Algunos se ríen, pero la historia es triste. No tanto como para llorar, pero sí para detenerse en ella un momento, y compartirla.
Tiene su origen en una conversación entre ex vecinos que planeábamos juntarnos a ver un partido de la Copa América. Así, mientras fijábamos cuota para comprar más cervezas y pagar la carne, el guatón Marcos nos contó que se había encontrado con Marcela, hacía varios meses, en Viña del Mar, y que ya no tenía rasgo alguno de la chica atractiva que nos tenía vueltos locos a todos, en la adolescencia.
-Estaba súper fea –nos dice el guatón, mientras termina una cerveza-, pero yo la reconocí igual aunque ella fingiera que no se acordaba de nada y hasta mintiera diciendo que se llamaba Francisca, o algo así…
-Oye guatón –lo interrumpo-, ¿y si no hubiese sido ella?
-No po hueón, sí era ella, como con 60 kilos de más y con cara de sufrida, eso sí… Si cuando yo le hablaba se notaba que estaba ocultando algo, hasta que al final confesó… Bueno, confesó a medias eso sí, porque dijo que ella conocía a Marcela, y que era una prima de ella… ja, ja…
-¿Una prima?
-Sí po, la hueá es súper tonta, pero debe haber sido pa no confesar y que la viésemos fea…
-Pero si igual la viste fea –dice Mauricio, mientras intenta prender el carbón-, ¿qué gana con decir que es otra?
-Gana po hueón –agrega el guatón Marcos, quien siempre se las ha dado de sicólogo-, es que es como una hueá comparativa… o sea, no es ser fea ella el problema, sino haber sido linda antes… si andábamos todos detrás de ella, ¿no te acorday?
Entonces, por una milésima de segundo, creo que todos recordamos a la Marcela, con las poleras apretadas y los ojos claritos que nos ponían nerviosos a todos…
-Yo creo que te confundiste guatón –dice entonces el Mono, que estaba retirado fumándose un cigarro.
-Sí po hueón –agrega Mauricio-, la Marcela no puede haber quedado fea, si era demasiado linda… pa mí que estay inventando porque nunca te pescó…
-A ninguno nos pescó –se defiende el guatón-, ese no es el punto… lo que pasa es que no quieren reconocer que se puso fea…
-¿Y qué ganamos con eso? –dice Mauricio, algo ofuscado.
-No sé bien –sigue el guatón-, pero es la típica hueá de defender el pasado… ¿acaso no es normal en el fondo, que esté fea, o gorda? ¿No nos pasa a nosotros también?
-Pero nosotros somos nosotros, po guatón… era una hueá que se veía venir… una hueá justa, en el fondo –alega el Mono-, pero la Marcela era distinta…
Seguimos así discutiendo un rato, y los ánimos no quedan en buen pie. Quizá todos nos empezamos a mirar de reojo y pensamos quién está peor que el otro, tal como conversamos el otro día, después del partido que jugamos en la cancha de la esquina, y quedamos todos contracturados…
-Lo peor es que a veces te ponís muy hueón –dice el Mono-, si ahora que me acuerdo yo conocí a la prima de la Marcela cuando éramos chicos… y sí… se llamaba Francisca, y era más guatona y…
-¡Pa qué mentís, mono culiao! –alega el guatón-, ¡si está fea está fea no más…! ¡El mundo no cambia por eso, ahueonao…!
-¡Sí cambia, guatón de mierda…! –se mete entonces Mauricio, dándoselas de poeta-, ¿cómo no va a cambiar el mundo si la mina más linda llega a pesar el doble y se pone fea, hueón…? Es como si de un día pa otro la luna dejara de aparecer blanca y mostrara un lado más feo que la mierda… ¿cómo no va a cambiar el mundo, guatón conchetumadre…?
Entonces la discusión sigue un rato más y hasta se complica cuando el Mono le tira un carbón encendido al guatón y éste bota la cerveza, y entonces me meto yo porque la cerveza sí que no se bota y después el Mauro aprovecha de pegarle una patada al guatón, pero se confunde y se la da al Mono y entonces se acerca el perro que ataca al Mono y le muerde un brazo… y claro, en eso estamos cuando comienza el partido.
Y claro… hay que parar la pelea, y ordenar las cosas, y desinfectarle el brazo al Mono y buscar el diente postizo del Mauricio que siempre se le sale y al final terminamos todos riéndonos y repartiendo de nuevo otras cervezas para ver el partido.
Entonces, mientras ellos están todavía distraídos en sus cosas, en la televisión enfocan a una chica hermosa, con su polera apretada y hasta con una toma tan cercana que se notan sus ojos claros…
-¡La Marcela…! –les aviso yo… pero cuando ellos se voltean, la imagen ya se ha ido.
-Con eso no se juega –me dicen casi a coro, ofendidos.
Por último, sin pruebas, agacho la cabeza y guardo silencio, como para guardar también, de paso, ese recuerdo.
Tiene su origen en una conversación entre ex vecinos que planeábamos juntarnos a ver un partido de la Copa América. Así, mientras fijábamos cuota para comprar más cervezas y pagar la carne, el guatón Marcos nos contó que se había encontrado con Marcela, hacía varios meses, en Viña del Mar, y que ya no tenía rasgo alguno de la chica atractiva que nos tenía vueltos locos a todos, en la adolescencia.
