I.
No sé cómo se hace.
Pero lo intento.
De hecho,
a veces pienso que la forma correcta
de hacerlo
es intentarlo, nada más.
Y no importa qué nombre usted le ponga
a aquello de lo que estoy hablando
pues ya verá que aunque reemplace continuamente
un verbo por otro
la conclusión seguirá resultando cierta
la mayoría de las veces.
Y las palabras entonces estarán de más
pues todo aquello que se busca hacer
de forma pura, u honesta,
forma parte de una sola acción
que es en la que estamos todos
conscientes o no
de estar en ella.
II.
Soy torpe con las manos.
Se me caen a veces las cosas
y tengo un recuerdo vago
de haber matado un patito, de pequeño,
sin querer,
por tomarlo demasiado fuerte.
He aprendido, claro,
con el tiempo,
y quizá he desarrollado cierta habilidad
para algunas tareas específicas,
pero creo que así y todo
si pudiese hoy recoger el cuerpo de ese pato,
no podría revivirlo,
lo que me lleva a concluir
que a efectos del daño realizado
la torpeza es algo
que se sobrepone a nosotros,
desde el estado concreto
del mundo.
Por lo mismo, a veces pienso
que es el mundo el que es torpe.
Y hasta a lo mejor Dios.
III
Soy torpe también con los pies,
pienso ahora,
mientras recuerdo una serie de torceduras
y tropiezos
en los que no quiero detenerme.
Y es que cuando a uno le tocó nacer
con los pies planos,
y otro gran número de desperfectos físicos,
la torpeza llega casi por añadidura,
y uno tambalea a veces
y se sale del camino,
por lo que hay que intentar avanzar siempre
con la mezcla exacta,
entre cuidado y confianza,
para que el lugar donde queremos ir
nos reciba.
Por lo demás,
la torpeza de mis pies me agrada,
pues resulta de una ingenuidad
que se manifiesta simplemente
metiéndose de forma descuidada
a charcos de agua lluvia
o disfrutando como un niño
ante cada oportunidad
de entrelazarse.
IV.
Por lo general
-y por último-,
mis palabras también son torpes.
Pero claro,
yo insisto,
e intento.
Las espero incluso
hasta que quieran salir solas
para no forzarlas,
y confío en que algún día esas palabras
sean reflejo de un sentimiento satisfecho.
Quizá entonces,
pleno ya,
y pudiendo compartir dicha plenitud
con ustedes,
me permita yo guardar silencio
al menos un día,
sin sentir que he dejado de intentarlo.
¿Y es que saben?
Aunque no sé bien cómo se hace,
confío en que ocurrirá
tras los intentos necesarios.
Así, mientras intento,
yo ya comienzo incluso a estar agradecido
de la llegada de ese día.
No sé cómo se hace.
Pero lo intento.
De hecho,
a veces pienso que la forma correcta
de hacerlo
es intentarlo, nada más.
Y no importa qué nombre usted le ponga
a aquello de lo que estoy hablando
pues ya verá que aunque reemplace continuamente
un verbo por otro
la conclusión seguirá resultando cierta
la mayoría de las veces.
Y las palabras entonces estarán de más
pues todo aquello que se busca hacer
de forma pura, u honesta,
forma parte de una sola acción
que es en la que estamos todos
conscientes o no
de estar en ella.
II.
Soy torpe con las manos.
Se me caen a veces las cosas
y tengo un recuerdo vago
de haber matado un patito, de pequeño,
sin querer,
por tomarlo demasiado fuerte.
He aprendido, claro,
con el tiempo,
y quizá he desarrollado cierta habilidad
para algunas tareas específicas,
pero creo que así y todo
si pudiese hoy recoger el cuerpo de ese pato,
no podría revivirlo,
lo que me lleva a concluir
que a efectos del daño realizado
la torpeza es algo
que se sobrepone a nosotros,
desde el estado concreto
del mundo.
Por lo mismo, a veces pienso
que es el mundo el que es torpe.
Y hasta a lo mejor Dios.
III
Soy torpe también con los pies,
pienso ahora,
mientras recuerdo una serie de torceduras
y tropiezos
en los que no quiero detenerme.
Y es que cuando a uno le tocó nacer
con los pies planos,
y otro gran número de desperfectos físicos,
la torpeza llega casi por añadidura,
y uno tambalea a veces
y se sale del camino,
por lo que hay que intentar avanzar siempre
con la mezcla exacta,
entre cuidado y confianza,
para que el lugar donde queremos ir
nos reciba.
Por lo demás,
la torpeza de mis pies me agrada,
pues resulta de una ingenuidad
que se manifiesta simplemente
metiéndose de forma descuidada
a charcos de agua lluvia
o disfrutando como un niño
ante cada oportunidad
de entrelazarse.
IV.
Por lo general
-y por último-,
mis palabras también son torpes.
Pero claro,
yo insisto,
e intento.
Las espero incluso
hasta que quieran salir solas
para no forzarlas,
y confío en que algún día esas palabras
sean reflejo de un sentimiento satisfecho.
Quizá entonces,
pleno ya,
y pudiendo compartir dicha plenitud
con ustedes,
me permita yo guardar silencio
al menos un día,
sin sentir que he dejado de intentarlo.
¿Y es que saben?
Aunque no sé bien cómo se hace,
confío en que ocurrirá
tras los intentos necesarios.
Así, mientras intento,
yo ya comienzo incluso a estar agradecido
de la llegada de ese día.
Somos torpes... por naturaleza, pero lo correcto es seguir intentandolo.
ResponderEliminarSaludos.
Eso del patito me trajo un recuerdo...
ResponderEliminarCuando pequeña tuve un patito de mascota (para mis papás simplemente alimento). Me acompañaba a todos lados y yo quería enseñarle a volar. Un día lo lancé hacia el cielo (pensando que cumpliría su sueño). El pobre pato cayó al suelo todo desplumado. Nos queríamos mucho (lo sé)
Rompieron nuestra amistad cuando lo mataron para hacer un asado de bienvenida a unas visitas que no me gustaban. No comí en todo el día.
Lo quise (quiero) mucho...
Te sigo, saludos :)
Saludos. Gracias por el comentario.
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