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Un hombre va al siquiatra porque le ocurre algo extraño al ver a las personas vestidas.
Suena extraño, lo admito, pero es así.
-Explíqueme más sobre las personas vestidas –le dice entonces el siquiatra.
Ante esto, el hombre explica que lo que le sucede es similar a ver perros o hasta avestruces con prendas de vestir… es decir, el hombre intenta explicar que verlos vestidos les hace parecer disfrazados, envueltos en algo que no va con su naturaleza, igualito que ver una gallina con traje dos piezas o un dinosaurio en smoking.
-¿Y eso en qué le complica? –le pregunta el doctor.
-En mucho –dice el hombre-. Tanto así que se me hace imposible ir por la calle sin que esa sensación de absurdo me abrume, y me haga huir de los demás o cuestionarlos en demasía.
-Entiendo –dice el doctor, y toma apuntes.
-Antes no era así –continúa el hombre-. Es decir, al principio nunca me lo cuestioné, pero cuando comencé a percatarme de que era absurdo, todo aquello comenzó a darme risa, hasta que fue derivando poco a poco en lo que me sucede hoy…
-¿Y tiene usted familia? –consulta el doctor-.
-Sí. Vivo von una esposa y tres hijos. Y es terrible. Todos vestidos la mayor parte del día… es una situación absurda… me siento como actuando en un programa de esos donde aparecían monos vestidos con ropas y uno debe apegarse a su rol, y hasta a sus parlamentos…
-¿Quiere usted decir que las palabras también le producen esa sensación de absurdo?
-Claro… aunque no al nivel de la ropa, debo admitir. O sea, nos quitan movilidad, al igual que la ropa, pero al menos tenemos la opción de guardar silencio o de referirnos a su misma inconsistencia.
-Ya…
-¿A usted no le parece absurdo, doctor?
-Nada de lo que me cuenta un paciente me parece absurdo…
-Pero no me refiero a mí, si no aquello que le digo… lo de la ropa en las personas…
-Mmm… -el doctor toma aquí un tiempo para pensarlo-. Verá, más allá de absurdo o no, creo que es necesario que reconozcamos que lo de la ropa en las personas es algo necesario… no tenemos pelo como algunos animales y…
-¡Mentiras, doctor! De esa misma forma es como nos han convencido de la necesidad de todo: de vivienda, de trabajo estable, de tener celular, o tarjetas de crédito… todo aquello nos dicen que es necesario… ¿no lo entiende?
-Preferiría que usted me lo explicara.
-¿Acaso cree que es normal que pasemos la mitad de nuestras vidas estudiando o trabajando en cosas que no se relacionan directamente con nuestras necesidades…? ¡Mírese doctor…! Sus zapatos… sus calcetines… su camisa y corbata a rayas… ¿Cuántos pacientes tiene hoy después de mí… o antes? ¿O durante toda su vida… cuántos pacientes doctor…?
-Le pido por favor que se relaje, y que vuelva al tema que lo trajo acá… además recuerde que vino por propia voluntad... es decir, porque usted reconoce que está enfermo…
-Es que no es eso doctor, o no es enfermedad, al menos. Es algo así como un absurdo que me imposibilita relacionarme con los otros, y claro… pasa a ser una dificultad… pero esa dificultad viene de una comprensión, de un descubrimiento… y no de un virus o una bacteria… o lo que sea que causen las enfermedades.
-¿Y en concreto qué?
-En concreto es como un chicle que ha perdido un sabor, pero que debo masticar a cada momento… o como esas palabras que repetimos tantas veces que pierden el significado…
-Pero debe admitir que las palabras no lo pierden, el que lo extravía es usted, ellas siempre han tenido un significado… y eso no puede ser un descubrimiento, si se detiene a pensarlo…
-Pero es que al despojarla descubrimos que la existencia de esa palabra está desligada a ese significado… es decir, puede existir sin él, incluso como un sonido puro…
-¿Y entonces usted cree que el asunto de la ropa es igual…?
-Claro, aunque aquí no sólo no es necesario, sino que además es absurdo… y eso genera repulsión… casi un asco, como si comiésemos hasta que se nos cayese la comida de la boca…
-¿Y usted entonces quiere decirme que ese descubrimiento es mejor al desconocer y seguir visténdonos sin cuestionarnos nada…?
