jueves, 5 de septiembre de 2019

Formas en que nace el caos (III).


Lo llevaban con ellos para cazar porque imitaba bien el sonido de los patos. Mucho más, al menos, que esos aparatos que supuestamente funcionaban de maravilla, según los anuncios. Tenía ocho o nueve años en ese entonces y para él era todo parte de un juego. La ropa que le ponían, la comida que preparaban para el viaje y hasta el pequeño rifle a fogueo que le prestaban, para que fuera parte, realmente, de todo aquello. Era así como de pronto, luego de un viaje en auto y después de una larga caminata, le indicaban al niño que hiciera los sonidos, que solían funcionar estupendamente y que lo volvían cada vez más famoso en la región. A su madre no le gustó en un inicio que participara, pero comenzaron a dejarle parte de la caza algunas veces y hasta le entregaban dinero de vez en cuando, para que dejase que el niño los acompañara, sin reparos. Cumplió entonces el niño los diez, once y hasta doce años. Ya entendía casi todas las bromas de los hombres que lo llevaban a cazar y su técnica se había vuelto tan perfecta que podía incluso cambiar el tono y volumen de su voz, dependiendo del tipo de pato que quisieran atraer. Ocurrió, sin embargo, en una de esas idas, un día en que sus sonidos no funcionaron en lo absoluto. Ni el niño ni los otros hombres notaban diferencia en ellos, por lo que se asombraron aquella vez de volver con las manos vacías. Lo contaron casi como una anécdota esa primera vez, sin molestarse, y el niño volvió a ir, con otro grupo esta vez, al día siguiente. Lamentablemente tampoco funcionó ese día. Ni los siguientes. Un día uno de los grupos lo llevó a parte, antes de regresar y lo acusó de hacerlo de gusto. Incluso uno de los hombres que iba un tanto borracho lo empujó y lo hizo caer al suelo, fuertemente, antes de golpearlo con la culata de un rifle. El niño se defendía diciendo que no sabía qué pasaba, que lo hacía igual que siempre, que no era cuestión de voluntad… Su madre habló con él esa misma noche mientras le curaba las heridas. Tal vez ya eres muy grande, le decía la mamá, eso nos pasa a todos… uno llama a los hijos y dejan de venir también, como los patos… no hay nada de malo en eso, es la naturaleza no más. El niño pensó sobre aquello, pero lo cierto es que no sabía bien qué pensar. Además, ya estaba dejando de ser niño y pensaba también en otras cosas. Meses después fue a quedarse una noche, cerca del lago, con una chica varios años mayor. En esa oportunidad, antes de tener sexo por primera vez, intentó también llamar a los patos, sin resultado. Hago el mismo sonido de siempre, le decía él, a la chica, no sé por qué no funciona. La chica no le daba mayor importancia, pero le dijo entre otras cosas algo que después él recordaría. Tal vez los patos saben que les mientes, le dijo. Días después, ya en la casa, el niño le daría vueltas a eso. Le parecía cierto, de alguna forma. Después de todo… era el mismo sonido… el mismo idioma digamos, pero ahora él se había hecho consciente del engaño. Cuando niño haces sonidos, pensó, sin distinguir lo bueno de lo malo, pero con el tiempo descubres que ese sonido puede servir para otras cosas… Era sencillo, en el fondo, concluyó, ordenando sus ideas: deja de ser la voz de la naturaleza, cuando sabes que mientes y por eso no vienen los patos. Parecía fácil entenderlo así, pero cuando intentó decirle aquello a su madre no le resultó en lo absoluto. Además, ella había descubierto lo de la chica y no le interesaba hablar sobre los patos. Tampoco le habló directamente de sexo, ciertamente, pero le dijo con otro tono que no hiciera estupideces, y que no comenzara a volverse una mierda, como su padre. El que había sido un niño lloró un poco esa noche, sin saber bien por qué, pero luego se sintió estúpido por haberlo hecho. De hecho, tenía tanta rabia que despertó con las manos empuñadas esa mañana. Se dio cuenta de aquello incluso antes de abrir los ojos. Y entonces los abrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales