lunes, 15 de julio de 2019

La oveja veinticinco.


Era pequeño y me costaba dormir.

En general me quedaba despierto, pensando cualquier cosa.

No me dejaban encender la luz así que lo hacía siempre a oscuras.

Con los ojos cerrados, sabiendo que si intentaba no pensar, tampoco iba a lograrlo.

Entonces hacía experimentos para calcular el tiempo que pasaba y ver si en una de esas me podía dormir.

Me contaba historias, enumeraba cosas, traía a la memoria algunos párrafos…

Y claro, en una de esas ocasiones intenté contar ovejas.

Era todo un desafío poder contarlas pues me ponía de inmediato a pensar otras cosas.

No podía llegar a la quinta oveja antes de distraerme y tener que volver a empezar.

En uno de esos intentos, sin embargo, logré avanzar más.

Me había distraído varias veces, pero volvía al número, mientras las imaginaba saltando una cerca.

Contaba a la oveja veinticuatro cuando dicha oveja (o la que yo creía que era esa oveja) se detuvo tras saltar y me miró de frente.

-No es así -me dijo-. Te equivocas. Yo soy la veinticinco.

Dicho esto, la oveja siguió su marcha y pasaron luego las otras, aunque no pude, ciertamente, seguir contando.

Volví después a comenzar varias veces, para llegar hasta la veinticinco y ver si decía algo más, pero las ovejas pasaban como si nada.

Incluso probé equivocándome voluntariamente, para ver si la veinticinco, o alguna otra, me rectificaba.

Nada de eso ocurrió.

La oveja veinticinco había aparecido y desaparecido sin más.

Como tantas otras cosas.

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