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Probablemente ustedes habrán escuchado decir aquello de que todos los niños son iguales, o que son buenos, o que si pudiésemos ver sus almas y abrirlas como si peláramos una fruta encontraríamos rellenos luminosos y aromas agradables, como el de tierra recién mojada o el de flores silvestres, por dar algún ejemplo que me resulte propio.
Pues bien, más allá de ratificar o negar aquellas impresiones, mi trabajo como profesor me ha permitido ver muchas cosas que la mayoría no imagina, actitudes que incluso los padres desconocen de sus hijos y que ellos se preocupan de mantener ocultas no necesariamente por considerarlas malas, si no porque de cierta forma son similares a los desechos digestivos que diariamente producimos –y ocultamos-, aunque estos provienen de un lugar aún más secreto y privado, que algunos se aventuran a llamar espíritu, o alma.
Ahora bien, la historia que aquí me gustaría contarles tiene su origen en las mismas necesidades que llevan a la evacuación de estos desechos, y he decidido titularla “La niña pobre” justamente por ser éste el personaje que menos conozco de los que aquí participan, y por constituir, así, una especie de centro vacío, desde el cual pueden organizarse –a partir de su fuerza-, los distintos hechos significativos que aquí puedan narrarse.
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Probablemente ustedes habrán escuchado decir aquello de que todos los niños son iguales, o que son buenos, o que si pudiésemos ver sus almas y abrirlas como si peláramos una fruta encontraríamos rellenos luminosos y aromas agradables, como el de tierra recién mojada o el de flores silvestres, por dar algún ejemplo que me resulte propio.
Pues bien, más allá de ratificar o negar aquellas impresiones, mi trabajo como profesor me ha permitido ver muchas cosas que la mayoría no imagina, actitudes que incluso los padres desconocen de sus hijos y que ellos se preocupan de mantener ocultas no necesariamente por considerarlas malas, si no porque de cierta forma son similares a los desechos digestivos que diariamente producimos –y ocultamos-, aunque estos provienen de un lugar aún más secreto y privado, que algunos se aventuran a llamar espíritu, o alma.
Ahora bien, la historia que aquí me gustaría contarles tiene su origen en las mismas necesidades que llevan a la evacuación de estos desechos, y he decidido titularla “La niña pobre” justamente por ser éste el personaje que menos conozco de los que aquí participan, y por constituir, así, una especie de centro vacío, desde el cual pueden organizarse –a partir de su fuerza-, los distintos hechos significativos que aquí puedan narrarse.
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La primera vez que vi a la niña pobre yo estaba haciendo clases en un tercer piso. Era un colegio particular situado en una villa de difícil acceso, creado para alumnos de una situación económica lo suficientemente alta como para poder nombrar a aquella niña de esa forma, a partir de las diferencias que su apariencia revelaba respecto a la de ellos mismos.
Mis alumnos no llegaban aún a los 14 años y se distraían mirando por la ventana a esta niña vestida con un uniforme menos colorido que el de ellos y que se paseaba por la calle trasera del colegio como si esperase a alguien, en un lugar al que no pertenecía.
Ellos, entonces, se molestaban respecto a quién estaba esperando la niña pobre, y hacían otras bromas respecto al asunto, que aquí no repetiré porque parecería exageración y convertiría esto en un mal relato de esos que buscan poner énfasis en la diferencia de clases y distribuyen la bondad humana de forma inversa al nivel económico que se posee, cosa que, si bien coincide en gran medida con lo que parece ocurrir en la realidad, no siempre resulta fidedigna.
El asunto es que la situación comenzó a repetirse de vez en cuando, y poco a poco las bromas de mis alumnos comenzaron a variar pues se percataron que la niña pobre era bastante atractiva y todo se transformó entonces en quién de ellos sería capaz de llevarla a escondidas a ese sector medio olvidado que había en otro extremo de la villa, cerca de una construcción.
Fue entonces cuando las alumnas mujeres fueron con la historia a la dirección, y hasta vinieron apoderados a reclamar porque no era posible que esa niña, de quién sabe qué familia, viniese a pasearse y a buscar a sus hijos que aparentemente no sabían distinguir aún entre una buena y una mala muchacha.
El resultado de esto fue que se investigó el asunto, y la niña pobre resultó ser hija de una de las auxiliares del aseo, que venía a esperarla luego de salir de su colegio, que quedaba, claro está, en otro sector.
