sábado, 15 de mayo de 2010

Hirokazu Kore-eda: Hana yori mo naho.


No creo que sea una exageración decir que Hirokazu Kore-eda es en la actualidad, el mejor director vivo del Japón.

Es cierto, sigue una línea muy dispar a otros directores de talento, y quizá su obra se enmarque dentro de una corriente que sigue el sentido de la obra de Ozu, de quien la mayoría de los directores japoneses actuales se ha distanciado y que parecía casi obsoleta.

Pero toda aquella sensibilidad, esa personalidad japonesa que se fundamentaba en lo humano y que dio paso a otro tipo de cine que se ha dado en estas últimas décadas en Japón (pienso en Kitano, por ejemplo, a quien estuve viendo ayer en la mañana) que eligió otros caminos, -también atractivos, por cierto-, es retomada por este director de manera magistral, y con un toque que refresca en cada una de sus películas.

Ahora, acabo de ver Hana yori mo naho, un film que el director ambientó en nuestro 1700, época en que los samurai entraban en su ocaso, pues su utilidad dejaba de ser nítida, y el estilo de vida en el que debían insertarse parecía ajeno y con valores que comenzaban a transformarse.

Reflejo de esto es el protagonista del film, un samurai que debe vengar la muerte de su padre ocurrida en circunstancias estúpidas a partir de una disputa en un partido de Go.

Es cierto, el protagonista no cuenta con la habilidad del samurai, ni con la fuerza necesaria para llevar a cabo su cometido sin entrar en dudas y cuestionamientos. Y es que el personaje que eligió Kore-eda es representante de esta debilidad, de esa pureza, de esa búsqueda, que han sido las luces que han alumbrado la mayoría de sus películas hasta el momento.

Y es que en todas las películas de este director, podemos encontrar una construcción sutil, reflejada en la personalidad -en el ser- de cada uno de sus personajes. La honestidad en los personajes de After life; la inocencia y el desamparo en Nadie Sabe -sí, es más que eso, lo sé...-, la comprensión que buscan los personajes de Aruitemo, Aruitemo... en fin, una serie de sentimientos limpios que llevan cada uno de estos personajes, y que los permiten refugiarse, en cierta medida, del mundo que los rodea, como si formasen un nido portátil.

El samurai de esta historia tampoco es la excepción. Es un personaje que consigue hacerse consciente de sí mismo, de la naturaleza de su venganza, de su rol en el lugar en el que le ha tocado estar... que consigue, al igual que los hombres del pueblo -quienes cambiaban sus excrementos por panes de arroz con el terrateniente del lugar quien los usaba como abono- transformr aquella venganza, aquel odio que había heredado de su padre, en algo similar a aquellos panes de arroz, igual de necesarios, y fortalecedores.

Y es que Soza, el samurai, hace de su debilidad su fortaleza, sin llegar con esto a ser un personaje "mamón" o falto de carácter, aunque sí, lo parezca por momentos. Pero lo cierto es que Soza va mucho más allá de ello. Abre una pequeña escuela y comienza a educar a los niños del lugar, y comienza también, por supuesto, a aprender de ellos, a verse a sí mismo, a conocerse interiormente.

Es el samurai que se reconoce como ser humano, que se cuestiona si quella herencia que le dejó su padre -el odio y la vengnza que debía realizar- fue lo único que realmente le entregaran... Y, porsobre todo, es el samurai que a partir de la comprensión de un sentido, comorende que el orgullo no es llegar a la muerte ante la falta de sentido, sino encontrar y formar un sentido nuevo, junto a la gente de la aldea, junto a una viuda, y al hijo de ella, a quien acoge y en quien se refleja.

La obra además, sabe desarrollar su historia con humor, con fragilidad, con personajes que hablan siempre desde su humanidad, que saben ser honestos. Sus discursos son simples, directos, auténticos. Nada de farsa y grandes palabras, nada de dureza innecesaria.

El samurai comprende que hay honestidad y valor en lo que tradicionalmente se entiende como cobardía, aprende a ser fuerte en la debilidad. Aprende que las hojas del cerezo no son sólo bellas cuando caen, sino que hay algo bello en su renacer cada año, en un "volver a inventarse", o a nacer, que el personaje hace suyo, y desarrolla al máximo.

En definitiva, otra excelente obra de Kore-eda, rica en personajes, en situaciones amenas, en detalles significativos, en afecto. Y es que este director logra hacer de este cuento de samurais un relato cercano. Así como supo hacer cercana una noticia tremenda en Nadie sabe, o un tema que daba para el terreno de lo fantástico en After life...

Y es que si bien los cuentos increíbles hacen nacer flores sin frutos, Koreeda nos enseña en que lo increíble justamente es la posibilidad maravillosa de desarrollar lo verdaderamente humano al interior de los más disímiles personajes.

Y si los cuentos increíbles, como decíamos, hacen florecer flores sin fruto... pues bien, parece decirnos el director, hagamos florecer un campo lleno de flores.

Y esa belleza, ese aroma, esas flores que llegan a ser cada uno de los personajes, saben brindarse en todos sus films de una manera delicada. Y al igual que se espera el nacimiento y la entrega cada año de la flor del cerezo, espero con ansias de aprender y de contemplar la próxima flor que nos entregue este director, y aprender algo más de aquella simpleza, entre otras cosas, para purficar mi orgullo.


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