domingo, 8 de septiembre de 2024

Malo.


I.

-¿Malo?

-Sí, malo.

-¿Pero qué tan malo?

-Malo. Lo malo simplemente es malo. No tiene gradación.

-¿Malo de maldad, dices tú?

-Sí, malo de maldad. De ahí viene la palabra, ¿no crees?

-Sí, pero también a veces como que viene de otros lados…

-Pues yo no hablo de eso. Nunca hablo de lo que viene de otros lados, ya lo sabes.

-Ahora lo sé.

-¿Ahora?

-Sí, ahora que los has explicado.

-Siempre es ahora, no jodas. Siempre lo es…


II.

-¿Y dices que es entonces cuando pasará?

-Sí.

-¿No antes?

-No, no creo. No es posible que ocurra antes.

-¿Por qué no?

-Porque no. Porque no es posible.

-¿Pero por qué no es posible?

-Porque primero debe ocurrir eso absoluto de lo que te hablaba antes.

-¿El mal?

-No, no es el mal, te digo. Es lo malo.

-…

-No te lo voy a explicar otra vez, así que esfuérzate por entender.

-Me esfuerzo, no creas.

-Pues no se nota.


III.

-¿Y así se llega al final?

-No puedo responderte eso.

-¿Por qué no?

-En primer lugar porque no quiero, y además porque no se dice así.

-¿Así cómo…?

-Que no es que se llegue al final, sino que llega el final.

-¿Llega el final?

-Sí. Así es.

-Ya. Llega el final, entonces.

-Sí.

-¿Y así llega?

Latas de conserva.


Te recomiendan ordenar por fecha de caducidad las latas de conserva.

Primero, por supuesto, las que vencen antes.

Y luego, más atrás, las que vencen después.

No sé si la gente haga caso, pero eso es lo que recomiendan.

Los gringos que hacían búnkers, al menos, ordenaban de esa forma.

Generalmente guardaban allí gran cantidad de latas, prefiriendo las que tenían un mayor tiempo de duración.

Ahora no, pero recuerdo que antes me parecían chistosos aquellos tipos.

Una vez hasta escribí una historia burlándome de sus acciones.

Ahora, en cambio, lo cierto es que no me enfoco tanto en ellos, sino en las latas de conserva.

Y pienso por ejemplo que no debiesen tener fecha de caducidad.

Comprendo las dificultades, por supuesto, pero supongo que el sentido de las latas de conserva no debiese ser otro que ofrecernos un servicio ajeno a toda preocupación temporal.

Así, además, nos ahorraríamos las recomendaciones esas respecto a la organización de las latas según fechas.

Y el único orden sería el apilarlas unas sobre otras, intentando ocupar el menos espacio posible.

Así, podríamos actuar de forma ciento por ciento funcional.

Rechazando cualquier tipo de orden, ya sea estético, por fechas u otros propuestos por razones igual de absurdas.

Eso es, al menos, lo que yo entiendo cuando digo que algo es ciento por ciento funcional.

Y es que la vida, a fin de cuentas, me lo ha enseñado de esa forma.

sábado, 7 de septiembre de 2024

Los monos.


Entraron todos juntos, los monos.

Saltando de repisa en repisa, sin intención aparente de hacer daño.

Los observo en la grabación saltar de un lado a otro como si debiesen hacerlo.

No como si buscase algo, quiero decir, sino como recorriendo un sitio simplemente porque así lo hacían.

Porque era una especie de consigna, digamos.

El sitio en cuestión era una biblioteca pública, en Ecuador.

Una construcción, sencilla, de madera, pero con una sala central bastante amplia, en la que hay muchos muebles y repisas, aunque con escasos libros cada una.

La grabación me la enseña un amigo, que suele escribir artículos sobre el comportamiento animal.

Los monos abrían abierto una ventana y luego entraron por la abertura.

Sin violencia, simplemente fueron entrando y se subieron a algunos muebles y repisas.

Bastante tranquilos, se veían.

Bastante extraños.

Sin parecer monos, quiero decir.

O no de esos monos a los que acostumbrados ver en otras grabaciones, al menos.

De vez en cuando botan alguna cosa, pero es solo al chocar con ellas.

No deliberadamente, me refiero.

Solo uno alcanzo a ver que toma un libro y lo abre, pero no le llama la atención.

Luego de un rato intercambian posiciones y finalmente se van.

Ordenadamente, por la misma ventana que entraron.

No es su hábitat, digamos.

No quisieron permanecer ahí.

Entraron y salieron todos juntos, los monos.

viernes, 6 de septiembre de 2024

De una luna en otra.


De una luna en otra.

O no sé.

Tal vez fuese la misma.

Igualmente yo, en todo caso, la percibo distinta.

Deja de ser, me refiero, tras una nube y luego aparece otra.

Yo las miro y me fijo en detalles.

Más en mí que en ellas, pero detalles al fin.

Así las percibo, decía, y por lo tanto así las sé.

No es que falle, deliberadamente, o me confunda.

O no sé.

Quiero decir que el fallo puede, habitualmente, pasársenos por alto.

Pero y prefiero descartarlo.

Ir de luna en luna consciente de entregar un mensaje que puede parecer poco claro, pero que en realidad lo es.

Y lo es porque así lo quiero.

Es decir: es una elección.

De luna en luna, entonces, lo prefiero.

Mejor de luna en luna que de mí en mí.

Además en mi caso no hay nubes que me escondan.

No hay biombos, me refiero, tras los cuales pueda aparecer otro yo en mi trayectoria.

O no sé.

Yo no los percibo, al menos.

Fijo mi mirada en lo alto y ahí me quedo.

Todo se mueve un poco, pero supuestamente tiene explicación.

Mientras esperamos el fin todo tiene explicación.

Eso es lo conveniente.

Entretanto, yo aquí, de luna en luna, desde mi propio atalaya.

Me lo edifiqué yo mismo con palabras como estas.

Trepo por ellas cada noche y es entonces cuando observo y de vez en cuando doy avisos.

De luna en luna en luna, esta vez, decía.

O no sé.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Por qué el elefante.

“Pero eso fue mucho más tarde,
poco tiempo antes de que inventaran las lámparas”
W. B.

I.

Creo recordar un breve texto narrativo de Walter Benjamin en que explica por qué el elefante se llama elefante.

Extrañamente, en vez de recordar la explicación, recuerdo que, en su historia, se mencionaba que el elefante en un inicio no tenía trompa, pero como no tenía cómo recoger el palo que el hombre le arrojaba para que fuese a buscarlo, terminó por desarrollar una.

También recuerdo -o creo hacerlo, al menos-, que se decía que el elefante era muy parecido al hombre, antes de desarrollar su trompa.


II.

Pensando en aquello -o recordándolo-, lo cierto es que me pierdo un poco y termino por extraviarme.

Caminando, podríamos decir, entre elefantes sin trompa y hombres que arrojan palos.

Es decir, pienso en aquello sin tener puntos de referencia fijos.

No resulta, sin embargo, ser un mal extravío.


III.

No del todo, al menos.

Me refiero a que igual es triste, después de todo, que a los hombres nadie nos haya arrojado un palo.

Que no nos hubiesen ordenado buscar algo concreto, quiero decir, y que por carecer de manos correctas hubiésemos desarrollado trompas.

Por supuesto, no es que cuestione la forma de nuestra especie o que no valore nuestras manos, pero debo reconocer que envidio un poco a los elefantes.

No del todo, digamos, pero los envidio.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Viene a ser lo mismo.


I.

-Viene a ser lo mismo -me dijo.

-¿Quién viene? -pregunté.

-Nadie… Solo decía que aquello viene a ser lo mismo.

-¿Lo mismo que quién? -pregunté ahora.

-No importa… -contestó-. Si viene a ser lo mismo probablemente solo sea necesario conocer uno de los extremos.

-¿Qué extremos? -insistí.

Esperé su respuesta un par de minutos.

Pero no me contestó.


II.

-No lo hago por joder, sabes -dije entonces.

-¿Qué cosa? -me preguntó.

-Pedir aclaración sobre tus observaciones.

-De acuerdo -señaló-. Probablemente sea cierto.

-¿Qué quieres decir con probablemente? -dije entonces.

-¿Estás bromeando?

-No. Ya sabes que hablo en serio -le lancé, molesto.

-Es cierto -comentó-, ya me habías dicho que no lo hacías por joder.

Analicé un momento sus palabras.

-¿Por qué lo dices con ese tono? -pregunté entonces.

-Simplemente porque debía emplear alguno… -contestó- Si quieres puedo decirlo nuevamente en otro tono.

-No es necesario -le dije.


III.

-De igual forma viene a ser lo mismo -me dijo, luego de un rato.

Yo iba a preguntar algo, pero se apresuró a detenerme, con un gesto.

-Es solo una observación simple -agregó-. El principio y el fin, ya sabes… tienes que dejarlos venir.

-…

-Un hecho tras otro -siguió-. Es simple. Esa es la naturaleza de las cosas.

-¿La naturaleza de las cosas -pregunté entonces, sin poder contenerme.

