Ella me cuenta que fue a un curso con un lama,
donde la enseñanza principal era abstenerse de toda acción antes de haber construido un yo sólido, correcto.
-Tras aprender la lección –me dijo-, lo primero que
hice fue dejar de regar mis plantas…
-¿Por qué? –pregunté.
-Porque debía estar bien yo misma, para poder
regarlas –explicó-. Nutrirse uno mismo, antes
de nutrir a los otros, decía el maestro…
-¿Y qué pasó con tus plantas?
-Se murieron todas… -señaló-. Se secaron.
-¿Mataste tus plantas?
-Sí, puedes verlo así… siempre que lo cuento lo ven
así –agregó-, pero lo único cierto es que nadie se preocupa de mi estado… yo no
estaba bien, por eso no las regaba…
-Pero ellas murieron.
-Sí, y también las tortugas, los peces y hasta el
gato.
-¿No se arrancó el gato…?
-Sí, pero arrancó mal y lo atropelló un auto.
-Lo lamento –dije.
-Yo estoy bien –dijo ella.
Entonces, yo me quedé en silencio, un tanto
molesto, buscando comprender lo que ella decía.
-Debes pensar que soy egoísta –señaló entonces-,
pero dejas de lado muchas cosas…
-Es que estoy pensando en las plantas, el gato y
las tortugas…
-¿Prefieres quedarte en esa tristeza en vez de
alegrarte porque estoy bien?
No supe qué decir.
Nos miramos.
Ella tenía los ojos claros y brillantes, mientras
sonreía.
Bella como el
diablo, pensé, mientras se acercaba.
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