lunes, 24 de mayo de 2010

Contarles cosas que no sepan. Mostrarles cosas que no han visto.


No sé si se habrán dado cuenta, pero a excusa de los temas que aquí trato, llámense películas, algún libro o lo que sea, suelo en realidad dar forma a sensaciones, o a mi estado, extrayendo quizá de aquello que hablo las formas que más se me asemejan, para poder hablar con propiedad. Para poder ver mejor aquello que no veo mientras pasan los días.

Poco a poco siento que me he situado mejor, que estoy un poco más consciente y hasta a veces siento que estoy un tanto más maduro, aunque esa no sea una palabra que me guste en demasía.

Así que de las experiencias del día trato de extraer aquello de lo que puedo hablar con propiedad, aquello que de cierta forma contengo y en lo que además me reflejo. Buscar algo que decirles -pues el asunto también está en ir hacia el otro- y encontrarme con algo que no he visto bien, algo que de cierta forma no hasta después de escribirlo.

Por lo mismo, trato de diferenciar lo que aquí escribo de lo que podría llamar mi "obra literaria", que pretendo llevar a parte aunque en verdad es muy poco lo que avanzo en ese aspecto.

¿Por qué hago eso? ¿Por qué no me centro en algo mejor escrito, algo elaborado, construir un corpus en vista de alguna publicación, o lo que sea?

Porque de cierta forma siento que estoy demasiado dañado, y todo esto que suena demasiado cursi para escribirlo así, directamente, en una historia, siento hoy que es primordial repararlo, preocuparme de ello. Sanarlo.

Aún así, me cuesta no tener un discurso siempre bajo mi discurso, es decir, una serie de sensaciones de las que no hablo mientras trato un tema x y trato de centrarme en él para abordarlo. Lo que no quiere decir que sea falso al hablar de ese tema, simplemente que soy consciente de otras aguas que corren aquí abajo, y de las que no suelo hablar, directamente al menos, muy a menudo.

Y es cierto, mi historia no es lo suficientemente importante para nadie distinto a mí, y mis sensaciones y aquello que vivo es apenas un ejemplo pequeñito de otra cosa que me cuesta darle forma. Y entenderla, por cierto.

Y es que al igual que el pequeño personaje de una película que vi hoy, quiero contarles cosas que no sepan... mostrarles cosas que no han visto. Y la verdad me cuesta mucho. Sobre todo porque voy y vengo como un vacío entregando cosas y al llegar la noche siento a veces que me queda nada, o muy poco, y terminar de escribir es también entregar el último amortiguador para la caída que es apagar la luz y encontrarme solo, con el miedo del día por delante pues nunca sé que va a ocurrir en él, pero sobre todo solo, pues ese es el vacío que duele a la larga, mientras trato de que algunas palabras queden por ahí en la red o dónde sea para que no se pierdan del todo y sean huellas que recordar cuando llegue el momento, cuando esté mejor nuevamente y el día por venir sea nuevamente algo que puedo afrontar con más alegría... pero bueno, estoy en eso.

Y me cueste o no aquí estoy escribiendo nuevamente. Ya van más de dos meses en que no lo he dejado ni un día aunque quizá por lo mismo la calidad de los textos debe ser ínfima pues no me doy el tiempo de releerlos ni corregirlos ni nada. Y es que en verdad no tengo mucho -tiempo me refiero- así que mejor busco la energía que me queda y me lanzo ya con algo que contar hoy, luego de estas aclaraciones.

Uff, tomo aire...

La película donde salía ese pequeño personaje se llama Yi Yi. Una película taiwanesa cuyo director ganó en Cannes el 2000 a partir de esta misma producción. Edward Yang, creo que se llama el director. Como sea, la película es bastante larga (casi tres horas) y se toma su tiempo en mostrarnos varios personajes metidos en el ritmo de vida contemporáneo, con los valores contemporáneos y con todo lo que esto significa.

Quizá un hilo central en la película, o una presencia central, mejor dicho, sea la abuela de la familia a la que pertenecen los personajes más desarrollados en la historia. Y es que la abuela, a partir de circunstancias algo extrañas, queda en coma y cada uno de los miembros de la familia debe hablarle día a día, por recomendación del médico.

