jueves, 12 de septiembre de 2024

Mujeres que eran lámparas.


Mujeres que eran lámparas.

No al mismo tiempo, pero sí.

Doscientas palabras, más o menos.

Eso es.

Más directo y menos confuso:

Mujeres que cuando no eran mujeres eran lámparas.

Sí, así es.

Probablemente ni ellas lo sabían.

O sea, no cuando eran mujeres, al menos.

Solo sabían que eran seis, digo yo.

Cinco las otras más una la que contaba.

Es decir, las mujeres son las que sabían solo eso.

Las lámparas, en cambio, no hay cómo.

O yo al menos no conozco como haber sabido lo que saben.

Qué es lo que saben, quiero decir.

De las mujeres es más fácil.

Sabemos lo que saben porque es, más o menos, lo que dicen.

No es exacto, pero hay evidencias.

Las oímos contar, me refiero.

Decir sus impresiones.

Además, al verlas, sabemos de inmediato que no son lámparas.

O sea, que no lo están siendo, al menos, mientras son mujeres.

Así es como viven y no está mal.

Quiero decir que viven sin saber que son lámparas cuando son mujeres.

Y es entonces cuando yo hablo.

Cortito y desde lejos para que ellas no me entiendan.

Suena raro, probablemente, pero es que así suena lo que sé.

Después de todo, solo recojo en medio de la oscuridad, cuando son lámparas.

Palabras son las que recojo, quiero decir.

Lo demás, en absoluto, quiero decirlo.

Eso es lo que sé.

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