.
“Desde Kafka está demostrado:
si no eres paranoico
eres culpable”
A. N.
.si no eres paranoico
eres culpable”
A. N.
I.
Como suelo andar medio perdido y además no uso celular, es muy común que deba interrumpir a personas que encuentro por la calle para preguntarles por alguna dirección, consultar la hora, o hasta el día, como me ha pasado ya en algunas ocasiones.
Lo extraño es que la gente se asusta, desconfía, y hasta retroceden unos pasos antes de disculparse de cualquier forma que les evite dar una respuesta satisfactoria a mis consultas.
-¿Y por qué no ves en tu celular? –me dijo una chica el otro día, cuando le pregunté la hora.
Yo quise explicarme, pero cuando articulé la primera palabra la chica ya estaba a algunos metros y sentí que no valía el esfuerzo aclarar la situación.
Así, debido a estas dificultades, a veces camino largas distancias hasta encontrar azarosamente el sector que buscaba, o voy hasta lugares concretos donde sé hay un reloj público o una maquinita que dice la hora, como en las que validan las tarjetas de transporte, a las que recurro en la mayoría de las ocasiones.
-¿Y por qué no se compra un reloj? –me pregunta el policía que me interroga luego que una señora, a quien pregunté una dirección, le hiciese un gesto de auxilio, desde lejos.
-Da lo mismo que intente explicarlo –le digo-, a fin de cuentas mis palabras no serán satisfactorias.
-Ni reloj, ni celular, ni teléfono fijo, ni carnet… ¿entiende que tengo que llevármelo detenido, cierto…?
-¿Detenido?
-Sí, detenido. No necesariamente por acoso, pues la señora no creo que quiera testificar –miró hacia donde estaba ella y vimos como se alejaba del lugar-, pero al menos para comprobar identidad, y dirección…
-Pero si yo soy Vian…
-¿Puede demostrármelo?
-Eh… sí… me sé toda mi vida de memoria…
-¿Me está hueveando?
-Pero usted empezó, mi cabo…
Luego recibí un golpe en las costillas, y me subieron a un vehículo. Esa es la primera parte de la historia.
II.
La segunda parte es tan larga y fome que ahorraré detalles. Diré simplemente que en el cuartel no tenían como comprobar mi identidad, aunque de todas formas revisaron la ficha que estaba bajo mi nombre.
-Usted ya ha estado detenido –me dijeron.
-Sí –confesé-, pero solo dos veces y por cosas menores…
-¿Ebriedad y ofensas a la moral son cosas menores?
-Eso solo fue una vez y además era arte conceptual… -me excusé-, y la otra fue una confusión…
-¿Y además estuvo metido en un lío con unos supuestos pistoleros hace más o menos un mes?
-Pero me atacaron sin razón… hubo testigos además…
-Acá dice que tuvo lesiones…
-Una herida en la frente, me queda un poco…
Entonces los policías se miran entre ellos y deben considerar si darse o no un mayor trabajo conmigo… pues claramente no parezco peligroso ni suelo ser una amenaza para nadie…
-Compruebe domicilio –le dice el policía mayor al que me había detenido-, y si hay cualquier detalle, por mínimo que sea, lo trae de vuelta de inmediato… y lo derivamos a investigaciones…
Así terminó la segunda parte.
III.
La tercera y última parte sucede en el edificio que debo abandonar en tres días. Aún está el colchón en el suelo y está lleno de cajas con libros embalados y otro montón de libros dispersos por todo el departamento.
-¿Me autoriza a entrar y revisar o lo proceso y esperamos una orden? –me dice el policía, luego de que el conserje le explicara que los inquilinos me había expulsado del lugar, por razones poco claras.
-Vamos -contesté-, no tengo nada que ocultar…
Ya en la habitación los policías –porque el que me llevaba llamó a su compañero una vez que decidieron registrarla-, me dejan sentado en una silla y comienzan a recorrer el lugar…
-¿Qué tiene en esas cajas? –preguntan.
-Libros –le digo.
-¿Y en esas otras? –pregunta el otro.
-Libros también.
Entonces los policías se miran y comienzan a abrir las cajas. Todas. Eran 26 cajas, todas agrupadas y ordenadas pues me pasé gran parte de estas últimas semanas numerando y catalogando libros y había dejado todo listo para llegar y ordenar la biblioteca fácilmente, cuando llegara a otro lugar.
