domingo, 28 de julio de 2019

Nadie quiere estar solo.


I.

Nadie quiere estar solo.

Y nadie quiere reconocer que está solo.

Ambas cosas dan miedo.

Y ambas cosas duelen, también, en cierto modo.


II.

De todas formas, lo importante no es el dolor.

Tampoco es el miedo.

Y extrañamente, tampoco es el estar solo.

Lo importante, creo, es algo de lo que generalmente no se habla.


III.

Un pozo (o algo así como un pozo).

Un pozo cerrado donde yace algo que intuimos oscuro.

Un pozo en la altura del pecho.

Y que se percibe más claro, cuando estamos solos.


IV.

Ese pozo sí que complica.

Quien lo ha sentido en sí, sabe de qué hablo.

Lo que podríamos llamar naturaleza humana, yace dentro.

Y su sola existencia, nos entumece.


V.

Solos sin Dios, entonces.

Solos sin prójimo y sin compañía alguna.

El pozo amenaza con ser nosotros mismos.

E intuimos así, recién en ese instante, el verdadero peso de estar solos.


VI.

Sin nombre.

Sin acciones que puedas llamar propias.

Sin acceso a la verdad de los otros.

Descubres que siempre has sido el pozo dentro de lo que creías ser tú mismo.


VII.

Nada a qué asirse, entonces.

Ser el pozo es caer en el pozo.

Y el estar solo se convierte así en el vértigo de perder todo.

Sabiendo, sin embargo, que nunca se ha tenido.

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