viernes, 12 de julio de 2019

Botar cosas.

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Botar de arrojarlas al piso. No de llevarlas a la basura. De sacarlas de su ubicación y lanzarlas violentamente. No queriendo romperlas, necesariamente, no siempre con tanta violencia, pero estrellándolas al menos. Dejándolas caer con más o menos fuerza para ir probando reacciones. Ajenas o propias, las reacciones. De ambas, probablemente.Inventando incluso a un otro a partir de la ausencia de reacción tras habar botado algo. De eso -más o menos-, se trata.

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También en peleas de adultos y mucho en dibujos animados. Pero yo pensaba primero en los niños. En mi casa, por ejemplo, cuando los traen de visita y van arrojando todo lo que encuentran. Y claro, mi casa es propicia para ello. Abundan las repisas y los objetos dispuestos sobre superficies. Eso arrojan. Me miran y las arrojan. Los adultos se acercan y a veces los reprimen, pero yo los dejo hacer. Escondo tal vez las más frágiles y hasta a veces -cuidándome que me vean solo los niños-, arrojo yo mismo alguna al piso para ver sus reacciones. Extrañamente, tras verme hacer eso, los niños suelen dejar de botar las cosas. No sé a qué se deba este comportamiento.

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Una vez alguien me dijo que yo juntaba aquellas cosas para alguna vez botarlas. Para arrojarlas cuando tuviese rabia y necesitase explotar. Como esas mujeres de antaño que lanzaban platos, en las películas. Hasta me citaron un estudio que explicaba qué tipo de personas organizaban sus cosas de esa forma. Al principio no lo tomé en cuenta, es cierto... pero ahora estoy seguro que alguna vez será así. Arrojar las cosas, me refiero. Botar repisas, lanzar objetos, derrumbar incluso, la biblioteca. No sé en todo caso si estoy lejos o cerca de ese momento. Por las dudas, en todo caso, he comenzado a guardar en cajas los elementos más frágiles. Eso hago, por estos días.

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