lunes, 1 de julio de 2019

Recuerdo.


Habíamos visto hacía poco un documental sobre un millonario tenía un mapamundi en un salón.

Un par de veces al mes, el millonario disparaba con una cerbatana un pequeño dardo con plumas de quetzal a dicho mapa, y viajaba luego hasta el lugar donde había caído dicho dardo.

Nosotros, en tanto, arrendábamos una pieza en la que no había nada de valor.

Nada salvo una primera edición de un poemario de Huidobro, firmado por el autor, que tendríamos que vender si queríamos pagar el arriendo, que vencía en pocos días.

Ella estaba tomando mate y de vez en cuando me convidaba un sorbo.

Yo lo tomaba siempre sin azúcar, pero ella se molestaba porque no teníamos nada dulce que ponerle.

Fue entonces que nos acordamos del millonario y para matar el tiempo quisimos imitarlo.

No teníamos mapamundi ni dardos, pero en una pared había grandes manchas y teníamos una navaja quien bien podría clavarse en esa pared.

Fuimos entonces dándole significado a las manchas y hasta encontramos una que era igual a África.

No estaba en orden nuestro mapamundi, pero tenía de todo, distribuido a lo alto y ancho de la pared.

Lanzamos varias veces, pero la navaja no terminaba clavándose, y rebotaba en la pared.

Supuse que era un problema más relacionado con la distancia que con la fuerza, así que me alejé lo más posible de la pared para lanzar la navaja.

Ella se puso a mi lado para evitar accidentes y me dijo que lanzara cerrando los ojos.

Así lo hice.

Con el lanzamiento quebré la ampolleta que alumbraba la habitación.

Era de noche.

Ella se rió y fue hasta una ventana, para correr la cortina y ver si entraba un poco de luz.

Lamentablemente, tropezó por el camino y volcó el termo del mate sobre el libro de Huidobro, que estaba sobre la mesa.

Yo encendí poco después una lámpara que estaba en el velador, bastante pequeña.

-Parece que no vamos a ir a ningún sitio -me dijo.

Yo asentí.

Vimos si podíamos salvar el libro, pero estaba bastante dañado.

Además, me hice un corte profundo en un dedo mientras trataba de sacar los restos de la ampolleta.

Al final lo dejamos así.

Nos queríamos, es cierto, pero no nos queríamos lo suficiente.

Pasamos unos últimos días juntos y luego nos separamos.

Ella se quedó con el libro de Huidobro.

Era un poemario muy antiguo, del que existían muy pocos ejemplares.

Hace unos años lo vi en una librería en Manuel Montt.

Estoy seguro que era el mismo, pues había quedado manchado y arrugado, por el mate.

Lo vendían por el ochenta por ciento de mi sueldo.

Pensé en comprarlo, recordando que nos queríamos, pero luego recordé que no nos queríamos lo suficiente.

Nos despedimos bien, esa vez, pero cada uno se fue por su lado.

Ninguno se quedó en la habitación.

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