.¿Y qué hay adentro de los libros? –me pregunta uno.
-¿Qué…?
-¡¿Qué hay adentro de los libros… no escuchó a mi compañero…?! –dice el otro.
-Sí, pero…
-¿Pero qué…? ¿Quiere confesar algo?
-No… es solo que no sé bien lo que tienen… o sea hojas, palabras… historias…
-¡¿No sé haga el hueón?! –me aclaran-. Le preguntamos si ocultan algo…
-¿Ocultar…? –pienso en voz alta-. Bueno, algunos revelan más que ocultan… Kazantzakis, por ejemplo…
Pero no alcancé a terminar mi explicación. Ellos comenzaron a vaciar bruscamente mis cajas y desparramaron los libros en el piso. Eran 2128, lo sé porque los había numerado y aún me faltaban como la mitad…
Fue entonces que me alteré y quise ponerme de pie, pero uno de ellos se acercó y me detuvo… mientras el otro comenzaba a golpear los libros, como para hacerlos hablar, o los daba vueltas, como si quisiese que se cayesen las palabras, desde dentro…
-Busca los de ese Kalzatakis… –indicó el que me detenía.
-Kazantzakis –corregí yo, pero apenas lo dije me pinchó las costillas con la luma.
Él otro tipo seguía buscando.
-¿Cómo dijiste que se llamaba? –me preguntó el que buscaba.
-Kazantzakis –volví a decir yo, y me golpearon nuevamente.
Sería un buen argumento, pensé entonces, un tipo que cada vez que dice Kazantzakis recibe un golpe en las costillas… quizá podría inventar que cuando decía Melville te daban un mordisco en el tobillo o cuando decías Carver te enterraban un anzuelo de pescar en la piel…
Mientras, uno de los policías seguía buscando y desordenando todo, mientras el otro estaba al lado mío, supongo que esperando que yo dijese Kazantzakis, nuevamente.
Tras aburrirse, revisaron el contrato de arriendo, y se sorprendieron al ver que yo era profesor, y como que se asustaron un poco, y en la última parte de la visita hasta fueron un poco más amables e intentaron dar explicaciones.
-No debe andar por ahí sin carnet –me dijeron-, ni molestando a la gente… Tiene que comprender que estos procedimientos son necesarios pues no podemos adivinar qué tipo de persona es cada uno de los que nos encontramos…
Luego me hicieron firmar un papel –en el que inventé una firma que no era la mía- y se fueron del lugar.
Media hora después me llamó el conserje. Y hasta el administrador del edificio se asomó a mi cuarto para decirme qué nunca antes había ocurrido que viniesen a registrar un departamento, y que eso solo ratificaba lo acertado de la decisión de haberme expulsado de aquel lugar.
-Tiene usted toda la razón –le dije, como conclusión a sus reflexiones. Y cerré la puerta.
Todos los libros estaban en el piso y algunos habían incluso resultado dañados… Fue entonces cuando vi en un rincón los libros de Kazantzakis, habían quedado relativamente cerca unos de otros, aunque dos tomos de las obras selectas habían sido dañados.
Tomé uno de ellos y recordé entonces que debía regar las únicas tres cosas vivas que necesitaban de mí en aquel lugar. Luisa, lonicera, Juan el junípero y Aníbal, un acer japónico…
-Nosotros no necesitamos comprobar tu identidad –me dijo Luisa, intentando animarme, y yo le sonreí.
Fue entonces cuando desde el libro de Kazantzakis que tenía en la mano, se desprendió una palabra y quedó ahí, a un lado, sobre el piso.
-Humanidad –leyó en voz alta Aníbal, que es un poco más alto y tiene mejor vista.
Yo, por último, recogí la palabra y volví a meterla al libro, para que no se perdiera.
Y finalizó así, la tercera parte.
Como suelo andar medio perdido y además no uso celular, es muy común que deba interrumpir a personas que encuentro por la calle para preguntarles por alguna dirección, consultar la hora, o hasta el día, como me ha pasado ya en algunas ocasiones.
Lo extraño es que la gente se asusta, desconfía, y hasta retroceden unos pasos antes de disculparse de cualquier forma que les evite dar una respuesta satisfactoria a mis consultas.
-¿Y por qué no ves en tu celular? –me dijo una chica el otro día, cuando le pregunté la hora.
Yo quise explicarme, pero cuando articulé la primera palabra la chica ya estaba a algunos metros y sentí que no valía el esfuerzo aclarar la situación.
