... -¡pero que mierda importa esto último!-... Una película única.




1 comentario:

  1. Voy a hay una canción, que cantaba cuando niña, en la iglesia. Habla de Dios, pero yo siempre la canté pensando en otra persona. Es cortita, pero lo dice todo... algún día te la canto

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