La niña dejó de verse luego de esto. Los chicos hablaban de lo que habían hecho con ella y hasta algunos se mostraban temerosos que ella hubiese dejado de venir por haber quedado embarazada, pero lo cierto es que la auxiliar había debido convencer a su hija para que esperase en un lugar más alejado del colegio, para evitar cualquier tipo de problemas.
Con todo, los problemas siguieron un tiempo, tanto que la mamá fue despedida, o trasladada a finales de ese año, que fue, dicho sea de paso, el año que recién pasó.
Poco antes que esto ocurriera, sin embargo, tuve la oportunidad de encontrarme con la niña pobre, en una plaza algo alejada del colegio donde yo me iba caminando para tomar un colectivo.
Ella estaba sentada en una banca y estaba haciendo rayas en la parte de atrás de un cuaderno.
-¿Usted es el teacher Vian? –me preguntó.
-Sí –le dije-. ¿Cómo sabías?
-Mi mamá me contó. Ella le tiene buena al teacher L., a la miss I. y a usted, porque dice que es chistoso.
-No soy chistoso. De hecho soy fome –confesé. Pero ella se rió.
Entonces me contó algo más del asunto de su madre y de los problemas que habían tenido y de por qué no podía irse directamente a la casa y otras cosas.
Yo dejé pasar un colectivo y hablamos un poco más. Ella debe haber tenido unos 14 años, pero parecía ser más pequeña, por su forma de hablar, y dibujar.
Tenía la mochila bastante gastada –la mía estaba peor de todas formas-, y sus lápices y cuadernos eran peor que los que mis alumnos dejan olvidados, junto con ropa, libros y hasta celulares que ni siquiera se acercan a retirar.
-¿Tiene hora? –me preguntó entonces.
-No -le dije-, pero deben ser como las 6.
-Mi mamá debe estar entonces limpiando los trofeos –calculó-. Tienen hartos. Ella tiene que sacarlos y los deja en el suelo para sacudirlos y después los vuelve a colocar, en filas… ¿de qué son tantos trofeos, a todo esto… sabe usted?
-Creo que no –le dije-. Sé que hay uno grande por cheerleaders y deben haber algunos por torneos de fútbol o cosas así… pero para mí que hay varios que son inventados…
-¿Cómo inventados?
-O sea que los compran y los dejan ahí, en vitrina, para que se vean bien…
-¿Se pueden comprar los trofeos? –me preguntó asombrada.
-Claro, uno va, dice qué quiere que le escriban y luego se pagan y uno se los lleva…
-¿Tan fácil?
-Sí…
-Pero y si fuera yo, por ejemplo, y dijera... no sé… escríbanle que yo soy la mejor en tal cosa… ¿no debo mostrar nada?
-¿Cómo?
-¿No debo llevar un documento o algo que muestre que soy la mejor o algo así?
-Nada, sólo dinero para comprarlo.
Ella entonces se queda pensando en algo que la hace sonreír, como si estuviera planeando una maldad, o hubiese descubierto un secreto, o algo así.
Deben haber pasado unos minutos más y supongo que hablamos de otras cosas. Quizá ella me contó sobre los niños del colegio que se acercaban a hablarle y le ofrecían dinero para que fuera con ellos al lugar de la construcción. O quizá me habló sobre las cosas que le gritaban las niñas del colegio cuando pasaban cerca de ella, o sobre la vez que una de las profesoras le preguntó un montón de cosas porque estimó que estaba sospechosamente cerca de su auto.
Pero al final, supongo que es mejor resumir diciendo que llegó su madre y pasó mi colectivo. Ellas caminaron a un paradero de micro porque les era más barato y yo debo haber intentado corregir algunas pruebas durante el recorrido.
La primera vez que vi a la niña pobre yo estaba haciendo clases en un tercer piso. Era un colegio particular situado en una villa de difícil acceso, creado para alumnos de una situación económica lo suficientemente alta como para poder nombrar a aquella niña de esa forma, a partir de las diferencias que su apariencia revelaba respecto a la de ellos mismos.
Mis alumnos no llegaban aún a los 14 años y se distraían mirando por la ventana a esta niña vestida con un uniforme menos colorido que el de ellos y que se paseaba por la calle trasera del colegio como si esperase a alguien, en un lugar al que no pertenecía.