Así, debido a estas dificultades, a veces camino largas distancias hasta encontrar azarosamente el sector que buscaba, o voy hasta lugares concretos donde sé hay un reloj público o una maquinita que dice la hora, como en las que validan las tarjetas de transporte, a las que recurro en la mayoría de las ocasiones.
-¿Y por qué no se compra un reloj? –me pregunta el policía que me interroga luego que una señora, a quien pregunté una dirección, le hiciese un gesto de auxilio, desde lejos.
-Da lo mismo que intente explicarlo –le digo-, a fin de cuentas mis palabras no serán satisfactorias.
-Ni reloj, ni celular, ni teléfono fijo, ni carnet… ¿entiende que tengo que llevármelo detenido, cierto…?
-¿Detenido?
-Sí, detenido. No necesariamente por acoso, pues la señora no creo que quiera testificar –miró hacia donde estaba ella y vimos como se alejaba del lugar-, pero al menos para comprobar identidad, y dirección…
-Pero si yo soy Vian…
-¿Puede demostrármelo?
-Eh… sí… me sé toda mi vida de memoria…
-¿Me está hueveando?
-Pero usted empezó, mi cabo…
Luego recibí un golpe en las costillas, y me subieron a un vehículo. Esa es la primera parte de la historia.
II.
La segunda parte es tan larga y fome que ahorraré detalles. Diré simplemente que en el cuartel no tenían como comprobar mi identidad, aunque de todas formas revisaron la ficha que estaba bajo mi nombre.
-Usted ya ha estado detenido –me dijeron.
-Sí –confesé-, pero solo dos veces y por cosas menores…
-¿Ebriedad y ofensas a la moral son cosas menores?
-Eso solo fue una vez y además era arte conceptual… -me excusé-, y la otra fue una confusión…
-¿Y además estuvo metido en un lío con unos supuestos pistoleros hace más o menos un mes?
-Pero me atacaron sin razón… hubo testigos además…
-Acá dice que tuvo lesiones…
-Una herida en la frente, me queda un poco…
Entonces los policías se miran entre ellos y deben considerar si darse o no un mayor trabajo conmigo… pues claramente no parezco peligroso ni suelo ser una amenaza para nadie…
-Compruebe domicilio –le dice el policía mayor al que me había detenido-, y si hay cualquier detalle, por mínimo que sea, lo trae de vuelta de inmediato… y lo derivamos a investigaciones…
Así terminó la segunda parte.
III.
La tercera y última parte sucede en el edificio que debo abandonar en tres días. Aún está el colchón en el suelo y está lleno de cajas con libros embalados y otro montón de libros dispersos por todo el departamento.
-¿Me autoriza a entrar y revisar o lo proceso y esperamos una orden? –me dice el policía, luego de que el conserje le explicara que los inquilinos me había expulsado del lugar, por razones poco claras.
-Vamos -contesté-, no tengo nada que ocultar…
Ya en la habitación los policías –porque el que me llevaba llamó a su compañero una vez que decidieron registrarla-, me dejan sentado en una silla y comienzan a recorrer el lugar…
-¿Qué tiene en esas cajas? –preguntan.
-Libros –le digo.
-¿Y en esas otras? –pregunta el otro.
-Libros también.
Entonces los policías se miran y comienzan a abrir las cajas. Todas. Eran 26 cajas, todas agrupadas y ordenadas pues me pasé gran parte de estas últimas semanas numerando y catalogando libros y había dejado todo listo para llegar y ordenar la biblioteca fácilmente, cuando llegara a otro lugar.
.¿Y qué hay adentro de los libros? –me pregunta uno.
-¿Qué…?
-¡¿Qué hay adentro de los libros… no escuchó a mi compañero…?! –dice el otro.
-Sí, pero…
-¿Pero qué…? ¿Quiere confesar algo?
-No… es solo que no sé bien lo que tienen… o sea hojas, palabras… historias…
-¡¿No sé haga el hueón?! –me aclaran-. Le preguntamos si ocultan algo…
-¿Ocultar…? –pienso en voz alta-. Bueno, algunos revelan más que ocultan… Kazantzakis, por ejemplo…
Pero no alcancé a terminar mi explicación. Ellos comenzaron a vaciar bruscamente mis cajas y desparramaron los libros en el piso. Eran 2128, lo sé porque los había numerado y aún me faltaban como la mitad…
Fue entonces que me alteré y quise ponerme de pie, pero uno de ellos se acercó y me detuvo… mientras el otro comenzaba a golpear los libros, como para hacerlos hablar, o los daba vueltas, como si quisiese que se cayesen las palabras, desde dentro…
-Busca los de ese Kalzatakis… –indicó el que me detenía.
