domingo, 8 de septiembre de 2019

Grillos.


Un tailandés que llegó a la zona les enseñó cómo entrenarlos. Principalmente para combatir -aunque para esto no necesitaban enseñarles mucho realmente-, sino para seguir ciertas rutas, voltear en el suelo y acarrear cosas.

Yo sabía que en China los hacían combatir, pero desconocía que pudiesen también realizar tareas específicas. Por lo mismo, me sorprendió bastante cuando me fueron mostrando lo que los grillos habían aprendido y estuve horas mirándolos sin poder creerlo todavía.

Cuando ya aprenden todo, cambian su conducta, me dijeron. Tal vez sea por la edad, pero lo cierto es que dejan poco a poco de obedecer, no se muestran agresivos entre ellos y pasan todo el día -la noche en realidad, porque en el día poco hacen-, poniendo cosas sobre otras.

Para que les creyera esto último me terminaron regalando un par de grillos. Ambos ya estaban en esa etapa, me dijeron y podían incluso en el mismo espacio, sin pelearse en lo más mínimo.

Para saber si era cierto, ya en casa, les dejé muchas cosas de pequeño tamaño en un espacio que les asigné. A la mañana siguiente, los encontré a ambos al lado de una torre de cosas puestas unas sobre otras. Una torre para cada grillo, aclaro. La altura de cada una de ellas era lo suficientemente alta como para pensar que uno solo de ellos hubiese llegado hasta la cima, así que inferí que se habían ayudado montándose el uno en el otro para que las torres alcanzaran esa altura.

Tras grabarlos con una cámara de seguridad las noches siguientes (luego de desarmar sus torres) comprobé que era cierto. También observé que las torres que creaban siempre quedaban ligeramente inclinadas, justamente hacia el lado en que se quedaban luego cada uno de los grillos.

Pasaron así los días y cuando ya había perdido un poco el interés encontré a uno de ellos bajo las cosas que había apilado. Probablemente la torre hubiese caído sobre él, pensé, aunque fue extraño que, tras quitar las cosas que lo cubrían, el grillo estuviese muerto bajo ellas, pues sin duda eran cosas muy livianas y no podrían haberle provocado la muerte.

Tal vez murió, simplemente, me dije, y el otro grillo lo cubrió de cosas.

Sin embargo, una semana después más o menos, ocurrió lo mismo con el otro grillo. La torre que estaba a su lado había caído sobre él y lo encontré muerto, bajo esas cosas. Descartando la opción que el derrumbe de las cosas lo hubiese matado, solo quedaban dos posibilidades: o murió antes y las cosas le cayeron encima, o le cayeron las cosas y luego él se dejó morir, bajo ellas.

Durante un tiempo le di vueltas a estas alternativas y pensé en contactarme de nuevo con el tailandés para preguntarle, pero finalmente me di cuenta que las dos opciones eran, de cierta forma, igual de tristes, y no me entregaban más significado del que ya había recibido.

Tomé entonces el cuerpo del último grillo y lo enterré en el jardín.

Luego hice otras cosas, por supuesto, pero ellas no son parte de esta historia.

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