lunes, 2 de septiembre de 2024

Un mueble para los libros de texto.


“El mar envejece dentro de él”
M. M.

Había un mueble para los libros de texto.

Un mueble exclusivo para ellos, me refiero.

Parecía un poco más oscuro que los otros, aunque en realidad era solo una impresión.

No había mayor cambio en su contenido y era el menos visitado del lugar.

De todas formas, era probablemente el mueble más sólido y distinguido.

Más clásico, quiero decir.

Más propiamente un mueble.

Al menos así me lo parecía cuando lo observaba.

Estaba justo frente a un sillón en la que me sentaba a leer, así que me acostumbré a verlo sin pensarlo demasiado.

Apenas, digamos, me permitía observaciones triviales, cuando captaba mi atención.

Los libros, por ejemplo, no parecían pertenecerle del todo, pero al mismo tiempo encajaban en él perfectamente.

Estaban agrupados por asignaturas y niveles de avance, ocupando el lugar disponible de forma plena, sin que sobrase ni faltase espacio alguno.

Esto me hacía sospechar, por supuesto, pero nunca indagué demasiado.

Apenas debo haber comprobado lo ajustados que estaban entre sí, pero no recuerdo realmente haber sacado alguno.

En este sentido, mis acercamientos a él eran una formalidad, simplemente.

Como la visita a la tumba de alguien respetado, pero en el fondo no querido.

Así y todo, fue el único mueble que no me atreví a cambiar.

Y cuando abandoné esa casa lo dejé ahí, como si no lo hubiese conocido.

Fingí no verlo, me refiero.

Fingí no recordar que existía.

Él, por supuesto, también me ignoró.

Nunca volvimos a vernos.

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