Ellos, entonces, se molestaban respecto a quién estaba esperando la niña pobre, y hacían otras bromas respecto al asunto, que aquí no repetiré porque parecería exageración y convertiría esto en un mal relato de esos que buscan poner énfasis en la diferencia de clases y distribuyen la bondad humana de forma inversa al nivel económico que se posee, cosa que, si bien coincide en gran medida con lo que parece ocurrir en la realidad, no siempre resulta fidedigna.
El asunto es que la situación comenzó a repetirse de vez en cuando, y poco a poco las bromas de mis alumnos comenzaron a variar pues se percataron que la niña pobre era bastante atractiva y todo se transformó entonces en quién de ellos sería capaz de llevarla a escondidas a ese sector medio olvidado que había en otro extremo de la villa, cerca de una construcción.
Fue entonces cuando las alumnas mujeres fueron con la historia a la dirección, y hasta vinieron apoderados a reclamar porque no era posible que esa niña, de quién sabe qué familia, viniese a pasearse y a buscar a sus hijos que aparentemente no sabían distinguir aún entre una buena y una mala muchacha.
El resultado de esto fue que se investigó el asunto, y la niña pobre resultó ser hija de una de las auxiliares del aseo, que venía a esperarla luego de salir de su colegio, que quedaba, claro está, en otro sector.
La niña dejó de verse luego de esto. Los chicos hablaban de lo que habían hecho con ella y hasta algunos se mostraban temerosos que ella hubiese dejado de venir por haber quedado embarazada, pero lo cierto es que la auxiliar había debido convencer a su hija para que esperase en un lugar más alejado del colegio, para evitar cualquier tipo de problemas.
Con todo, los problemas siguieron un tiempo, tanto que la mamá fue despedida, o trasladada a finales de ese año, que fue, dicho sea de paso, el año que recién pasó.
Poco antes que esto ocurriera, sin embargo, tuve la oportunidad de encontrarme con la niña pobre, en una plaza algo alejada del colegio donde yo me iba caminando para tomar un colectivo.
Ella estaba sentada en una banca y estaba haciendo rayas en la parte de atrás de un cuaderno.
-¿Usted es el teacher Vian? –me preguntó.
-Sí –le dije-. ¿Cómo sabías?
-Mi mamá me contó. Ella le tiene buena al teacher L., a la miss I. y a usted, porque dice que es chistoso.
-No soy chistoso. De hecho soy fome –confesé. Pero ella se rió.
Entonces me contó algo más del asunto de su madre y de los problemas que habían tenido y de por qué no podía irse directamente a la casa y otras cosas.
Yo dejé pasar un colectivo y hablamos un poco más. Ella debe haber tenido unos 14 años, pero parecía ser más pequeña, por su forma de hablar, y dibujar.
Tenía la mochila bastante gastada –la mía estaba peor de todas formas-, y sus lápices y cuadernos eran peor que los que mis alumnos dejan olvidados, junto con ropa, libros y hasta celulares que ni siquiera se acercan a retirar.
-¿Tiene hora? –me preguntó entonces.
-No -le dije-, pero deben ser como las 6.
-Mi mamá debe estar entonces limpiando los trofeos –calculó-. Tienen hartos. Ella tiene que sacarlos y los deja en el suelo para sacudirlos y después los vuelve a colocar, en filas… ¿de qué son tantos trofeos, a todo esto… sabe usted?
-Creo que no –le dije-. Sé que hay uno grande por cheerleaders y deben haber algunos por torneos de fútbol o cosas así… pero para mí que hay varios que son inventados…
-¿Cómo inventados?
-O sea que los compran y los dejan ahí, en vitrina, para que se vean bien…
-¿Se pueden comprar los trofeos? –me preguntó asombrada.
-Claro, uno va, dice qué quiere que le escriban y luego se pagan y uno se los lleva…
-¿Tan fácil?
-Sí…
-Pero y si fuera yo, por ejemplo, y dijera... no sé… escríbanle que yo soy la mejor en tal cosa… ¿no debo mostrar nada?
-¿Cómo?
-¿No debo llevar un documento o algo que muestre que soy la mejor o algo así?
-Nada, sólo dinero para comprarlo.
Ella entonces se queda pensando en algo que la hace sonreír, como si estuviera planeando una maldad, o hubiese descubierto un secreto, o algo así.
