jueves, 27 de mayo de 2010

Mi yo-caballo y los concursos literarios. (Opus fome).

Hubo un tiempo en me gustaba participar en diversos concursos de escritura. Fue cuando todavía estaba en el colegio y se dio a la par de mis primeros escritos. Recuerdo que en ese entonces escribía grandes cantidades de poemas y algún relato de vez en cuando. Podía llenar un cuaderno en una semana y generalmente el estilo de lo escrito -con un abismo de diferencia por supuesto-, estaba dado a partir de las lecturas que estaba teniendo.
Tuve la suerte de leer casi de entrada a los surrealistas por lo que salí más menos rápido de esa tendencia, aunque fue una de las que más me marcó en ese entonces. Recuerdo que de cierta forma intentaba imitar la forma de escribir de quienes leía aunque con textos totalmente lejanos a sus verdaderos temas. Los textos los mostraba en casiones en talleres o a algunos mayores relativamente expertos en el tema y les decía que eran textos de aquellos grandes escritores. Un inédito de Lira, alguno de Huidobro, una traducción de Cesaire, por ejemplo.
Los libros me los prestaba un profesor y escritor amigo de ese entonces que falleció sorpresivamente hace un año, más o menos. Me permitió avanzar rápido y saltarme, en poesía al menos, un primer periodo que quizá se hubiese alargado más de la cuenta. Los simbolistas franceses por ejemplo, pude leerlos cuando ni siquiera sabía pronunciar bien algunos de sus nombres.
Pero el punto es que en esa época concursé en cuanta oportunidad se me ponía por delante. Era demasiado soberbio y tuve una suerte extraordinaria. Si bien sólo hubo un concurso relativamente importante, lo cierto es que gané en esos años todos aquellos en los que concursé. Me fijaba en los jurados, veía sus estilos, tiraba unos versos al inicio que asegurara la lectura y la primera clasificación, y lo demás fue suerte.
No es que fueran malos por supuesto, pero reconozco que hubo más de suerte que de calidad en aquellos premios. Y el obtenerlos además no siento que me haya sido beneficioso en lo más mínimo.
De hecho terminé devolviendo unos premios pues aprendí rápido que no tenían valor alguno.
Y se afianzaron en mí, lamentablemente, algunos valores que hasta el día de hoy me impiden postular a fondos de escritura o sentir bien el recibir dinero por algo que implique el trabajo con las palabras (lo de ser profe es otra cosa, por supuesto).
Creo que me avergonzaba el que fuera todo tan fácil y sentía que aquello no era nada todavía. Y siento que tenía razón.
Sin embargo, aún me siento tonto cuando pienso en dinero devuelto, pero la verdad no era pensado, ni tampoco lo siento un mérito, simplemente no podía quedarme con eso. Había sido demasiado fácil. No valía la pena.
Con el tiempo me he dado cuenta cuáles eran mis razones, y cuáles son las que tengo hoy día. Porqué no haber querido publicar cuando se tuvo la ocasión o porqué firmar con otros nombres. Aunque el tema de esto iba a ser otro así que no voy a ahondar en eso.
Luego pasaron varios años en que me prometí no escribir. Y cuando volví a hacerlo, ya no concursé en ninguno. Salvo un par de veces que lo intenté, generalmente con otro nombre, y sin saber bien para qué. Además lo hacía sabiendo que mis textos no iban a ganar y al contrario que en mis inicios, si bien seguía asegurando la lectura, siempre ponía algo verdaderamente mío que pudiese incomodar al jurado o que simplemente tuviese fallas que me agradaban, y que no me daba la gana corregir.
Este año me había programado concursar en algunos. Pero me sigue sucediendo lo mismo. El para qué se hace demasiado débil y sigo buscando otras razones. Aunque alguien que comprenda y crea lo suficientemente en ellos bastaría, o lo impulsaría al menos a uno, de vez en cuando.
Es cierto, igual gané algunos pequeñitos este tiempo, pero no es ese el punto. Sino la utilización de una voz propia.
No digo una búsqueda porque a diferencia de lo que pudiera creerse, yo tengo esa voz, y hasta qué decir incluso, no creo que el problema vaya por ese camino.
Pero el ser profe, cuando no enaltece, mina la fe que uno tiene en los demás, en lo que ellos necesitan y valoran. Y lo quiera o no uno escribe para el otro. Y está en el otro, muchas veces, recibir aquello y aprovecharlo de verdad como un nutriente -cuando aquelo tiene los nutrientes, por ejemplo-. Y además a uno se le devuelve del mismo modo.
Creo que escribir de otra forma, bajo otros nombres, rechazar premios, quemar escritos, etc., tuvo la única razón de sentir que los demás no lo apreciaban completamente, y tenía miedo de exponerme, decirles que el regalo era mío, quizá, y que mostraran que lo valoraban por eso.
Me cuesta demasiado escribir sin eso, aunque hoy en día ya no dudo que sea necesario -no como antes al menos-, y mi propia necesidad y mi propia certeza deben bastarme para poder avanzar en algunos proyectos. Por más que ese proceso desgaste. Y hasta a veces me sobrepase.
¿Pero saben?
No quiero entrar en un terreno más íntimo.
No por ahora, al menos.
Yo quería hablarles del premio O´Henry y de algunos de los que lo habían ganado, pero al final me fui por otro lado.
Quizá lo haga en la próxima entrada.
Mientras, para cerrar, les cuento de una imagen y una sensación. Se trataba de recibir un pequeño premio, uno que quise ganarlo por el nombre que tenía y -ahora que lo pienso- para que no lo ganara ningún otro que lo valorara menos que yo.
La ceremonia fue mínima y demasiado simple, pero el caso es que al momento de recibir la medalla a los tipos se les ocurrió el ponérmela en el cuello, como si fuese un caballo a un costado de la pista.
Recuerdo que me sentí incómodo, pero lo acepté porque si no hubiese sido hacer show y eso era aún menos necesario. Además el cuento era de mi agrado. No era perfecto, pero dentro de los escasos márgenes del concurso y la temática que había que seguir, siento que era lo que se podía hacer.
Así que la última imagen que les dejo es la de un yo-caballo que quizá, a pesar de lo mínimo del premio, aprendía a aceptar por primera vez algo que no sentía sucio, o contaminado por otras vanidades que no fueran las de sentir el afecto por un nombre, y obviamente, por aquello que estuvo un día atrás de él.
Y como la historia ya se alarga y además esa imagen tiene una historia detrás demasiado extensa, dejo el nombre en el vacío. Y me dispongo a cambiarme de ropa para ir de nuevo a mi trabajo.
Y, si a alguien le interesa, otro día la termino.

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