jueves, 18 de julio de 2019

Agua muerta.


I.

Habíamos ido a acampar con una chica. La había conocido en el sur, cerca de Osorno. Ella conocía un lugar, en un sector de difícil acceso, donde había una pequeña laguna. Pensábamos estar ahí un par de días, o poco más. Yo la había conocido hace poco y me había parecido simpática, además de atractiva. Entonces ella propuso lo de ir a ese lugar, y fuimos. Solo llevamos una carpa y aparentemente íbamos a dormir juntos. Antes que llegara la noche, sin embargo, ella me contó sobre el agua muerta.


II.

Habíamos encendido una fogata y comido algo. Recuerdo que ella se había hecho un corte en un dedo y mientras lo lavaba en la orilla, intentó explicarme algo que iba a ocurrir con el agua en aquel lugar. No le entendí muy bien, pero me metí al agua igualmente, no sé bien por qué. No estaba tan helada aunque debo reconocer que la sensación fue extraña, desde un inicio. El agua está muerta, me dijo entonces, intenta flotar si quieres y verás que no puede sostener nada. Yo lo intenté y descubrí que era cierto. Prácticamente no había resistencia, en el agua. Tampoco se podía nadar. Incluso estar de pie, era extraño. Regresé hasta la orilla arrastrándome sobre las rocas. Tú también estás un poco muerto ahora, me dijo, mientras reía. Entonces noté cómo ella envejecía, mientras entraba en la carpa, dándome la espalda.


III.

Me sequé junto a la fogata, con una sensación de angustia. No sabía qué podía ocurrir si ella se mostraba frente a mí, de esa forma. Mientras alimentaba el fuego la escuchaba hablar, dentro de la carpa, aunque no entendía sus palabras. Cuando oscureció comenzó a llamarme, con una voz extraña, pero yo no quise ir con ella y me acurruqué, junto a la fogata. En un momento, mientras fingía dormir escuché que la carpa se abría y ella caminaba hasta donde me encontraba. Sentí cómo intentaba moverme y arrastrarme hacia la carpa, agarrándome de la ropa con sus manos huesudas. Yo no abrí los ojos y traté de resistirme, hasta que me dejó tranquilo.


IV.

Cuando amaneció, ella encendía nuevamente la fogata. Se veía normal, nuevamente, y todo transmitía cierta tranquilidad, aunque no olvidaba lo ocurrido. Mientras desayunábamos ella me dijo que no debimos tocar el agua muerta. Yo no dije nada, pero asentí en silencio. Finalmente, apenas terminamos de desayunar, comencé a guardar las cosas. Poco antes de terminar ella avanzó hacia el agua y lanzó fuertes gritos. Luego volvió y caminamos juntos hacia la carretera. Tomamos un pequeño bus que pasó para llegar a Osorno, nuevamente. Una vez que llegamos ella se fue hacia un lado y yo hacia otro. No nos despedimos. Han pasado años, pero de vez en cuando siento que ella, de cierta forma, se quedó conmigo. Sé que existe el agua muerta.

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