.
I.
Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.
Sin embargo,
no se trata aquí de parecer víctimas,
o de buscar excusas,
sino de acercarnos a aquello
que desconocemos
a través de los escasos accesos
que nos han sido habilitados.
Voy a partir entonces por un desvío
o una extraña aproximación
que viene a mi memoria:
Se trataba de un servicio telefónico
el 141
que existía en mi infancia.
En él,
una voz grabada
te recibía amablemente
entregándote la hora
y la temperatura,
y hasta te daba las gracias por llamar
antes de renovar la información.
Sinceramente,
no sé cuántas veces llamé a ese número,
pero obviamente fueron demasiadas…
Y no se trataba de averiguar la hora,
ni la temperatura,
por supuesto,
sino que todo aquello se transformaba
en algo así como la prueba concreta
de que el tiempo transcurría,
incluso cuando estamos solos
y todo parece tan quieto
que parecemos uno más de los objetos
que nos rodean.
Sin embargo,
el tiempo fue pasando por nosotros
desgastando un algo que no tenían los objetos,
diferenciándonos, por tanto,
y haciéndonos conscientes
de una necesidad
o un anhelo
que casi nunca comprendemos
cuando es tiempo.
Yo por ejemplo,
insistí con aquel número,
y pensaba en qué sucedería
si al momento mismo en que aquella voz
me estuviera diciendo la hora
ésta hubiese cambiado
de improviso.
Es decir,
qué tal si justo la voz
alcanza a decir las once
de las once y cincuenta y nueve
y entonces dan las doce
en medio de aquella cifra.
Y claro…
eso pensaba en ese entonces,
en vez de preguntarme
por qué llamaba
o para qué.
Hoy,
algo más consciente
de mis necesidades,
supongo que uno buscaba la cercanía
de algo que diera la impresión al menos
de estar vivo:
un alguien que te dijera
“la tierra está girando”
“todo tiene un sentido”
“Dios te vigila y te quiere”,
“descansa en paz”.
Todos sucedáneos,
por supuesto,
de una frase aún más cursi
y similar al
“alguien te ama”
que por cierto,
nunca terminamos escuchando.
Y es que el amor en ese entonces,
era apenas una astilla
que no se podía sacar con una pinza,
o una uña encarnada en el espíritu…
cosas,
en definitiva,
sin definición
ni ubicación establecida,
algo tan extraño
y propio
como un columpio
colgando vacío
Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.
Sin embargo,
no se trata aquí de parecer víctimas,
o de buscar excusas,
sino de acercarnos a aquello
que desconocemos
a través de los escasos accesos
que nos han sido habilitados.
Voy a partir entonces por un desvío
o una extraña aproximación
que viene a mi memoria:
Se trataba de un servicio telefónico
el 141
que existía en mi infancia.
En él,
una voz grabada
te recibía amablemente
entregándote la hora
y la temperatura,
y hasta te daba las gracias por llamar
antes de renovar la información.
Sinceramente,
no sé cuántas veces llamé a ese número,
pero obviamente fueron demasiadas…
Y no se trataba de averiguar la hora,
ni la temperatura,
por supuesto,
sino que todo aquello se transformaba
en algo así como la prueba concreta
de que el tiempo transcurría,
incluso cuando estamos solos
y todo parece tan quieto
que parecemos uno más de los objetos
que nos rodean.
Sin embargo,
el tiempo fue pasando por nosotros
desgastando un algo que no tenían los objetos,
diferenciándonos, por tanto,
y haciéndonos conscientes
de una necesidad
o un anhelo
que casi nunca comprendemos
cuando es tiempo.
Yo por ejemplo,
insistí con aquel número,
y pensaba en qué sucedería
si al momento mismo en que aquella voz
me estuviera diciendo la hora
ésta hubiese cambiado
de improviso.
Es decir,
qué tal si justo la voz
alcanza a decir las once
de las once y cincuenta y nueve
y entonces dan las doce
en medio de aquella cifra.
Y claro…
eso pensaba en ese entonces,
en vez de preguntarme
por qué llamaba
o para qué.
Hoy,
algo más consciente
de mis necesidades,
supongo que uno buscaba la cercanía
de algo que diera la impresión al menos
de estar vivo:
un alguien que te dijera
“la tierra está girando”
“todo tiene un sentido”
“Dios te vigila y te quiere”,
“descansa en paz”.
Todos sucedáneos,
por supuesto,
de una frase aún más cursi
y similar al
“alguien te ama”
que por cierto,
nunca terminamos escuchando.
Y es que el amor en ese entonces,
era apenas una astilla
que no se podía sacar con una pinza,
o una uña encarnada en el espíritu…
cosas,
en definitiva,
sin definición
ni ubicación establecida,
algo tan extraño
y propio
como un columpio
colgando vacío
en el centro de uno mismo.
II.
Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.
A mí,
por ejemplo,
a eso de los cinco años
me dio por espiar a una vecina
que jugaba a las tacitas.
Y es que me gustaba verla
sentarse ante ese alguien imaginario,
y servirle
y hablar de tantas cosas
que para mí eran un misterio.