-No lo sé, doctor… sólo sé que ya he perdido todo lo que un día tuvo significado… ¿y sabe? No aspiro a recuperarlo, sólo quiero disimular bien… que aquello vuelva a aparecer en su sitio y deje de producir estas sensaciones… ¿me entiende?
-Creo que sí…
-¿Y tiene algo para eso…? ¿Unas pastillas o un tratamiento…?
-Sí, creo que podríamos trabajarlo como cierto tipo de sicosis, y quizá dé buenos resultados…
-Se lo agradecería, doctor…
-Sin embargo necesitaríamos más visitas, algunos datos… quizá una conversación con su esposa, si es que pretende salvar la situación…
La conversación sigue un rato más y el doctor le recomienda un remedio que me sonó a Meleril, o algo así… y por último el doctor corta la grabación que me estaba haciendo escuchar, porque al parecer el hombre confiesa haber visitado algunos clubes nudistas y entrega algunos nombres que deben quedar en el anonimato.
Luego dejamos pasar un rato, en silencio, mientras yo tomo el bajativo.
-¿Y? –me dice el doctor.
-¿Y qué?
-¿Que si cree podría ser interesante publicar un libro con algunas de estas experiencias…?
-Podría ser –le contesto.
-¿Y está dispuesto a trabajar conmigo…? Obviamente está lo del dinero y otras cosas que debemos conversar y…
-Lo del dinero lo vemos luego… -lo interrumpo-. ¿Me permitiría ir y volver en 5 minutos…?
-Por supuesto –contesta el doctor-. Yo lo espero.
Pero bueno… está claro: no volví.
Respecto al doctor, supongo que debe haber pagado la cuenta y esperado un poco… aunque no creo que más de 15 minutos, a pesar de todo.
Luego, debe haber vuelto a su casa, y a lo mejor en este momento esté contando como una anécdota aquello que le sucedió, en el restaurant.
Yo, en cambio, como no tengo a quien contársela directamente, mejor la escribo.
Por último -mientras releo lo escrito-, pienso en la tragedia que es ser consciente, respecto a algunos descubrimientos.
Luego, tras tomarme una pastilla, me dispongo a dormir.
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Suena extraño, lo admito, pero es así.
-Explíqueme más sobre las personas vestidas –le dice entonces el siquiatra.
Ante esto, el hombre explica que lo que le sucede es similar a ver perros o hasta avestruces con prendas de vestir… es decir, el hombre intenta explicar que verlos vestidos les hace parecer disfrazados, envueltos en algo que no va con su naturaleza, igualito que ver una gallina con traje dos piezas o un dinosaurio en smoking.
-¿Y eso en qué le complica? –le pregunta el doctor.
-En mucho –dice el hombre-. Tanto así que se me hace imposible ir por la calle sin que esa sensación de absurdo me abrume, y me haga huir de los demás o cuestionarlos en demasía.
-Entiendo –dice el doctor, y toma apuntes.
-Antes no era así –continúa el hombre-. Es decir, al principio nunca me lo cuestioné, pero cuando comencé a percatarme de que era absurdo, todo aquello comenzó a darme risa, hasta que fue derivando poco a poco en lo que me sucede hoy…
-¿Y tiene usted familia? –consulta el doctor-.
-Sí. Vivo von una esposa y tres hijos. Y es terrible. Todos vestidos la mayor parte del día… es una situación absurda… me siento como actuando en un programa de esos donde aparecían monos vestidos con ropas y uno debe apegarse a su rol, y hasta a sus parlamentos…
-¿Quiere usted decir que las palabras también le producen esa sensación de absurdo?
-Claro… aunque no al nivel de la ropa, debo admitir. O sea, nos quitan movilidad, al igual que la ropa, pero al menos tenemos la opción de guardar silencio o de referirnos a su misma inconsistencia.
-Ya…
-¿A usted no le parece absurdo, doctor?
-Nada de lo que me cuenta un paciente me parece absurdo…
-Pero no me refiero a mí, si no aquello que le digo… lo de la ropa en las personas…
-Mmm… -el doctor toma aquí un tiempo para pensarlo-. Verá, más allá de absurdo o no, creo que es necesario que reconozcamos que lo de la ropa en las personas es algo necesario… no tenemos pelo como algunos animales y…
-¡Mentiras, doctor! De esa misma forma es como nos han convencido de la necesidad de todo: de vivienda, de trabajo estable, de tener celular, o tarjetas de crédito… todo aquello nos dicen que es necesario… ¿no lo entiende?