-Estaba súper fea –nos dice el guatón, mientras termina una cerveza-, pero yo la reconocí igual aunque ella fingiera que no se acordaba de nada y hasta mintiera diciendo que se llamaba Francisca, o algo así…
-Oye guatón –lo interrumpo-, ¿y si no hubiese sido ella?
-No po hueón, sí era ella, como con 60 kilos de más y con cara de sufrida, eso sí… Si cuando yo le hablaba se notaba que estaba ocultando algo, hasta que al final confesó… Bueno, confesó a medias eso sí, porque dijo que ella conocía a Marcela, y que era una prima de ella… ja, ja…
-¿Una prima?
-Sí po, la hueá es súper tonta, pero debe haber sido pa no confesar y que la viésemos fea…
-Pero si igual la viste fea –dice Mauricio, mientras intenta prender el carbón-, ¿qué gana con decir que es otra?
-Gana po hueón –agrega el guatón Marcos, quien siempre se las ha dado de sicólogo-, es que es como una hueá comparativa… o sea, no es ser fea ella el problema, sino haber sido linda antes… si andábamos todos detrás de ella, ¿no te acorday?
Entonces, por una milésima de segundo, creo que todos recordamos a la Marcela, con las poleras apretadas y los ojos claritos que nos ponían nerviosos a todos…
-Yo creo que te confundiste guatón –dice entonces el Mono, que estaba retirado fumándose un cigarro.
-Sí po hueón –agrega Mauricio-, la Marcela no puede haber quedado fea, si era demasiado linda… pa mí que estay inventando porque nunca te pescó…
-A ninguno nos pescó –se defiende el guatón-, ese no es el punto… lo que pasa es que no quieren reconocer que se puso fea…
-¿Y qué ganamos con eso? –dice Mauricio, algo ofuscado.
-No sé bien –sigue el guatón-, pero es la típica hueá de defender el pasado… ¿acaso no es normal en el fondo, que esté fea, o gorda? ¿No nos pasa a nosotros también?
-Pero nosotros somos nosotros, po guatón… era una hueá que se veía venir… una hueá justa, en el fondo –alega el Mono-, pero la Marcela era distinta…
Seguimos así discutiendo un rato, y los ánimos no quedan en buen pie. Quizá todos nos empezamos a mirar de reojo y pensamos quién está peor que el otro, tal como conversamos el otro día, después del partido que jugamos en la cancha de la esquina, y quedamos todos contracturados…
-Lo peor es que a veces te ponís muy hueón –dice el Mono-, si ahora que me acuerdo yo conocí a la prima de la Marcela cuando éramos chicos… y sí… se llamaba Francisca, y era más guatona y…
-¡Pa qué mentís, mono culiao! –alega el guatón-, ¡si está fea está fea no más…! ¡El mundo no cambia por eso, ahueonao…!
-¡Sí cambia, guatón de mierda…! –se mete entonces Mauricio, dándoselas de poeta-, ¿cómo no va a cambiar el mundo si la mina más linda llega a pesar el doble y se pone fea, hueón…? Es como si de un día pa otro la luna dejara de aparecer blanca y mostrara un lado más feo que la mierda… ¿cómo no va a cambiar el mundo, guatón conchetumadre…?
Entonces la discusión sigue un rato más y hasta se complica cuando el Mono le tira un carbón encendido al guatón y éste bota la cerveza, y entonces me meto yo porque la cerveza sí que no se bota y después el Mauro aprovecha de pegarle una patada al guatón, pero se confunde y se la da al Mono y entonces se acerca el perro que ataca al Mono y le muerde un brazo… y claro, en eso estamos cuando comienza el partido.
Y claro… hay que parar la pelea, y ordenar las cosas, y desinfectarle el brazo al Mono y buscar el diente postizo del Mauricio que siempre se le sale y al final terminamos todos riéndonos y repartiendo de nuevo otras cervezas para ver el partido.
Entonces, mientras ellos están todavía distraídos en sus cosas, en la televisión enfocan a una chica hermosa, con su polera apretada y hasta con una toma tan cercana que se notan sus ojos claros…
-¡La Marcela…! –les aviso yo… pero cuando ellos se voltean, la imagen ya se ha ido.
-Con eso no se juega –me dicen casi a coro, ofendidos.
Por último, sin pruebas, agacho la cabeza y guardo silencio, como para guardar también, de paso, ese recuerdo.
Yo no diría triste, pero sí melancólica...una de esas historias que nos sacan al mismo tiempo, una sonrisa y una lágrima...por lo del tiempo que se nos va,viste?...
ResponderEliminarUn gusto leerte.
Ja ja ja yo tampoco diría triste, mejor dicho tragicómica. El envejecer y hacernos feos en la visión occidental es triste, pero tú le das ese toque de risa inteligente, ameno, chispeante en una excelente narrativa.Además me gustan las palabras originarias que usas, lo haces muy de tu tierra, muy tuyo en una exposición genial (aunque admito que debo investigar algunas)
ResponderEliminar¡¡Bien hecho Vian!!