Esta situación -la de hablarle y contarle sobre un yo o un nosotros a esta abuela- hace quizá que cada personaje se haga consciente de su propia vida, de su propio estado, el que en ocasiones se revela aún más "encomado" que el de la propia abuela.

Y es que la vida de algunos personajes, la rutina que llevan cada día, puede caber en un minuto, y a los pocos días uno de ellos llega al colapso pues se da cuenta que ya no tiene qué contarle, que vive en un vacío... obligándolo a preguntarse qué está haciendo todos los días, y con esto obviamente, qué ha hecho de su vida, en qué estado se encuentra.

Y es que los personajes de esta película, así como muchos hoy en día, eligieron en cierto sentido vivir un día igual cada día, quizá con el deseo de no tener miedo al levantarse y no tener que enfrentarse a lo desconocido y a las sensaciones que dicho enfrentamiento promueve.

Con esto, -lo de vivir días iguales- no me refiero, sin embargo, meramente a la rutina de los hechos que se desarrollan en el día a día, sino al ser de cada personaje, al falso equilibrio, a lo estático en que se han convertido... pues es a la transformación de ellos mismos, al explorar en sus propias experiencias y en su forma de ser, lo que temen realmente, como si temiesen encontrarse con que están viviendo una vida equivocada, con que en algún momento tomaron un camino incorrecto o eligieron una vida que no estaba hecha verdaderamente a su medida.

En este sentido, la película refuerza la idea que no conocemos toda la verdad. Que lo queramos o no, seamos conscientes o no de ello, la verdad a la que tenemos acceso, -incluso la de nosotros mismos-, es siempre incompleta, siempre hay algo del otro o de nosotros mismos que no alcanzamos a captar, y es justamente en aquello, en ocasiones, donde está la verdad necesaria para que la vida cobre un sentido más pleno.

Y ese personaje pequeñito que les mencionaba antes, un niño de ocho años que aparece en la película, es el encargado de llevar adelante ese discurso y la forma de revelarnos una posible salida, una solución a este problema.

Y es que el niño es consciente de esta carencia que tenemos todos, lo que se manifiesta por ejemplo cuando ve a una mujer llorando y debe mirarla desde todos lados, para saber, como le explica a su padre, desde donde viene su tristeza.

Sólo puedo ver lo que está en frente, no lo que está detrás, le dice a su padre. Y desde ese mismo momento el niño intenta dar con una solución a ese problema.

Nos topamos entonces con un momento del film en que el niño va a revelar unas fotos, pues a veces ocupa la cámara que le ha prestado su padre. Y al revelarlas podemos ver que ha sacado fotos de muchas personas vistas de espaldas, la nuca de esas personas, aquello justamente que no alcanzan a ver por ellos mismos, otorgándonos además, de pasada, la respuesta para ese problema de conocer sólo una parte de la verdad: que necesitamos a un otro para llegar a conocerla totalmente.

Y al igual que el peluquero cuando nos acerca un espejo y lo ubica frente a otro para que veamos como quedó nuestro corte, este niño le entrega esta foto a aquellos que necesitan comprender esta verdad, o al menos darse cuenta que hay algo que no ven, lo que es siempre un primer paso.

Asimismo, esta idea de complementariedad, -que en la película está abordada principalmente desde el ámbito de pareja-, viene a reforzar algo que le puede dar sentido a la vida de alguien, algo que nos puede llevar a hacer algo realmente significativo, y a amar, por qué no, ese algo que hacemos.

¿Y qué es lo que se debe hacer? ¿Cuál es ese deseo que nace en este niño y que puede darle sentido a su vida?

Sencillo: contarle a los demás cosas que no sepan. Mostrarles cosas que no han visto.

¿Qué no lo hemos hecho? ¿Qué no se nos había ocurrido?

Pues bien, entonces intentaremos hacerlo mejor de ahora en adelante.

Así de sencillo.

Es un compromiso.

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