viernes, 19 de julio de 2019

Un robot que componía canciones.


Compramos un robot que componía canciones.

Tú mismo tenías que introducir algunas palabras y podías escoger temáticas y ritmos.

No se trataba de canciones muy complejas, por supuesto, sobre todo musicalmente.

En relación a las letras, en tanto, de vez en cuando se formaban unas muy absurdas, ya que por lo general buscaba construir rimas, y estas resultaban en ocasiones algo forzadas.

Fuimos probando con varias, para ver qué resultaba.

Según las indicaciones, el robot podía construir al menos 200.000 canciones diferentes.

También descargamos algunas actualizaciones, para incorporar nuevas variables.

Fue así que, mientras cambiábamos temáticas y escuchábamos las canciones con un grupo de amigos, nos dimos cuenta que el robot desconocía algo esencial:

No sabía nada sobre sí mismo.

Me refiero a que no sabía que él mismo era un robot, y sus canciones, por lo mismo, hacían referencia a una naturaleza humana que desconocía.

El sol en la piel, los latidos del corazón, las lágrimas en los ojos… todas las canciones estaban construidas a partir de referencias a componentes humanos, ya fuesen estos físicos, o sensoriales.

Probamos incluso guiando sus composiciones con palabras relacionadas con su estructura o elementos propios de su naturaleza: metal, cables, circuitos, baterías… pero siempre se las ingeniaba para construir versos desconociendo aquello que en realidad era.

Fue entonces que, todo aquello que en un principio nos maravilló, nos pareció de pronto una estafa.

Sabíamos que no podíamos devolverlo, claro, pero volvió a ser embalado y lo dejamos junto a otras cajas, en una pequeña bodega.

Varias veces he llegado a sacarlo y he estado a punto de encenderlo, para que me ayude con los textos de acá, cuando ya no sé a qué echar mano.

No lo he hecho, finalmente, pero hoy me aventuro a decir que no lo he hecho, todavía.

Espero que no sea necesario.

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