domingo, 1 de diciembre de 2013

Aceptar al vecino.

“Bukowski dijo que no hay ninguna razón para amar la vida
para alguien que trabaja 8 horas 5 días a la semana,
en algo que no ama…
por otro lado, agrego yo, si ese alguien siente que ama la vida
en esa hora y media diaria que le queda para ser sí mismo,
su clase de amor es mediocre y rebaja el valor del amor, del trabajo
y hasta de la vida que dice amar…”
Otto Wingarden.


Me molesta eso de aceptar ciertas circunstancias ante las cuáles supuestamente no podemos hacer nada. Lo digo pensando en esa frase que habla del vecino que te tocó, asumiendo que no hay nada que puedas hacer al respecto. Yo mismo, por ejemplo, ya me he peleado tres veces a golpes con el mío, y lo más probable es que él se hubiese largado si no fuera porque esas mismas peleas, las ha ganado fácilmente.

De hecho, luego de la última de ellas él me lo preguntó directamente:

-¿Cuál es la idea, hueón?

-Que no seai mi vecino… -contesté.

-Pero si te viniste a vivir acá por decisión propia… tenís que aceptar no más…

-Mi decisión propia es hueá mía –me defendí-, yo justamente combato esta hueá pa acabar con esa frase…

-¿Qué frase?

-La frase po, ahueonao… la de que no elegís al vecino… que no se puede hacer nada…

-¿Acaso no es cierta?

-Es cierta porque aceptamos las hueás no más… porque no empleamos la decisión propia, como tú dijiste…

-¿O sea que yo no tengo decisión propia?

-No po, hueón, no la ejercís… o me podís nombrar una hueá que hagas por decisión tuya…

Él lo pensó un segundo.

-Cago po, hueón -dijo entonces-. Todos los días cago. Y eso lo hago por decisión propia.

-Esa hueá no cuenta po, ahueonao… -le expliqué-, si no podís dejar de hacer esa hueá no es decisión tuya…

-Ah –dijo él.

Mi vecino puso entonces cara de introspección y me dijo que esperara un poco. Luego volvió con dos heineken y un poco de alcohol, pa desinfectar un cortecito que me había hecho en el labio.

-Las Heineken son pa maracos –le dije-, pero te las acepto igual.

-Una no más po, hueón… -dijo él.

Me la tomé de un sorbo y dejé el alcohol a un lado.

-¿Hay otras opciones aparte de que nos saquemos la chucha? –dijo de pronto mi vecino.

-¿Opciones de qué? –dije yo.

-De que demostrís esa hueá… la voluntad propia…

-Podría quemarte la casa, o la mía… o irme a otro lado, o lo que sea…

-¿Y no podís quedarte no más y aceptar las hueás que no te gustan?

-No es solo que no me gustan, es que no considero correctas, o con sentido…

-¿Y por eso tenís que venir a buscar pelea casi todas las semanas?

-Sí -contesté.

Él se quedó callado.

-¿Te vay a tomar esa hueá? –le pregunté entonces.

Él acercó la botella.

-De ahí me busco otra –agregó.

Yo me la tomé rápido, por si se arrepentía.

De paso descubrí que me había soltado un diente.

-Es como si aceptar fuese hacerte cómplice… -dijo de pronto él-, como los hueones que se quedaron callados en la dictadura… ¿esa hueá sentís?

-Algo así –debí aceptar-. Y al igual como esos hueones callaron nosotros también nos hemos quedado quietos y como hueones mientras nos metían el sistema y estos modos de vida… -agregué-, esa hueá es casi peor… ni siquiera pataleamos…

-¿Y tu forma de patalear es venir a que te saque la mierda?

-Sí –acepté.

-¿Y qué te evitay por hacer esa hueá? –me preguntó entonces.

Yo no quería responder eso.

Pero el hueón insistió.

-Supongo que me evito renunciar al trabajo –respondí, a regañadientes-. Eso y otras muchas hueás de las que no quiero hablar.

-¿Y además de pelear conmigo, que hacís? –preguntó.

-Quemo billetes, ordeno una biblioteca y cuento mentalmente una cuenta regresiva…

Él pareció interesarse.

-¿Y qué va a pasar al final de esa cuenta? –preguntó.

-Espérate a que pase, ahueonao impaciente –le dije, poniéndome de pie-. Además falta poco.

-¿No querís una tregua…?

-No –contesté-. Y pega con fuerza, que esta puede ser la última...

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