Deben haber pasado unos minutos más y supongo que hablamos de otras cosas. Quizá ella me contó sobre los niños del colegio que se acercaban a hablarle y le ofrecían dinero para que fuera con ellos al lugar de la construcción. O quizá me habló sobre las cosas que le gritaban las niñas del colegio cuando pasaban cerca de ella, o sobre la vez que una de las profesoras le preguntó un montón de cosas porque estimó que estaba sospechosamente cerca de su auto.
Pero al final, supongo que es mejor resumir diciendo que llegó su madre y pasó mi colectivo. Ellas caminaron a un paradero de micro porque les era más barato y yo debo haber intentado corregir algunas pruebas durante el recorrido.
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Anoche recordaba esto y otras cosas referentes al colegio, y es que la próxima semana vuelvo a trabajar, cuestión que es precedida por un breve periodo en el cual uno comienza a cuestionarse algunas cosas. Asuntos relativos a eso de que todos los niños son iguales y otras ideas que mencionaba, al pasar, en un inicio.
Y es que si bien somos profesores, lo cierto es que desconocemos mucho sobre algunos temas de importancia.
Por ejemplo, -y esto lo digo con profunda vergüenza-, si alguno de ustedes me preguntara cómo se llamaba la niña pobre, yo simplemente debiese confesar, que a pesar de la distancia que mis palabras aparentemente ponen entre mí y las acciones de los otros…, debo confesar, decía, que nunca le pregunte absolutamente nada, sobre ese asunto.
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Anoche recordaba esto y otras cosas referentes al colegio, y es que la próxima semana vuelvo a trabajar, cuestión que es precedida por un breve periodo en el cual uno comienza a cuestionarse algunas cosas. Asuntos relativos a eso de que todos los niños son iguales y otras ideas que mencionaba, al pasar, en un inicio.
Y es que si bien somos profesores, lo cierto es que desconocemos mucho sobre algunos temas de importancia.
Por ejemplo, -y esto lo digo con profunda vergüenza-, si alguno de ustedes me preguntara cómo se llamaba la niña pobre, yo simplemente debiese confesar, que a pesar de la distancia que mis palabras aparentemente ponen entre mí y las acciones de los otros…, debo confesar, decía, que nunca le pregunte absolutamente nada, sobre ese asunto.
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Querido Vian (disculpa la confianza pero te he tomado cariño):
ResponderEliminarEste post me confronta bastante. Desde la psicología es sumamente difícil definir el significado de la pobreza. Y no solo eso, sino que ¿cómo se trabaja la pobreza?¿cómo opera la pobreza?
Este cuadro que pintas tiene muchos matices. Pero principalmente me llama la atención tu intento de humanizar a esta niña sin nombre...y cómo los demás tratan de estigmatizar esa parte del mundo que ella representa. Me deja pensando mucho este post realmente...Gracias.
Pd. Disculpa si me enviajé... igual te lo comparto :S
No sé qué es enviajar, pero se agradece, igual que el cariño.
ResponderEliminarY sí, el asunto de la pobreza, del carecer, supongo que es algo que define a veces más cosas de lo que debiese... a la vez que sirve de excusa para no nombrar nuestras propias pobrezas, que van justamente por el lado ese del humanizar a los otros -y humanizarnos así, de paso, nosotros mismos-.
Gracias por el comentario, sobre todo en estos últimos textos que no sé por qué los noto trabados y me dejan disconforme, quizá justamente por tratar de tocar algunos temas que sobrepasan lo que pueda uno escribir, en la entrada de un blog.
Por último, siento que aunque no se logre bien en el texto, la idea es justamente sentir a esa niña pobre, o niño pobre, al interior de cada uno, y vislumbrar la necesidad que debiéramos tener todos, para conocer su nombre e integrarla a lo que somos.
Corrijo el final: integrarle a lo que profundamente somos: a lo que deberíamos ser.
ResponderEliminarPff claro!
ResponderEliminarTe comparto 2 posts míos de cuando me he preguntado por algunos seres que habitan las calles y con los cuales he podido (de momento) solamente escribir... Saludos :)
http://melivoliosplace.blogspot.com/2010/07/ella-barrio-mexico.html
http://melivoliosplace.blogspot.com/2008/06/el-fantasma-y-el-nio.html
Pd. Son historias más de callejización...
enviajar es como filosofar pero en el aire... no sabría como explicártelo mejor.
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