Recuerdo por ejemplo
que ella hablaba de hijos,
y de irse a un lugar lejano,
y entonces hacía una pausa
y fingía llenar nuevamente la tacita
que tenía en frente
y ofrecía cosas inexistentes
en un plato de plástico
a ese otro que no estaba.
Sin embargo,
también hubo veces en que la oí discutir
y hasta llorar,
y arrojar las tacitas al suelo
y voltear la mesa…
Y claro,
ahora que lo pienso,
quizá a mí me gustaba algo aquella niña,
pero como ella tenía una gran
mancha morada en el rostro
supongo que quedaba excluida
de eso que nos atrevíamos a sentir
que era el amor,
y sólo era alguien a quien uno podía espiar
a escondidas
y evitar mirar directamente al rostro
cuando te topabas con ella
en un almacén,
o mientras se saludaban brevemente
nuestras madres
II.
Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.
A mí,
por ejemplo,
a eso de los cinco años
me dio por espiar a una vecina
que jugaba a las tacitas.
Y es que me gustaba verla
sentarse ante ese alguien imaginario,
y servirle
y hablar de tantas cosas
que para mí eran un misterio.
Recuerdo por ejemplo
que ella hablaba de hijos,
y de irse a un lugar lejano,
y entonces hacía una pausa
y fingía llenar nuevamente la tacita
que tenía en frente
y ofrecía cosas inexistentes
en un plato de plástico
a ese otro que no estaba.
Sin embargo,
también hubo veces en que la oí discutir
y hasta llorar,
y arrojar las tacitas al suelo
y voltear la mesa…
Y claro,
ahora que lo pienso,
quizá a mí me gustaba algo aquella niña,
pero como ella tenía una gran
mancha morada en el rostro
supongo que quedaba excluida
de eso que nos atrevíamos a sentir
que era el amor,
y sólo era alguien a quien uno podía espiar
a escondidas
y evitar mirar directamente al rostro
cuando te topabas con ella
en un almacén,
o mientras se saludaban brevemente
nuestras madres
cuando barrían el polvo
en las veredas.
III.
Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.
Y los dibujos son extraños
y hermosos,
y algo hay en ellos que da miedo.
Una especie de verdad que no tienen
los dibujos
de aquellos niños que sí conocían el mar
y que vivieron concretamente
la experiencia.
Y es que a veces es conveniente
renunciar a la intuición
y a la certeza,
y hablar derechamente del amor
como un algo que necesitamos
como anhelo.
Además,
si existe ese columpio al interior de cada uno,
ya va siendo hora que lleguemos hasta él
y nos balanceemos alto,
tanto como para ver
esos espacios que no vimos
y nos sepamos inmensos.
Poco importa si no supimos qué hacer
ante una grabación telefónica,
o ante una mancha en el rostro de una niña:
Y es que no somos víctimas,
los que no sabemos cómo es el amor,
pero tampoco debemos sentirnos culpables
de no saberlo.
Y bueno…
eso es todo lo que tengo que decir
al respecto
en este día.
.
III.
Los que no sabemos cómo es el amor
lo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.
Y los dibujos son extraños
y hermosos,
y algo hay en ellos que da miedo.
Una especie de verdad que no tienen
los dibujos
de aquellos niños que sí conocían el mar
y que vivieron concretamente
la experiencia.
Y es que a veces es conveniente
renunciar a la intuición
y a la certeza,
y hablar derechamente del amor
como un algo que necesitamos
como anhelo.
Además,
si existe ese columpio al interior de cada uno,
ya va siendo hora que lleguemos hasta él
y nos balanceemos alto,
tanto como para ver
esos espacios que no vimos
y nos sepamos inmensos.
Poco importa si no supimos qué hacer
ante una grabación telefónica,
o ante una mancha en el rostro de una niña:
Y es que no somos víctimas,
los que no sabemos cómo es el amor,
pero tampoco debemos sentirnos culpables
de no saberlo.
Y bueno…
eso es todo lo que tengo que decir
al respecto
en este día.
.
Los que no sabemos cómo es el amor
ResponderEliminarlo dibujamos a veces
de la misma forma en que los niños
que no conocen el mar
dibujan la playa.....
me quedo con esa frase. Me ha gustado muchísimo la entrada.
Me ha surgido una duda... ¿Cómo sé si conozco el amor?
y acotar también, que el no conocer algo, tiene mucho de excitante... porque quiere decir que se mantiene la posibilidad de experimentar algo nuevo.
Tal vez sea una sensación terrible, que no me guste.
Tal vez sea una sensación mágica y viciosa.
Saludos Vian.
Lo del sucedáneo, me pareció relevante cuando lo leí... sentía que en algo me habia llegado la palabra, no recordaba por qué... hasta que escuché Te Vas...de Ismael serrano... que la tengo pegadísima... jahjha, graciosa coincidencia Vian.
ResponderEliminarTe gustan las canciones de Ismael?
Para ser sincero me falta, generalmente, la tranquilidad necesaria para escucharlo.
ResponderEliminarPero sus letras me gustan harto... (en tu blog uno está "obligado" a escucharlo, claro)
Me gustan unas canciones para unas películas no muy conocidas...
Saludos Kony.
La "obligación" es agradable, a todo esto.