sábado, 14 de septiembre de 2019

Segundos antes, segundos después.


Por las mañanas encuentro caracoles en el piso.

No dentro de la casa, por supuesto, pero de todas formas es extraño.

Y es que suelo encontrarlos en el patio, bastante lejos de sectores con plantas.

Yendo hacia cualquier sitio.

Por lo mismo, trato de estar atento cada mañana, para no pisarlos.

Voy recogiéndolos, entonces, medio dormido, y los llevo hasta algún macetero, o hasta un rincón donde crezca pasto, o los pongo cerca de una planta.

Tampoco es que sean tantos en todo caso.

No más de cuatro, cada mañana, calculo.

De hecho, aún no me he puesto a pensar, ni me he fijado, si se trata de los mismos.

Sí me he percatado, sin embargo, que no dejan marcas.

Me refiero a que, al encontrarlos, ninguno de ellos tiene tras de sí esa huella plateada que encontrabas antaño.

Tampoco es que intenten ponerse bajo la luz del sol, o que busquen lugares húmedos, pues, como decía, los encuentro orientados hacia cualquier sitio, sin que haya podido distinguir todavía algún patrón, o una trayectoria clara.

En este sentido, es como si alguien los hubiera dejado segundos antes repartidos sobre el piso, tomándolos desde los lugares en que yo los dejo, como si se tratase de un pequeño juego cuyo objetivo desconozco.

Segundos antes, segundos después, podría llamarse el juego.

Mientras jugamos, sin embargo, los caracoles como una excusa, van quedando olvidados.

Tal vez, justamente, de eso se trata.

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