miércoles, 17 de julio de 2019

Llamó tres veces y luego se fue.


I.

Llamó tres veces y luego se fue.

Yo la vi llamar y la vi irse.

Días después me dijo que había estado llamando más de media hora, fuera de mi casa.

Parecía indignada.

Yo quería corregirla y decirle que no fueron más de cinco minutos.

Pero luego debía explicar cómo sabía aquello, así que no lo hice.

Tan molesta se veía que intenté incluso creerle.

Tal vez la que llamó tres veces y luego se fue era otra, me dije.

Pero si la que llamó es otra, dije entonces acusándola en voz alta: tú no fuiste.


II.

Como no supo lo que yo estaba pensando se enojó de inmediato.

¿Crees que no fui?, me dice.

¿Es eso…?

No sé bien qué contestarle.

Y es que siempre me ocurre eso: arrojar conclusiones y saltarme pasos.

Subir las escalas de a dos, torpemente, y luego no saber bien cómo he llegado.

Pensé en explicárselo, de todas formas, pero entonces noté que sus ojos ya tenían el brillo.

Y el brillo era siempre un indicador infalible.

Sea lo que sea comenzará a llorar en menos de dos minutos, me dije.

Y claro: ella se demoró, finalmente, un minuto y veinticuatro.

Te quedaban treintaiséis segundos, le dije, mientras ella seguía sollozando.

No me entendió, por supuesto, pero al menos fue la última vez que no me entendió.

Es muy probable que eso haya sido bueno, para ambos.

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