-Sí -contestó riendo-. La naturaleza de las cosas… Viene a ser lo mismo, ¿no crees?

martes, 3 de septiembre de 2024

Un set de detectives.


De pequeño me regalaron un set de detectives.

Venia con disfraz, incluso, pero lo verdaderamente interesante eran los accesorios.

Unos químicos, por ejemplo, que podían ayudar a distinguir donde había habido alguna vez manchas de sangre.

Y una serie de artículos que te permitían hacer visibles las huellas dactilares que se encontrasen sobre la superficie de las cosas.

Fue este último elemento, por cierto, el que se convirtió en mi favorito.

Acostumbraba ir de un lugar a otro de la casa reconociendo las huellas que había en el lugar.

Sobre una mesa, en un vaso o hasta en las manillas de las puertas.

Lo interesante era el proceso, por supuesto, el ver aparecer las huellas…

Después de todo, las únicas que encontraba eran las huellas de las manos de mi mamá.

Esparcía una especie de polvo blanco sobre las superficies, luego soplaba con cuidado y a veces pegaba una especie de cinta adhesiva transparente, sobre ellas.

Luego, comprobaba si las huellas coincidían con el registro que había realizado previamente.

No sé cuántas veces hice esto, pero probablemente fueron demasiadas.

De hecho, creo que hasta el día de hoy podría reconocer aquellas huellas.

Las mías, por otro lado, creo que nunca las logré encontrar.

O no tengo recuerdo de haberlo hecho, al menos.

Y es que no soy, como ven, un verdadero detective.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Un mueble para los libros de texto.


“El mar envejece dentro de él”
M. M.

Había un mueble para los libros de texto.

Un mueble exclusivo para ellos, me refiero.

Parecía un poco más oscuro que los otros, aunque en realidad era solo una impresión.

No había mayor cambio en su contenido y era el menos visitado del lugar.

De todas formas, era probablemente el mueble más sólido y distinguido.

Más clásico, quiero decir.

Más propiamente un mueble.

Al menos así me lo parecía cuando lo observaba.

Estaba justo frente a un sillón en la que me sentaba a leer, así que me acostumbré a verlo sin pensarlo demasiado.

Apenas, digamos, me permitía observaciones triviales, cuando captaba mi atención.

Los libros, por ejemplo, no parecían pertenecerle del todo, pero al mismo tiempo encajaban en él perfectamente.

Estaban agrupados por asignaturas y niveles de avance, ocupando el lugar disponible de forma plena, sin que sobrase ni faltase espacio alguno.

Esto me hacía sospechar, por supuesto, pero nunca indagué demasiado.

Apenas debo haber comprobado lo ajustados que estaban entre sí, pero no recuerdo realmente haber sacado alguno.

En este sentido, mis acercamientos a él eran una formalidad, simplemente.

Como la visita a la tumba de alguien respetado, pero en el fondo no querido.

Así y todo, fue el único mueble que no me atreví a cambiar.

Y cuando abandoné esa casa lo dejé ahí, como si no lo hubiese conocido.

Fingí no verlo, me refiero.

Fingí no recordar que existía.

Él, por supuesto, también me ignoró.

Nunca volvimos a vernos.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Ardillas.


I.

De pequeño pensaba que los árboles estaban rellenos de ardillas.

O sea, no totalmente rellenos, pero que al menos tenían algunas pocas viviendo en su interior.

Familias de ardillas, digamos, escondidas en cada árbol, y saliendo de ellos quién sabe cuándo, pues yo no las veía en lo absoluto.

Eso pensaba, de pequeño.


II.

Supongo que lo anterior, lo pensaba a partir de algunos dibujos animados.

Ya sea de esos clásicos de Disney o de algún otro, que se desarrollaba probablemente en un bosque.

Sea como fuese, lo cierto es que nunca había visto verdaderamente a una ardilla.

Aunque yo, por supuesto, como había visto árboles, daba por hecho que de una forma indirecta también había visto ardillas.

Después de todo, lo mismo aseguraban algunos que decían haber visto el amor o el odio, tras contemplar, simplemente, a una persona.


III.

La primera vez que vi ardillas (verdaderamente) ellas me resultaron incómodas.

Incómodas de ver, quiero decir.

Me refiero a que resultó incómodo saberlas fuera de los árboles, y descubrir de pronto que hasta me daban un poco de miedo.

Entonces, las observé moverse, rápidamente, desconfiadas.

De un lado a otro, se movían, como si no quisiesen realmente llegar a ningún sitio.

Incluso, según recuerdo, las oí chillar, mientras trepaban unas sobre otras.

Decenas de ardillas, me dije, recién salidas de los árboles.

Hubiese preferido, ciertamente, no verlas, así.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales