De pequeño me regalaron un set de detectives.
Venia con disfraz, incluso, pero lo verdaderamente interesante eran los accesorios.
Unos químicos, por ejemplo, que podían ayudar a distinguir donde había habido alguna vez manchas de sangre.
Y una serie de artículos que te permitían hacer visibles las huellas dactilares que se encontrasen sobre la superficie de las cosas.
Fue este último elemento, por cierto, el que se convirtió en mi favorito.
Acostumbraba ir de un lugar a otro de la casa reconociendo las huellas que había en el lugar.
Sobre una mesa, en un vaso o hasta en las manillas de las puertas.
Lo interesante era el proceso, por supuesto, el ver aparecer las huellas…
Después de todo, las únicas que encontraba eran las huellas de las manos de mi mamá.
Esparcía una especie de polvo blanco sobre las superficies, luego soplaba con cuidado y a veces pegaba una especie de cinta adhesiva transparente, sobre ellas.
Luego, comprobaba si las huellas coincidían con el registro que había realizado previamente.
No sé cuántas veces hice esto, pero probablemente fueron demasiadas.
De hecho, creo que hasta el día de hoy podría reconocer aquellas huellas.
Las mías, por otro lado, creo que nunca las logré encontrar.
O no tengo recuerdo de haberlo hecho, al menos.
Y es que no soy, como ven, un verdadero detective.
No hay comentarios:
Publicar un comentario