-Preferiría que usted me lo explicara.
-¿Acaso cree que es normal que pasemos la mitad de nuestras vidas estudiando o trabajando en cosas que no se relacionan directamente con nuestras necesidades…? ¡Mírese doctor…! Sus zapatos… sus calcetines… su camisa y corbata a rayas… ¿Cuántos pacientes tiene hoy después de mí… o antes? ¿O durante toda su vida… cuántos pacientes doctor…?
-Le pido por favor que se relaje, y que vuelva al tema que lo trajo acá… además recuerde que vino por propia voluntad... es decir, porque usted reconoce que está enfermo…
-Es que no es eso doctor, o no es enfermedad, al menos. Es algo así como un absurdo que me imposibilita relacionarme con los otros, y claro… pasa a ser una dificultad… pero esa dificultad viene de una comprensión, de un descubrimiento… y no de un virus o una bacteria… o lo que sea que causen las enfermedades.
-¿Y en concreto qué?
-En concreto es como un chicle que ha perdido un sabor, pero que debo masticar a cada momento… o como esas palabras que repetimos tantas veces que pierden el significado…
-Pero debe admitir que las palabras no lo pierden, el que lo extravía es usted, ellas siempre han tenido un significado… y eso no puede ser un descubrimiento, si se detiene a pensarlo…
-Pero es que al despojarla descubrimos que la existencia de esa palabra está desligada a ese significado… es decir, puede existir sin él, incluso como un sonido puro…
-¿Y entonces usted cree que el asunto de la ropa es igual…?
-Claro, aunque aquí no sólo no es necesario, sino que además es absurdo… y eso genera repulsión… casi un asco, como si comiésemos hasta que se nos cayese la comida de la boca…
-¿Y usted entonces quiere decirme que ese descubrimiento es mejor al desconocer y seguir visténdonos sin cuestionarnos nada…?
-No lo sé, doctor… sólo sé que ya he perdido todo lo que un día tuvo significado… ¿y sabe? No aspiro a recuperarlo, sólo quiero disimular bien… que aquello vuelva a aparecer en su sitio y deje de producir estas sensaciones… ¿me entiende?
-Creo que sí…
-¿Y tiene algo para eso…? ¿Unas pastillas o un tratamiento…?
-Sí, creo que podríamos trabajarlo como cierto tipo de sicosis, y quizá dé buenos resultados…
-Se lo agradecería, doctor…
-Sin embargo necesitaríamos más visitas, algunos datos… quizá una conversación con su esposa, si es que pretende salvar la situación…
La conversación sigue un rato más y el doctor le recomienda un remedio que me sonó a Meleril, o algo así… y por último el doctor corta la grabación que me estaba haciendo escuchar, porque al parecer el hombre confiesa haber visitado algunos clubes nudistas y entrega algunos nombres que deben quedar en el anonimato.
Luego dejamos pasar un rato, en silencio, mientras yo tomo el bajativo.
-¿Y? –me dice el doctor.
-¿Y qué?
-¿Que si cree podría ser interesante publicar un libro con algunas de estas experiencias…?
-Podría ser –le contesto.
-¿Y está dispuesto a trabajar conmigo…? Obviamente está lo del dinero y otras cosas que debemos conversar y…
-Lo del dinero lo vemos luego… -lo interrumpo-. ¿Me permitiría ir y volver en 5 minutos…?
-Por supuesto –contesta el doctor-. Yo lo espero.
Pero bueno… está claro: no volví.
Respecto al doctor, supongo que debe haber pagado la cuenta y esperado un poco… aunque no creo que más de 15 minutos, a pesar de todo.
Luego, debe haber vuelto a su casa, y a lo mejor en este momento esté contando como una anécdota aquello que le sucedió, en el restaurant.
Yo, en cambio, como no tengo a quien contársela directamente, mejor la escribo.
Por último -mientras releo lo escrito-, pienso en la tragedia que es ser consciente, respecto a algunos descubrimientos.
Luego, tras tomarme una pastilla, me dispongo a dormir.
Uy está buenisimo este post! Saludos Vian
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