domingo, 31 de julio de 2011

Un cuarto negro.

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-No me gusta beber sola –me dijo- ¿quiere acompañarme?

Yo estaba en la otra mesa, hojeando un libro sobre Vermeer. Al principio no pensé que me hablaba a mí, sobre todo por la formalidad de sus palabras, pero al no haber nadie más opté por contestar, y fui a sentarme a su mesa.

-No me gusta conocer gente así, pero menos aún me gusta beber sola –me explico, seriamente-, es una situación que desespera, ¿no cree?

-¿Beber solo?

-No, no solamente beber –me aclaró-, estar solo en general… el tiempo pasa distinto cuando se está solo… ¿me entiende?

-Un poco, tal vez…

-Es que es como si el tiempo se transformase un poco en viento, y nos gastara con el roce… ¿cómo es que se dice eso…?

-¿Qué cosa?

-Cuando el viento gasta a las cosas.

-¿Erosión?

-Eso, erosión, eso es lo que nos hace estar solos, ¿no cree?

-No –contesté, aunque sin afán de discutir-. No tanto… es que viendo a los otros, o leyendo, o mirando… no sé hasta qué punto lo siento realmente como estar solo...

-Sí, puede que en esos casos tenga usted razón –me dijo-. ¿Quiere algo de beber?

-No gracias, pediré otro café en un momento más…

Luego ella pidió una copa de algo que me pareció champagne, aunque no pude comprobarlo pues apenas lo pidió con un gesto y nadie mencionó ninguna palabra.

-Mi padre era inventor –comenzó a decir de pronto, como si viniera al caso-. Cosas inútiles en general, pero sin duda impresionantes… una vez por ejemplo inventó un cuarto negro…

-¿No habían antes? –pregunté, intentando sacarla de la seriedad.

-Habían –contestó, imperturbable-, pero este cuarto era especial, en relación al tiempo, me refiero…

-¿Podría explicarme?

-Claro, verá… el cuarto aquel tenía la particularidad de hacer transcurrir el tiempo de forma más lenta… quizá suene extraño, pero es así… en su interior el tiempo corría más lento…

Yo la miraba hablar, y calculaba cuantos tragos se habría tomado, pero la mujer estaba seria y no parecía bromear en lo absoluto.

-Por ejemplo –continuó-, tú adentro podías contar fácilmente hasta mil, y cuando salías, resultaba que afuera solo habían pasado 15 o 20 segundos…

-¿Pero podía comprobarse…?

-Personalmente sí… es decir, yo me metí muchas veces y lo comprobé, pero si entrabas con relojes, por ejemplo, estos al salir descubrías que se habían descompuestos, lo que no constituía una prueba muy decidora, o específica, sobre lo ocurrido.

-¿Y qué sucedió con el cuarto negro? –pregunté.

-No “el cuarto negro”, sino “un cuarto negro”… -me corrigió, aunque sin explicarse-. Pues no ocurrió mucho para ser sincera… ya que no resultaba muy útil... y es que adentro del cuarto siempre estaba oscuro y no podías hacer nada, salvo tener más tiempo para pensar…

-¿Cómo…?

-Es que era oscuro ese cuarto, como para hacer algo… y por una extraña razón nunca nadie pudo dormir adentro, así que a fin de cuentas lo único que podías hacer era pensar…

-Pero tu padre lo habrá utilizado, quizá… para idear nuevas creaciones… o para…

-Sí –me interrumpió-. Pero cambió desde entonces. Una vez, por ejemplo, pasó un día entero adentro…

-¿Un día de los de afuera?

-Claro… nosotras le contamos un día, con mi madre… pero adentro debe haber sido como un mes.

-¿Y qué sucedió?

-Aparentemente nada, pero yo comencé a sentir que cada vez que mi padre se metía a aquel lugar salía como un poco más gastado… creyendo menos en el mundo, por decirlo de algún modo…

-¿Erosionado, como decías antes?

-Sí –admite-, pero esa erosión creo que aún era más fuerte, pues esa oscuridad era como más pesada… como si el mundo se desnudara ahí dentro y su desnudez fuese incómoda y oscura…

-…

-Disculpa por hablar así –me dice de pronto-, pero es que a veces sigo pensando que estoy en un cuarto oscuro… y hablo un poco como si pensara, y estuviese tratando de poner orden a aquello que pienso…

Luego la mujer se toma el líquido que le quedaba y hace otro gesto para que le traigan una nueva copa… y claro, yo siento que no me ve casi, cuando habla, y que quizá soy parte de esa pieza oscura, para ella.

-Yo también pasé mucho tiempo adentro –me confiesa de pronto-. Adentro de un cuarto negro. Por eso hablo como en un libro cerrado y no como en la vida… Antes me dolía, recuerdo, pero hoy hasta eso he perdido.

-Lo lamento…

-Sí, es para lamentarse… -agrega-, pero todo aquello necesario para lamentarse, en mi caso…, creo que se fueron quedando en un cuarto negro…

-¿Y no se pueden recuperar?

-No. Lo que se pierde en un cuarto negro no se recupera, es como si saliesen las sensaciones desde dentro tuyo y después buscases volver a meterlas dentro… supongo que es imposible.

-¿Y que sucedió con el cuarto negro…? ¿Seguiste metiéndote?

-Un cuarto negro… –me corrigió nuevamente-. Y sí, hasta el día de hoy me escondo a veces ahí dentro, como para arrancarme del mundo… pero resultamos ser más resistentes de lo que creemos y el desgaste no termina nunca de derribarnos totalmente…

Mientras decía esto, recuerdo que la mujer no alteraba ni en lo más mínimo el tono de su voz, y sus ojos pasaban por mí como si yo no estuviese.

-¿Sabes? –me dijo entonces, esforzándose por fijar su vista en mí-. Hay que tener cuidado con un cuarto negro… justamente porque es “un cuarto” y no “el cuarto”, y es tan indeterminado que puede aparecer en cualquier sitio, y robarte todo sin que te des cuenta…

-¿Por eso me llamaste, realmente?

-Sí, es algo que debe advertirse siempre que tengamos una oportunidad –concluye-.

Por último, y siempre con el mismo tono, me pide que me vaya del lugar, y que la deje ahí, sin preocuparme por ella…

-¿De verdad es eso lo que quieres? –le pregunté entonces.

Pero ella, en vez de responder, desaparece.

Así de simple: desaparece.

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