“-Mamá, haz algo para que yo no pegue a Paulo.
-Está bien: Te ordeno que no le pegues, y que me obedezcas.
-¡Ah, no! ¡Así no! Haz algo para que yo no quiera pegar a Paulo.”
.-Está bien: Te ordeno que no le pegues, y que me obedezcas.
-¡Ah, no! ¡Así no! Haz algo para que yo no quiera pegar a Paulo.”
I.
Es difícil
de entender
el asunto ese de dar órdenes.
Es decir,
asumimos ciertos roles
que nos obligan a ordenar
o a obedecer,
pero no hay un manual
que profundice más allá
de las reglas concretas
y las normas.
Sin embargo,
no me refiero acá,
a la carencia de argumentos
ni a cualquier medio que apunte a justificar
las órdenes dadas,
si no a un “algo”
que hable más bien de la relación
que existe entre la orden dada
y el interior de nosotros mismos.
II.
Supongamos entonces
que nos es dado seguir una serie de órdenes
día a día.
No importa quién las dé
o para qué…
me basta con que existan órdenes
y un sujeto que las siga
en la medida de lo posible.
Hasta aquí,
convengamos,
el asunto ese del interior de uno
queda fuera,
por supuesto,
y uno se limita a accionar
lo que otros han decidido
que accionemos.
Pero
¿qué ocurre cuando una orden
tiene la osadía
de instalarse al interior de uno
como una creencia?
¿Qué ocurre si esa orden
excede su propia convención
y traslada su campo de acción
al ámbito en que sólo permanecen
nuestras necesidades?
III.
Pero demos mejor
un giro a este asunto,
y pensemos de golpe
en la disección de un cuerpo.
Revisemos los órganos
estancados.
Palpemos la carne,
y los tejidos...
y seamos cuidadosos…
No importa que se adhieran
bajo nuestras uñas
pequeños fragmentos
de lo que fue
un otro
en algún momento…
Y es que lo que yo quiero
plantearles acá,
es una especie de desafío
que sólo se puede realizar
con las manos sucias:
quiero proponerles a ustedes
que extraigan de aquel cuerpo
el órgano que usamos para creer…
búsquenlo sin miedo
y sin asco,
conscientes de que ese otro
es similar también a ustedes,
sólo que está fiambre…
metan mano,
corten,
rebanen…
y busquen aquello que nos fue dado
para creer…
Pero les advierto:
no se les ocurra
volverse hacia mí
con las manos vacías.
IV.
Ahora bien,
quizá pueda parecer
que no existe nexo alguno
entre el asunto ese de dar órdenes
y ese otro asunto del creer
que se mencionó hace poco.
Pero cada vez que intento
acercarme a la raíz profunda
de la orden,
termino chocando con la piedra vacía
del creer,
como si para seguir una orden
necesitáramos creer en algo
que trascienda nuestras propias necesidades,
aunque sin dejar también
de ser parte
de ellas mismas.
Y es que de la misma forma
como el creer
es siempre la necesidad de creer,
seguir una orden
termina siendo siempre
la necesidad de creer
en esa orden.
Y claro…
puede estar también el cuestionamiento
sobre la existencia secreta de un alguien
que ordene por nosotros...
aunque debo reconocer
que la existencia de ese alguien
-hoy por hoy-,
sólo podría considerarse
algo así
como un milagro.
V.
Para terminar,
me gustaría contarles que hay noches
en que sueño
que soy sometido
a una serie de extraños
imperativos.
Algo así como el
“levántate y anda”
o el
“ve y no peques más”,
sólo que totalmente alejados
del contexto
y el tono
de estos últimos.
Lo malo,
sin embargo,
es que como mis sueños
no traen subtítulos,
la traducción varía día a día
según mi estado de ánimo,
y si bien siento
que no puedo no cumplir
aquello que se me exige,
debo reconocer que tampoco tengo idea
sobre qué tratan
-en específico-
aquellas órdenes.
Y es que tal como les decía
en un inicio:
es difícil de entender
el asunto ese de dar órdenes,
a no ser
claro está,
que justo ahora se volteen hacia mí
y me digan
con certeza
que encontraron algo.
.
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