miércoles, 23 de febrero de 2011

Sobre los cojones de un gato.

.
I.

Fue hace más de diez años,
cuando el gato de la madre de Manuel
se había visto amenazado.

Y no había sido un perro,
ni era asunto de faldas
ni tampoco es que lo quisieran linchar
una pandilla de gatos neonazis…

El problema era más bien, digamos,
parte de su desarrollo,
y consistía en que habían decidido,
sin consultarle al gato desde luego,
arrancarle de cuajo sus cojones…
decisión que Manuel cuestionaba
y calificaba de dictatorial
y hasta de crimen lesa humanidad.

Es que no es por razones estéticas,
alegaba Manuel,
ni es que le cuelguen demasiado
ni que sean triangulares,
o que tenga cojones de más…
el asunto es que le quieren arrancar los cojones
simplemente por evitarse problemas…

¿Y si llegan a un acuerdo…?
le preguntaba yo, conciliatorio.

¡¿Qué acuerdo hueón…?!
¡¿Qué le corten uno?!
¿No cachay que le quieren cortar los cocos, hueón?
¡Los cocos…!

Imagínate si a ti te los cortaran,
agregaba él,
mientras vaciábamos la cuarta botella
tirados en el piso de la facultad,
o imagínate si a Faulkner
se los hubiesen arrancado,
o a Melville
o a Dos Passos…

Pero la Wolff no tenía cojones,
ni de Beauvoir…

le alegaba yo…

¡Pero esas no nacieron con cojones po hueón!
me gritaba,
mientras sacaba algo peludo
y medio apretado que tenía en la mochila.

¡Míralo hueón!
dijo Manuel entonces, levantando al gato
¡¿creís que yo voy a dejar
que le corten los cojones?!


Fue entonces que me fijé en Manuel
mientras levantaba al gato,
igualito que el mono
en la película del rey león
cuando presentaba a Simba,
y miré también los cojones redonditos
del felino,
y entre tanta cerveza
y libros desparramados,
decidí ayudarlo.


II.

El plan suena tan sencillo y burdo
que hoy me avergüenzo casi
de llamarlo de esa forma,
pero al final convenimos en ofrecer el gato a alguien
que nos asegurara con certeza
que los cojones del animal
permanecerían en su sitio.

¿Has oído lo que decía Nietzsche
respecto a que tener un gato
era la puerta de acceso hacia el superhombre?

les preguntaba yo a los filósofos
intentando convencer a alguno,
aunque sin buenos resultados.

¿Qué me dirías de sus cojones…?
les decía Manuel a las mujeres
que se acercaban a acariciar al animal,
y que se alejaban en cuanto mi amigo
insistía con el tema de las gónadas.

Fue así que comenzó a oscurecer
y Manuel ya no sólo ofrecía al gato,
si no que hasta lo daba con un pack de alimento
y una serie de accesorios
que no terminaban de convencer a nadie.

Además, estaba el asunto de descartar a los borrachos,
y a otros que no creíamos capaces
de asumir la responsabilidad
y que eran, ciertamente,
la mayoría de nuestros conocidos.

Fue entonces cuando vimos a René
corriendo semidesnudo por la facultad
y pensamos que aquella podía ser
la persona más idónea,
entre las escasas posibilidades
que nos quedaban.


III.

René se negó rotundamente
hasta que Manuel le habló
de los dos tomos empastados
de Los miserables,
cosa que inclinó la balanza
rotundamente
hacia los cojones del gato.

El trato quedó sellado entonces
así como una cláusula que hablaba
de las condiciones de vida del animal
y una serie de otras peticiones
que Manuel sacó a última hora
y que René aceptó sin reparos.

Entonces,
René tomó al animal que había estado todo el tiempo
escondido tras un pilar
y aferrado desesperadamente al suelo
y se lo llevó a su hogar.


IV.

Una semana después
René llegó con el gato y los dos tomos empastados
al sector de la facultad
donde acostumbrábamos emborracharnos.

Casi lloró contando que pensó que había perdido al gato
pues había permanecido cuatro días escondido en un ropero
sin salir siquiera a tomar agua.

El gato se veía flaco y demacrado
y hasta sus cojones se veían como poquita cosa
mientras René lo extendía pidiendo disculpas
y entregando también los dos tomos empastados
de Los miserables.

Luego contó que mientras el gato estuvo perdido
y tras haberlo buscado infructuosamente,
había intentado leer el libro varias veces,
pero no había sido capaz de terminar la primera hoja.

Por otro lado,
el asunto de la culpa parecía ser serio,
pues no quiso quedarse con los libros
que Manuel le estaba regalando,
y no dejaba de repetir frases inconexas
respecto a robar un pan sin tener hambre
o que los miserables éramos nosotros,
mientras se golpeaba fuertemente el pecho
con una lata de Báltica.

Respecto al gato,
decir que volvió a la casa de la madre de Manuel
y que hoy,
a pesar del esfuerzo de mi amigo,
ya no tiene cojón alguno.

Supongo que se echa en el piso,
cerca de los libros,
o que acompaña a los otros mientras ven TV,
y que hace sus necesidades
en un lugar destinado
especialmente para ello.

¿Y saben?
No quería terminar este escrito así,
pero ahora que lo pienso…
creo que yo también llevo una vida parecida
a la de ese gato,
después de todo…
aunque luego de revisar detenidamente
mis propios cojones
debo aclarar que las razones
que me llevan a actuar así
ciertamente
son distintas.
.

1 comentario:

  1. Graciosa historia.

    Me quedé pensando en el final (quizá acá hace falta paralenguaje para interpretar mejor)

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