jueves, 4 de julio de 2019

Una respuesta.


Pasó años buscando respuestas.

O más bien, pasó años buscando a alguien que tuviera respuestas.

Respuestas en las cuáles creer, por supuesto.

Respuestas que al menos parecieran verdaderas.

Pasó así por varias iglesias y tuvo reuniones con numerosas personas.

Algunos parecían saber, por supuesto, pero finalmente solo encontraba decepciones.

Cuando ya prácticamente había dejado de buscar le hablaron de alguien que vivía en la montaña.

Sin mucha esperanza fue hasta donde vivía esta persona.

Era un hombre de unos sesenta años que vivía solo en una cabaña.

Le dieron mal la información, le dijo el hombre de la cabaña.

Yo no tengo respuestas.

Solo sé doblar cucharas.

Poco después le demostró que era cierto.

Puso una cuchara de metal sobre la mesa, y tras concentrarse y mirarla fijamente la dobló sin tocarla en lo absoluto.

Ni siquiera puedo decirle cómo lo hago, agregó el hombre.

Ni esa respuesta tengo.

El que buscaba respuestas miró la cuchara y por un momento pensó que era más de lo que había encontrado en otros sitios.

Era solo un metal torcido, es cierto, pero al menos se trataba de algo verdadero.

El metal torcido, digamos, era algo verdadero.

No contenía el secreto del sentido de la vida ni la respuesta sobre la existencia de Dios, pero lo cierto es que la presencia de aquel metal torcido lo tranquilizaba un poco.

Si quiere puede llevarse la cuchara torcida, dijo el hombre que la había torcido.

Gracias, contestó el hombre que buscaba respuestas.

Se guardo entonces la cuchara en un bolsillo y mientras se alejaba, apoyó su mano en el metal frío de aquel objeto.

Uno puede creer en esto, pensaba el hombre, mientras subía al auto.

Uno puede creer en esto, repetía, y con esto basta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales