lunes, 9 de septiembre de 2019

Una flor dentro.


Las flores las sacó, sin permiso, del jardín de una embajada.

La idea de metalizarlas, por otro lado, la había recogido de un libro de Arlt.

No quedaban muy bien los detalles, es cierto, pero él sentía que las volvía más valiosas si tenían una flor real dentro.

Yo no le discutí porque no tenía idea de cómo funcionaba todo aquello.

En cambio, lo acompañé a vender esas flores, ya metalizadas, a una tienda en Vitacura.

Les entregó doce, pero le devolvieron cuatro, que no les habían gustado.

Luego le pagaron.

Me explicó entonces que, si bien el precio era alto, casi no le quedaban ganancias.

Además no saben elegir, me dijo, por lo general me devuelven las más valiosas.

Yo no entendía bien a qué se refería con eso, pero preferí no preguntar.

Mientras regresábamos, él intentó explicarme el proceso de metalización.

Nombró entonces una serie de elementos y procesos químicos que no logré asimilar.

Por último, se ofreció a llevarme hasta un pequeño laboratorio, que había instalado en un rincón de su casa.

Entonces lo vi trabajar, con sumo cuidado, observando como sumergía una de las flores en un líquido y luego la dejaba en una cámara que emitía algunos ruidos y que mantenía a la flor envuelta en una serie de gases de colores, que no quise preguntar para qué servían.

Hablamos entonces de Arlt y de otra serie de personas que te ofrecen, sin saberlo tal vez, algo con lo que puedes “ganarte la vida”.

Ninguno de nosotros, por cierto, pensaba en dinero en ese momento, como lo aclaramos luego, en nuestra conversación.

Semanas después, me enteré que lo detuvieron en un confuso procedimiento policial, supongo que por sacar flores de la embajada.

Yo no supe nada del asunto, sin embargo, hasta que ya fue tarde.

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