domingo, 22 de septiembre de 2024

¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?


I.

Como no sabía la respuesta desvié el tema. En primera instancia intenté hacerme el gracioso diciendo algo sobre unas rayas el lomo del escritorio y sobre un chicle pegado en la panza del cuervo. De todas formas, no recuerdo muy bien cómo fue. Lo que sí recuerdo es que resultó un fracaso. Y ese fracaso, extrañamente, me afectó. Tanto que me alejé de los escritorios desde entonces y comencé a odiar a los cuervos. Bueno, no sé si a odiarlos realmente, pero al menos a decir que los odiaba. Cuestión que viene, prácticamente, a ser lo mismo.


II.

La pregunta, por cierto, me la habían hecho unas chicas asiáticas, que solían hacer acertijos y regalar premios pequeños para un programa que transmitían por internet. Nunca había entendido muy bien el programa pues las chicas se limitaban a dibujar a oscuras -al parecer se quería dar a entender que lo hacían dentro de un pozo-, y luego salían con un acertijo y algún premio en el que incluían, claro está, sus propios dibujos. Cuando fracasé con ellas simplemente me miraron en silencio y luego se fueron. Así fue como sucedió.


III.

Puede parecer exagerado, lo reconozco, pero mi rebeldía se tradujo en dejar de usar el escritorio como escritorio. Así, lo deje lleno de cosas, simplemente, hasta que no quedó rastro de su superficie. Por otro lado, llevé mi computador a una mesita pequeña y la puse frente a un sillón, para cuando debiese trabajar. Por la ventana, finalmente, si bien no se veían cuervos, comencé a buscar pájaros negros, para mirarlos con encono.


IV.

Meses demoré en pensar nuevamente en la pregunta: ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? Y recién entonces me percaté que nunca había descubierto la respuesta. Busqué entonces en internet y no encontré nada muy claro. Apenas algunas referencias a una frase de Alicia en el país de las maravillas y poco más. Por otro lado, busqué el video que había inmortalizado mi fracaso, pero no lo encontré. También descubrí que el sitio por el que transmitían el programa aquellas chicas había desaparecido. Fue, simplemente, como si nunca hubiese ocurrido.

Tal vez sea hora de ir perdonando a los cuervos, me dije.

Justo entonces, alguien tocó el timbre.

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