-Kazantzakis –corregí yo, pero apenas lo dije me pinchó las costillas con la luma.
Él otro tipo seguía buscando.
-¿Cómo dijiste que se llamaba? –me preguntó el que buscaba.
-Kazantzakis –volví a decir yo, y me golpearon nuevamente.
Sería un buen argumento, pensé entonces, un tipo que cada vez que dice Kazantzakis recibe un golpe en las costillas… quizá podría inventar que cuando decía Melville te daban un mordisco en el tobillo o cuando decías Carver te enterraban un anzuelo de pescar en la piel…
Mientras, uno de los policías seguía buscando y desordenando todo, mientras el otro estaba al lado mío, supongo que esperando que yo dijese Kazantzakis, nuevamente.
Tras aburrirse, revisaron el contrato de arriendo, y se sorprendieron al ver que yo era profesor, y como que se asustaron un poco, y en la última parte de la visita hasta fueron un poco más amables e intentaron dar explicaciones.
-No debe andar por ahí sin carnet –me dijeron-, ni molestando a la gente… Tiene que comprender que estos procedimientos son necesarios pues no podemos adivinar qué tipo de persona es cada uno de los que nos encontramos…
Luego me hicieron firmar un papel –en el que inventé una firma que no era la mía- y se fueron del lugar.
Media hora después me llamó el conserje. Y hasta el administrador del edificio se asomó a mi cuarto para decirme qué nunca antes había ocurrido que viniesen a registrar un departamento, y que eso solo ratificaba lo acertado de la decisión de haberme expulsado de aquel lugar.
-Tiene usted toda la razón –le dije, como conclusión a sus reflexiones. Y cerré la puerta.
Todos los libros estaban en el piso y algunos habían incluso resultado dañados… Fue entonces cuando vi en un rincón los libros de Kazantzakis, habían quedado relativamente cerca unos de otros, aunque dos tomos de las obras selectas habían sido dañados.
Tomé uno de ellos y recordé entonces que debía regar las únicas tres cosas vivas que necesitaban de mí en aquel lugar. Luisa, lonicera, Juan el junípero y Aníbal, un acer japónico…
-Nosotros no necesitamos comprobar tu identidad –me dijo Luisa, intentando animarme, y yo le sonreí.
Fue entonces cuando desde el libro de Kazantzakis que tenía en la mano, se desprendió una palabra y quedó ahí, a un lado, sobre el piso.
-Humanidad –leyó en voz alta Aníbal, que es un poco más alto y tiene mejor vista.
Yo, por último, recogí la palabra y volví a meterla al libro, para que no se perdiera.
Y finalizó así, la tercera parte.
Parece una verdadera trama de corrupción. Acabo de llegar, y ya deseo no irme jamás. ¿Te regalo un reloj? Tengo muchos. Y me encantan. No puedo salir de casa sin reloj. Hay gente que me dice que pienso demasiado en el tiempo. Otros, que para qué lo llevo si se me hace tarde. Yo siempre contesto que es que no quiero perder ni un solo segundo de mi vida.
ResponderEliminarUn saludo.
uh, muchas veces me ha pasado que salgo sin carnet y veo casi como una escena de película el día que me detengan por control de identidad ...
ResponderEliminarNo me gustan para nada los relojes, me molesta un poco pensar en el tiempo que pasa, o el que está pasando, o el que pasará. Me gusta hacer las cosas sin pensar en el tiempo. Me carga pedir la hora jajajja, lo evito.
Humanidad, supongo que le debe haber costado un buen poco tomarla del piso. Puesto que como tengo entendido, su peso es bastante. Y su significado, aún mayor.
Saludos Vian, hace tiempo no pasaba.
Gracias, sí... me había dado cuenta del abandono... Saludos
ResponderEliminarMe he sentido muy angustiada durante ese allanamiento...me recordó viejas épocas, viejos temores.
ResponderEliminarSí, a veces esos tiempos están más cerca de lo que uno cree... y es que el problema no es macro, ni de sistemas, sino que es tan pequeño que cabe en el interior de cada uno, o de una sola palabra.
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