“La sustancia de las cosas lejanas
no resiste al tacto”
.no resiste al tacto”
Más que las cercanas,
nos suelen atraer aquellas cosas
que no están a nuestro alcance.
Poco importa si se trata
de una brecha espacial,
o temporal,
o hasta económica…
el punto es que ansiamos eso
justamente porque está lejos de nosotros,
y el deseo se renueva
como si operase bajo la superficie
una especie de ley de conservación
que equilibra aquello que tenemos
con lo que no podemos
llegar a poseer
nunca.
Así,
de la misma forma
como el niño de antaño
jugó con dinosaurios de goma,
resulta que vamos creciendo
mirando fotos de lugares remotos,
o masturbándonos con la imagen de la actriz
que interpretó un personaje
que no existe,
o llorando junto al ataúd de la madre,
o del abuelo,
o queriendo volver el tiempo atrás
para no perder
a las personas que amamos…
¡Nada más engañoso!
Y es que el corazón
no sabe siquiera qué pedir,
y se comporta como un niño pequeño
que alega sin criterio alguno
cuando no obtiene lo que quiere.
Sin embargo,
debo admitir,
uno se olvida a veces,
que no tiene que escucharlo.
“Escucha hueón…”
me empezó a decir hoy día
por ejemplo.
“Lo que tú tenís que hacer…”
¡Y me estuvo hablando
como una hora!
Y claro,
como uno tiene ese lado hueón,
y no lo hice callar a tiempo,
resultó que hasta me convenció de salir
a buscar en medio del frío de hoy
a una chica a quien amé
y a quien no veía
desde hace al menos un año.
“Tenís que ir, hueón, urgente…”
me decía,
y argumentaba cosas
que por bastante más de un momento
me parecieron lógicas…
“Tenís que dejar de engañarte,
o te vay a morir de viejo…”
repetía,
y uno avanzaba a tientas por las calles,
y el tiempo se desvanecía
y hasta los márgenes de las cosas
parecían desdibujarse…
Por suerte,
en medio de la búsqueda
comencé a recordar poco a poco
que el corazón no es voz confiable,
y fue entonces que razoné
y medité
y me detuve en seco.
Tal como suena,
sin explicaciones,
y hasta en medio de una calle
repleta de gente,
y fui testigo otra vez
de cómo el corazón
volvía a guardar silencio.
Y pensé así en las cosas que no están
a nuestro alcance,
y pensé en las formas de morir
y en que la última vez que nos vimos,
con ella,
nos despedimos amándonos
y con un beso…
“Eso es lo que te decía yo…”
volví a escuchar entonces.
Pero me arranqué los oídos,
y los ojos,
y el corazón,
dejándome solo el tacto
que es inmune
a las cosas lejanas
e incluso nos pone bordes…
Y sí…
necesito bordes,
y por lo mismo dejo esto
hasta aquí,
(y borro lo otro que había escrito)
y me tomo tres pastillas
para ver si duermo
al menos un rato.
nos suelen atraer aquellas cosas
que no están a nuestro alcance.
Poco importa si se trata
de una brecha espacial,
o temporal,
o hasta económica…
el punto es que ansiamos eso
justamente porque está lejos de nosotros,
y el deseo se renueva
como si operase bajo la superficie
una especie de ley de conservación
que equilibra aquello que tenemos
con lo que no podemos
llegar a poseer
nunca.
Así,
de la misma forma
como el niño de antaño
jugó con dinosaurios de goma,
resulta que vamos creciendo
mirando fotos de lugares remotos,
o masturbándonos con la imagen de la actriz
que interpretó un personaje
que no existe,
o llorando junto al ataúd de la madre,
o del abuelo,
o queriendo volver el tiempo atrás
para no perder
a las personas que amamos…
¡Nada más engañoso!
Y es que el corazón
no sabe siquiera qué pedir,
y se comporta como un niño pequeño
que alega sin criterio alguno
cuando no obtiene lo que quiere.
Sin embargo,
debo admitir,
uno se olvida a veces,
que no tiene que escucharlo.
“Escucha hueón…”
me empezó a decir hoy día
por ejemplo.
“Lo que tú tenís que hacer…”
¡Y me estuvo hablando
como una hora!
Y claro,
como uno tiene ese lado hueón,
y no lo hice callar a tiempo,
resultó que hasta me convenció de salir
a buscar en medio del frío de hoy
a una chica a quien amé
y a quien no veía
desde hace al menos un año.
“Tenís que ir, hueón, urgente…”
me decía,
y argumentaba cosas
que por bastante más de un momento
me parecieron lógicas…
“Tenís que dejar de engañarte,
o te vay a morir de viejo…”
repetía,
y uno avanzaba a tientas por las calles,
y el tiempo se desvanecía
y hasta los márgenes de las cosas
parecían desdibujarse…
Por suerte,
en medio de la búsqueda
comencé a recordar poco a poco
que el corazón no es voz confiable,
y fue entonces que razoné
y medité
y me detuve en seco.
Tal como suena,
sin explicaciones,
y hasta en medio de una calle
repleta de gente,
y fui testigo otra vez
de cómo el corazón
volvía a guardar silencio.
Y pensé así en las cosas que no están
a nuestro alcance,
y pensé en las formas de morir
y en que la última vez que nos vimos,
con ella,
nos despedimos amándonos
y con un beso…
“Eso es lo que te decía yo…”
volví a escuchar entonces.
Pero me arranqué los oídos,
y los ojos,
y el corazón,
dejándome solo el tacto
que es inmune
a las cosas lejanas
e incluso nos pone bordes…
Y sí…
necesito bordes,
y por lo mismo dejo esto
hasta aquí,
(y borro lo otro que había escrito)
y me tomo tres pastillas
para ver si duermo
al menos un rato.
m...
ResponderEliminarleer esto no es algo muy esperanzador para mí
antes de viajar me reuniré con esa persona.
Quizás ese día me llene de bordes.
Tenía ganas de salir como la otra vez antes de irme, pero con suerte alcanzo a dormir.
el otro día soñé contigo, era raro, estabai como mal.
Hablamos quizás, no tengo consejos para dar, estoy en las mismas.
Saludos y coraje.